viernes. 29.03.2024

Diez días que cambiaron el mundo

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Lenin, acuciado por las difíciles condiciones en las que se movía el incipiente estado soviético, tuvo que obviar muchas de las más importantes contribuciones de Marx sobre la evolución del capitalismo y el socialismo

Conmemorar este 6 de noviembre el centenario de la revolución soviética puede resultar para algunos un ejercicio de nostalgia, para otros un motivo de satisfacción por lo que pudo ser y no fue, para muchos un recuerdo casi de la prehistoria, pero también estamos los que nos sentimos vinculados a ese acontecimiento y a todo lo que supuso en nuestras vidas y desde luego en el discurrir del siglo XX.

Parafraseando a John Reed la revolución bolchevique fueron “diez días que cambiaron el mundo”. Las grandes luchas obreras de países tan diversos como Suecia, Alemania, Austria, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia o Francia; el Frente Popular en España o en Francia; la creación y movilización de las Brigadas Internacionales; la resistencia antifascista en Francia, Italia, Grecia y Yugoeslavia durante la Segunda Guerra Mundial; las luchas de liberación anticolonialista en China, en el Sudeste Asiático, en Argelia o en numerosos países africanos y asiáticos; la revolución castrista o el gobierno de la Unidad Popular chilena; la derrota nazi en Stalingrado y el avance liberador del ejercito soviético en toda Europa central que fue decisivo para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; e incluso la liberación de la India del dominio británico y un largo etc., no se pueden entender sin el ejemplo, el estimulo y el apoyo de la revolución bolchevique.

Una revolución que no solo conmovió los cimientos de unas sociedades injustas, colonialistas, explotadoras de las clases trabajadoras y del campesinado, oscurantistas, sino que sedujo a numerosos artistas de primera línea, en el mundo de la música, el cine, el teatro, la pintura, la literatura, la arquitectura… y cuyas creaciones estuvieron fuertemente inspiradas en el impacto e influencia de la caída del zarismo y la innovación que supuso el surgimiento de la república de los soviets. O la influencia en los movimientos feministas y de liberación sexual y hasta en el surgimiento de la Teología de la Liberación o de sectores progresistas de la Iglesia Católica simpatizantes con el espíritu emancipador de los bolcheviques.

Y lo que es muy importante, detrás de grandes conquistas en las condiciones de vida y trabajo, en el bienestar social y en la dignidad de las sociedades más avanzadas del mundo, está la reacción defensiva de las clases dominantes, que ante el ejemplo soviético prefirieron pactar esos cambios, antes que perderlo todo.  

Es verdad que el ímpetu transformador duró pocos años, pues llegó la burocratización, el estancamiento o las terribles purgas sangrientas en las luchas por el poder, a lo que no fue ajeno el cerco político, económico y militar que impusieron las grandes potencias capitalistas ya desde 1918. Es cierto que Lenin, acuciado por las difíciles condiciones en las que se movía el incipiente estado soviético, tuvo que obviar muchas de las más importantes contribuciones de Marx sobre la evolución del capitalismo y el socialismo, quemando etapas y restringiendo libertades, como tampoco se puede olvidar el temprano deterioro físico y mental de Lenin, que dio paso al ascenso de Stalin y la marginación de Trotsky otros dirigentes bolcheviques.

La revolución se fue deformando progresivamente en la Unión Soviética, mientras que el movimiento obrero sufría terribles derrotas en Alemania, en Italia, en Hungría o en Austria y después en España. Aun y así a lo largo del siglo XX millones de hombres y mujeres identificados con los principios comunistas lucharon, sufrieron despidos, penalidades, torturas, cárceles y muchos de ellos la muerte. Nuestro país fue un buen ejemplo de ello.

Quienes en los años 70 del siglo pasado nos desmarcamos rotundamente de la realidad y de las prácticas de los herederos de la revolución bolchevique y nos identificamos como “eurocomunistas”, en aquel momento, como se suele decir, “nos negamos a tirar a la basura el agua sucia y el niño”. Y hasta hoy no he encontrado razones de peso para cambiar de opinión.

Aunque, 100 años después, la revolución bolchevique no nos sirve como guía para afrontar los problemas de la sociedad actual, qué duda cabe que nuestro mundo sería mucho peor y más injusto sin el cambio que supuso en el devenir de la historia.

Diez días que cambiaron el mundo