viernes. 29.03.2024

Algunas enseñanzas de las elecciones francesas

El revulsivo francés, austriaco y holandés, incluso las amenazas cruzadas de Trump y Putin pueden ser un estímulo para cambiar la UE y la actuación de los partidos democráticos, desde la izquierda alternativa hasta el centroderecha

El buen sentido democrático se impuso en Francia, con una muy holgada mayoría de Macron. Tras Austria y Holanda, ahora el voto democrático de Francia ha derrotado a la extrema derecha. Que esto sea una buena noticia para el pueblo francés y para la ciudadanía europea, no puede ocultar los graves problemas existentes y la necesidad de dar un profundo cambio a la situación de las estados y sociedades de Europa.

Nada menos que 10’6 millones de votos, casi un tercio de los votantes, fueron para Marie Le Pen, que, aunque en los últimos días intentó suavizar algunas de sus propuestas, nunca ha ocultado el carácter extremista de su programa y su partido. Como tampoco podemos obviar el desastre sin paliativos del Partido Socialista y el notable crecimiento del voto en blanco y nulo y sobre todo de la abstención. Y aunque más de 20 millones de franceses han votado a Macron, arrastrando un sustancial voto del centro derecha y de la izquierda, el apoyo al nuevo presidente no es tanto en positivo, por compartir sus propuestas, como para evitar el triunfo de Le Pen.

Que el voto francés, como antes el holandés o el austriaco (y seguramente el italiano dentro de muy poco tiempo) refleja un tremendo malestar es más que evidente. Un bueno parte de la clase obrera, del campesinado y de la pequeña burguesía rural, ha votado a Le Pen como factor de seguridad ante el desconcierto ante la globalización o la apertura de fronteras. Es un voto que mira al pasado; un voto que en otros tiempos fue en buena medida fue para la izquierda y en especial para aquel potente Partido Comunista. Por cierto, los comunistas se desmarcaron abiertamente del silencio incomprensible de Melenchón y pidieron el voto a Macron para evitar el triunfo de Le Pen, siguiendo la tradición progresista francesa desde el final de la II Guerra Mundial.

Los que votaron a Melenchón, la parte más concienciada de la clase trabajadora, una parte de los jóvenes y de las clases medias urbanas más solidarias, por supuesto tampoco comparten la situación actual. 

Que las cosas se estaban torciendo en Francia ya se puso de relieve en el Referéndum sobre el proyecto de Constitución Europea, que fue rechazado, con nefastas consecuencias para la continuidad de ese proyecto y para el avance en la construcción política de la Unión Europea.

La izquierda y en primer lugar la socialdemocracia como fuerza mayoritaria hasta ahora, no hemos sido capaces de defender una política creible alternativa al neoliberalismo; no hemos conseguido diseñar un modelo de globalización solidaria y redistributiva y respetuosa con el medio ambiente,  que mantenga las políticas de bienestar social y las generalice en nuestro planeta; no hemos afrontado las avalanchas de la inmigración desde presupuestos que combinen solidaridad y cohesión social: no hemos dado seguridad sobre principios democráticos a la lucha contra el terrorismo y las nuevas formas de  delincuencia urbana; no hemos logrado trazar amplias alianzas con las nuevos movimientos sociales y con las nuevas formas políticas de carácter progresista; no hemos propuesto un modelo cultural diferente al modelo consumista e individualista procedente del “american way of life” y potenciado por la mayoría de los medios de comunicación social.

En definitiva, tras la caída del Muro de Berlín y la falta de voluntad transformadora de la mayoría de los gobiernos socialdemócratas, se ha creado un vacío que por el momento quien mejor lo está llenando son la extrema derecha y los nacionalismos y localismos.

El revulsivo francés, austriaco y holandés, incluso las amenazas cruzadas de Trump y Putin, (que por cierto han ayudado a Le Pen), pueden ser un estímulo para cambiar la Unión Europea y la actuación de los partidos democráticos, desde la izquierda alternativa hasta el centroderecha. Pero no podemos esperar. Italia está cerca de unas elecciones, en las que, los nacionalistas antieuropeos, los grupos disolventes de la democracia y los restos del fascismo, amenazan igualmente con ganar.

Macron, Renzi, Van der Bellen (el muy veterano y ecologista presidente de Austria) o  Mark Rutte (el liberal primer ministro holandés), han sido el tapón que ha impedido el triunfo de la extrema derecha. No es poca cosa, no podemos minusvalorarlos y debemos contar con ellos. Pero no son lo que necesitan las clases populares, la ciudadanía progresista. Necesitamos partidos y líderes con propuestas claras de transformación social y sobre todo con voluntad política de aplicar, si llegan al gobierno, lo prometido en sus programas. Y desde luego necesitamos el propósito de colaboración de los partidos progresistas, algo que p.e. en España solo es aceptado por una parte del PSOE y otra parte de PODEMOS.

La izquierda plural debe reconstruirse y volver a dar confianza y esperanza a la mayoría de la población y hacerlo deprisa, porque no podemos arriesgarnos a que un día la que triunfe sea Le Pen o sus semejantes. Por supuesto que las lecciones de Francia también cuentan para España y haríamos muy mal en tranquilizarnos y esconder la cabeza, amparándonos en que por ahora no tenemos una potente extrema derecha organizada.

Algunas enseñanzas de las elecciones francesas