viernes. 29.03.2024

Larga vida a la democracia y los derechos humanos

Múltiples indicios y algunas pruebas nos advierten desde hace algún tiempo del deterioro de la vinculación de las sociedades con los valores y principios democráticos

Cuando se cumplen 70 años de la proclamación por Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un 10 de diciembre de 1948, sigue siendo tan importante como entonces desear larga vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos y apoyar a las asociaciones que hacen de la defensa de la libertad y los derechos humanos el centro de su actividad y de su compromiso con la sociedad de la que forman parte.

Múltiples indicios y algunas pruebas nos advierten desde hace algún tiempo del deterioro de la vinculación de las sociedades con los valores y principios democráticos. Deterioro que se ha hecho evidente en la mayoría de los países capitalistas desarrollados, incluidos los que cuentan con raíces democráticas más profundas. Y en España, que también se ha incorporado con algún retraso, en las recientes elecciones autonómicas en Andalucía, al movimiento mundial de ascenso electoral de la extrema derecha.

Las causas que alientan esa menor vinculación de las sociedades con los valores democráticos, probablemente muchas, deben ser analizadas y sometidas al escrutinio y deliberación de la ciudadanía para que puedan ser afrontadas por las fuerzas democráticas con objeto de impedir una deriva autoritaria de los sistemas políticos existentes. Entre esas causas hay que señalar el debilitamiento de las expectativas de mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía que ofrece el modelo actual de capitalismo neoliberal globalizado, al que buena parte de la sociedad percibe antes como una amenaza para el bienestar alcanzado y un factor de riesgo que como un mecanismo que permite una participación inclusiva de la mayoría social en la distribución de la renta y la riqueza que es capaz de producir. También es fácilmente observable una creciente insatisfacción de la ciudadanía por la falta de eficacia y representatividad del sistema político democrático liberal imperante, al que buena parte de la sociedad siente demasiado vinculado a los intereses de las elites y excesivamente despreocupado por la suerte de la mayoría social. Y a esa doble insatisfacción se unen, en el caso español al menos, numerosas pruebas de que los partidos políticos que ocuparon el poder en las últimas décadas y no dudaron en cargar, de forma manifiestamente injusta, todos los costes de las políticas de austeridad y devaluación salarial sobre las espaldas de las clases trabajadoras, aprovecharon su posición en las instituciones para repartir prebendas entre los afines y crear o ser partícipes de redes clientelares y corruptas que desviaban o se apropiaban para intereses particulares de bienes y dineros públicos.

En el panorama internacional emergen en los últimos años líderes y partidos políticos autoritarios que han sido elegidos democráticamente por sociedades en las que han aumentado las muestras de desafección hacia los valores democráticos y los derechos de las minorías y las personas migrantes en busca de refugio, asilo o mejores condiciones de vida. 

Los signos de alarma y los datos que indican la existencia de esa tendencia de creciente desapego de parte de la ciudadanía con los valores democráticos y los derechos humanos son numerosos. Baste para observarla el siguiente gráfico, obtenido a partir de los datos de la “Encuesta Mundial de Valores” en sucesivas muestras entre 2005 y 2010. En todos los países del mundo capitalista desarrollado (de los que el gráfico ofrece algunos ejemplos), la mayoría de las personas nacidas en los años 30 consideraba esencial vivir en democracia; pero los porcentajes se iban paulatinamente reduciendo hasta llegar a las nacidas en los años 80, entre las que suponían una clara minoría (32% en EEUU y 44% en Europa) las personas encuestadas que consideraban esencial vivir en un país gobernado democráticamente.

gabriel

La democracia liberal queda de este modo asociada a la incapacidad del modelo capitalista neoliberal para crear nuevos empleos decentes con salarios dignos

