jueves. 28.03.2024

Llaman “puta” a Cristina Cifuentes

El asunto de la señora Cifuentes se encuadraría en el “tremendismo punitivo” que tanto agrada al PP..

Entre el fárrago de noticias que saturan la actualidad (tal vez para que los ciudadanos no perciban lo evidente) me gustaría reflexionar sobre dos retales: Cristina Cifuentes pide cuatro años de cárcel para un “tweetero” que presuntamente la motejó de “puta” mientras la guardia civil detiene, bajo la acusación de “apología del terrorismo”, por burlarse del atentado a Carrero Blanco, abatido en 1973.

Si me lo permiten, intentaré aportar algo de sentido común frente a ambos disparates, bien entendido que no aplaudo los insultos a Cifuentes. Por su parte, el almirante Luis Carrero fue un señor de cejas gordas, lugarteniente de un dictador genocida que sembró muerte, sangre, exilio y dolor, a la par que sumió España en un largo y oscuro periodo de atraso e injusticia cuyas secuelas resultan aún evidentes.

No obstante, considero que el final del número dos de la dictadura debió ser un Tribunal Internacional de Justicia y una celda, no una cornisa de la calle Claudio Coello. Pero, entiéndanme, yo es que aún creo en eso de la justicia, la ley, la razón, el derecho, el librepensamiento, la libertad…

“Tremendismo punitivo” como forma de amedrentamiento y control ciudadano

Por otra parte, el asunto de la señora Cifuentes se encuadraría en el “tremendismo punitivo” que tanto agrada al PP, es decir, la exigencia de sanciones (penales o administrativas) brutalmente desproporcionadas y fuera de toda racionalidad. Supongo que con dos fines: amedrentar y… “para por si acaso cuela”. Cabe esperar que, en el presente proceso, el tribunal competente imponga criterios ajustados a la lógica y el Derecho.

Pero todo lo anterior, por pintoresco que parezca, no es más que un reflejo del actual y dislocado escenario: bandas de inversores internacionales y banqueros (probablemente tanto unos como otros, delincuentes de cuello blanco) dictan las órdenes a los gobiernos. Por lo general en notorio y cruel perjuicio para la mayoría de los ciudadanos, para la gente honrada y trabajadora, para los hombres y mujeres de bien.

En este contexto, las llamadas “autoridades” ejecutan aquellas órdenes sin rechistar

Para ello resulta vital la manipulación, que reviste varias modalidades. Desde provocar el hartazgo   ciudadano mediante la crispación constante hasta abocar al miedo, como ya expuse, o, mucho más importante, disfrazar todo ese colosal teatro de “democracia” y “estado de Derecho”.

Desde luego, cotizarán mucho aquellos políticos que sean capaces de vender ese discurso. En los medios resulta muy recomendable referirse a “valores”. Preferiblemente en tono grandilocuente. Si a ello se acompaña una expresión solemne y el adecuado lenguaje no verbal, el político habrá ganado aún más puntos en su “carrera”, es decir, saltar de cargo en cargo hasta el retiro dorado con puerta giratoria a la entrada.

Cuando falla la manipulación, no dudan en reprimir a la gente de bien, víctima de esas imposiciones. Un papel esencial en esa represión lo desempeña el control sutil pero asfixiante de la ciudadanía: cámaras en todas partes, dispositivos de control GPS de los móviles, infiltrados, inspección de internet, seguimientos policiales a activistas, etc.

¿Dónde está el límite de control de un gobierno?

Vivimos muy malos tiempos para la libertad. Y el horizonte no luce despejado, sino poblado de tenebrosos nubarrones. Para que unos pocos puedan seguir acumulando a costa de la mayoría, las llamadas autoridades cuentan con un arsenal tecnológico muy sofisticado que, cuando conviene, se aplica para perpetrar la represión contra las víctimas de los delincuentes de guante blanco.

Estas llamadas autoridades no se conforman con los métodos de control de la intimidad aludidos, sino que traman nuevas intromisiones. Informaba la prensa que, entre las nuevas medidas de subyugación  de la libertad ciudadana, se estudia el registro y control de… ¡quienes utilicen los locutorios públicos!

No se conforman con inmiscuirse en nuestros teléfonos o en el PC doméstico. También quieren saber qué, quién, cuándo, cómo y desde donde se conecta a la red… ¿pero con qué derecho?

La excusa, huérfana de originalidad, suele ser la seguridad, prevención de delitos, terrorismo y bla, bla, bla… Por cierto, tanto el terrorismo como el crimen organizado recibirían un golpe de K.O. si se suprimieran los paraísos fiscales, pero esto “no se les ocurre”.

De cualquier modo, si aceptamos las pueriles razones de seguridad… ¿dónde colocamos los límites? Pues siguiendo el razonamiento de las llamadas autoridades podrían también instalarse cámaras en los domicilios para prevenir delitos terribles como los asesinatos de violencia doméstica. Por no hablar de la instalación de un chip bajo la piel que permita controlar conversaciones, desplazamientos, etc.

Eso sí, todo lo anterior ha de parecer muy “democrático”, y lo debe imponer un gobierno “libremente elegido” por los ciudadanos mediante las urnas en el marco de unas elecciones, libres también, claro. Ah, y “democráticas”, "como expresión de la soberanía popular que escoge a sus legítimos representantes" que no se me olvide…

Una idea recorre Europa

Pese a lo anterior, una idea comienza a extenderse: las decisiones que nos afectan más profundamente no las adoptan gobiernos democráticos, sino vulgares delincuentes de cuello blanco, no pocas veces psicópatas, al frente de grandes grupos financieros, energéticos e inversores. Los llamados gobiernos democráticos actúan a su servicio. Y esa servidumbre incluye “mantener a raya” a los ciudadanos de bien, vía manipulación o, en su defecto, represión.

El control obsceno y liberticida de los ciudadanos se orquesta mediante una lúgubre y desafinada sinfonía de leyes mordaza, multas ilegales, criminalización de protestas pacíficas, identificaciones policiales masivas e indiscriminadas, injurias a los activistas, brutalidad policial… por fortuna, la historia nos ha enseñado que estos diques no poseen una resistencia ilimitada.

La capacidad de simulación y mentira de las élites se irá disolviendo a medida que más y más ciudadanos vayan abriendo los ojos. Pese al actual maquillaje de cifras macroeconómicas, la realidad mostrará cada vez más su rostro siniestro, y la realidad de una colosal estafa disfrazada de crisis y ataviada de democracia se abrirá con la fuerza del agua que revienta la esclusa. Sirvan, pues, estas gotas para este noble propósito, el de la democracia verdadera y, ante todo, la libertad, el mayor tesoro, por el cual hasta vale la pena arriesgar la vida.

Llaman “puta” a Cristina Cifuentes