sábado. 20.04.2024

“A vueltas con el toro de La Vega”

¿Cuál será el siguiente peldaño que habremos de subir para que el ser humano se aproxime un poco más al animal en términos de dignidad ecológica?

Algún día, no demasiado lejano, será el último. ¿Y después? ¿Cuál será el siguiente peldaño que habremos de subir para que el ser humano se aproxime un poco más al animal en términos de dignidad ecológica? ¿Se trata de esperar sin más a que, con el transcurrir del tiempo, el número de detractores supere en visibilidad y capacidad de influencia al de los defensores?

Tal parece que estuviésemos viviendo una demostración de lo que podría definirse como el arte de la política del desistimiento. La ciudadanía asiste atónita año tras año al “déjà vu” de una confrontación en campo abierto entre dos formas diametralmente opuestas de entender la evolución de una sociedad: la de quienes abogan por la superación de la tolerancia frente a algunos usos y costumbres que perviven sobre otros similares felizmente postergados, y la de quienes, por contra, aspiran a conservar para sí la categoría de guardianes de las esencias del primitivismo más ancestral (sin reparar quizás en que la supervivencia primitiva y la diversión moderna no son una misma cosa). Pues lamento tener que afirmar que en el momento en que tal disyuntiva haya de dilucidarse entre los contendientes, la política se habrá revelado como absolutamente prescindible al efecto.

La política ha de ser también el instrumento del que se dotan las sociedades para construir sus referencias éticas. Es evidente que no venimos al mundo con un código ético impreso en el ADN, de tal suerte que cada uno de nosotros vamos delimitando las fronteras de nuestro comportamiento individual y social en connivencia con nuestro entorno, pero aun así no todos entendemos en iguales términos como hemos de producirnos en nuestras formas en relación con cada acontecimiento, ni somos juzgados por nuestras reacciones con las mismas claves con las que nosotros juzgamos a los demás. Esto mismo sucede también en relación con los llamados patrones culturales de pueblos, comarcas, regiones, naciones o colectividades de distinta índole. En el sur de China comer carne de perro es una costumbre gastronómica más, en occidente es visto prácticamente como una aberración; en Taiji-Japón tiene lugar cada año una matanza de delfines que se califica de barbaridad en el resto del Planeta; en Canadá se celebra anualmente una cita anual de pescadores para la caza masiva de focas (entre 300 mil y 400 mil) que en otros lugares se define simplemente como matanza injustificable; el león Cecil ha puesto de actualidad la controversia en torno a la caza mayor y el comercio de trofeos…

Lo que en un pueblo es tradición, en el de al lado es barbarie. Lo que en el norte puede ser considerado cultura, en el sur puede ser tachado de maltrato, y viceversa. Por eso es pertinente la acción de la política; porque el rechazo de unos es visto por los otros como desprecio, y la contumacia de éstos, aquéllos la interpretan como agresión; así las cosas la tensión crece y el diálogo se diluye dejando el campo libre a la confrontación.

España tiene pendiente la asignatura del maltrato animal, o del bienestar animal -yo prefiero manejar el segundo concepto- y es quizás el toro de lidia quien hace visible con especial crudeza la dificultad que entraña la salida del atolladero. A mi entender la política debe en este caso optar entre el humanismo y el oportunismo a la hora de abordar la resolución del conflicto, y dar el paso hacia una Ley Marco de Bienestar Animal que trace con nitidez la frontera de lo inadmisible.

“A vueltas con el toro de La Vega”