El problema de la desconsolidación de los sistemas democráticos se agrava cuando se observan los análisis demoscópicos que revelan como el malestar económico generado por el modelo neoliberal del sistema capitalista imperante desde hace tres décadas y por las políticas neoliberales aplicadas ha golpeado con especial virulencia a las generaciones más jóvenes, en forma de falta de expectativas o de futuro. La democracia liberal queda de este modo asociada a la incapacidad del modelo capitalista neoliberal para crear nuevos empleos decentes con salarios dignos para las personas jóvenes que se incorporan al mercado laboral, facilitar una mínima igualdad de oportunidades respecto a jóvenes pertenecientes a familias con mejor posición económica o vislumbrar un futuro en el que puedan alcanzar cierta autonomía económica y un mínimo bienestar. Generaciones jóvenes que no cuentan con una experiencia directa o cercana de lo que fue la era de las tiranías europeas (o, en España, las trágicas consecuencias de la dictadura franquista) ni disponen de las herramientas que les facilitarían la tarea de anticipar la ineficacia, la inmoralidad y la injusticia que acarrean los sistemas políticos autoritarios o las derivas autoritarias de los sistemas democráticos que promueven las fuerzas neofascistas y neosoberanistas emergentes.

En toda Europa, esa desconsolidación democrática toma la forma de avance electoral de partidos de extrema derecha poco o nada proclives a defender los valores democráticos y los derechos humanos y más inclinados a imponer propuestas autoritarias, sustentadas en datos falsos y simplismos, que incluyen el repliegue nacionalista identitario,  xenófobo y euroescéptico, el rechazo de las personas migrantes, aun a costa de sacrificar derechos humanos y libertades democráticas, y la exaltación de un patriotismo que sólo se sustenta en símbolos, sin tener ningún tipo de plasmación en forma de respeto o solidaridad con la mayoría de las personas reales con las que conviven en esa patria y con las diferentes identidades nacionales, religiosas, étnicas o culturales que la conforman.

Los signos de alarma sirven para advertirnos de las tendencias universales a una desconsolidación de los sistemas democráticos, pero no nos dicen nada sobre la continuidad o la superación del deterioro de la calidad de los sistemas democráticos particulares de cada país, que dependerá en buena parte de la capacidad de las organizaciones y personas defensoras de los derechos humanos y las libertades democráticas para organizar una respuesta coherente y activa de la mayoría social frente a las fuerzas que muestran escaso aprecio por las libertades y los derechos o, incluso, están dispuestos a sacrificarlos en aras de una pretendida mayor eficacia de las soluciones nacionalistas autoritarias y excluyentes.

No parece que la defensa de la democracia pueda ser eficaz si se plasma exclusivamente en una proclamación abstracta de las virtudes de los principios y valores democráticos

No parece que la defensa de la democracia pueda ser eficaz si se plasma exclusivamente en una proclamación abstracta de las virtudes de los principios y valores democráticos. Tampoco, menos aún, si se pretende sustentar la lucha por la democracia en una gestualidad teatral o en el rescate de simplistas consignas antifascistas que, además de ser ajenas a nuestro tiempo, no responden a los problemas que percibe la mayoría social, ni a la necesidad de exigir soluciones más justas y equitativas a las instituciones democráticas o de contrarrestar los extendidos sentimientos de desamparo de parte de los sectores más vulnerables que se quejan, con razón, de no ser escuchados por parte de unos responsables políticos más acostumbrados a dar lecciones que a mostrar empatía por los problemas que sufren dichos sectores.

Probablemente, haya que prestar mayor atención a concretar y afinar la lucha por la democracia y los derechos humanos, pero resulta difícil imaginar su desarrollo, que supone una participación más activa de la mayoría social, sin que las organizaciones progresistas y de izquierdas contribuyan a seleccionar y armar propuestas operativas que muestren las ventajas tangibles que ofrecen los sistemas políticos democráticos que permiten la elección de las políticas y los objetivos y prioridades que la mayoría social considera más favorables para el conjunto de la sociedad. Sin olvidar la imprescindible regeneración democrática de los partidos políticos encargados de representar a la ciudadanía y de concretar y aplicar las políticas encaminadas a proporcionar mayores niveles de seguridad, bienes públicos, cohesión económica, social y territorial e igualdad de oportunidades al conjunto de la población. Sólo así será posible enraizar los derechos humanos, de los que la democracia forma parte, en la mayoría social y, especialmente, en las generaciones más jóvenes, vinculando sus expectativas vitales y laborales con la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos.

Larga vida a la democracia y los derechos humanos