viernes. 29.03.2024

Érase una vez en Cataluña

montseny
Montseny, en la Comarca de La Selva

Fue hace años, el mismo día que Bush y compañía iniciaron la Segunda Guerra de Irak. Nos enteramos de los primeros bombardeos todavía de noche, mientras conducíamos por la AP7, esos no lugares donde la vida es movimiento perpetuo, en la provincia de Tarragona. Todas aquellas manifestaciones, seguramente las más masivas de la historia de este país, habían fracasado. Y no había sido una derrota contra Estados Unidos, no. El fracaso lo había sido también ante la esfinge que nos pastoreaba por entonces, un tal señor Aznar. Sin embargo, esta no es la historia de aquella guerra, aunque sí posiblemente de las esfinges que suelen gobernarnos.

Aunque habíamos visitado con anterioridad Cataluña, fue un viaje de trabajo de un día. Sólo estuvimos en Barcelona, en la cuesta del Cotolengo, visitamos un parque gaudiano y hablamos con unas amables monjas que regentaban un centro de atención especial. Un taxista barcelonés de Aljucer nos orientó en la incertidumbre de una gran ciudad. Desde arriba vimos la ciudad, el mar al fondo, la Sagrada Familia a la derecha y la luz y el azul violento del cielo por detrás y en todos lados.

Pero en 2003, el destino no era Barcelona sino un pequeño pueblo de La Selva, en Girona, a los pies del Montseny, un paisaje con bosques de encina, rieras, helechos y setas en otoño. Fue ya de mañana cuando tuvimos nuestra primera experiencia con el catalán, un idioma que siempre nos fascinó desde que siendo adolescente leí la poesía de Espriu y saboreé la inmensa prosa de La Plaza del Diamante, aunque no diría del todo la verdad si no escribiera que anterior y posteriormente fuimos lectores voraces de escritores catalanes en castellano como Marsé, Vázquez Montalbán, los hermanos Goytisolo (excluyo en este caso al tercero de ellos, Luis, del que no he leído nada a mi pesar) y Mendoza entre otros.

Abandonamos la AP7 a la altura de Hostalric, después de pagar varios peajes. Antes de cruzar este pueblo de La Selva debíamos vadear un río por un puente estrecho. Al otro lado, un camión pequeño, seguramente para transportes por la comarca, se detuvo bruscamente cuando observó que habíamos comenzado a cruzar el río. Al parecer el puente tenía preferencia de paso y no la habíamos cumplido. A no menos de cien metros se oyó el grito grave del conductor del camión.

—¡Me cago en Deu!, ¡burro!

Posiblemente no fue el mejor primer acercamiento oral al catalán pero tenemos que reconocer que nos reímos dentro de aquel Ford fiesta de 1991 que tanto echamos de menos. No tuvo nada que ver con esas otras aproximaciones al idioma propio de los catalanes que escuchamos en la adolescencia. Del tipo, "¡háblame que te entienda o te rajo de arriba a abajo! " o esa otra exclamación  con orlas de estupor que hace referencia a que el "camarero me habló e  catalán habiéndole yo hablado en español".

El viaje de 2003 tuvo siempre de fondo a la Guerra de Irak. Subimos a un lago de aguas semiheladas, en el cruce de Viladrau se nos dijo que en ese pueblo habían vivido su romance un tal Urdangarín con una Borbón, paseamos por la riera de Arbucies, en un supermercado, una empleada nos dijo que había veraneando alguna vez en La Manga y mi hermano nos señaló un camino por el que subía a la masía donde vivía Manolo García, el de El Último de la Fila. Pero en esos días siempre sobrevoló sobre nuestro ánimo la indignación moral por la guerra que habían decidido tres señores en Las Azores.

En 2003 Cataluña no era una sociedad fracturada. Había independentistas más sentimentales que convencidos (más o menos como mi republicanismo), había convivencia y paz social. Había, y la hay, gente maravillosa, respeto a la diversidad, tolerancia. Nada que no siga siendo mayoritario ahora. Sin embargo, las máscaras que ocultaban el rostro del Régimen del 78 no habían caído todavía. Ese inmenso engranaje para saquear las arcas públicas, esa podredumbre que a lo largo de los años fue carcomiendo los cimientos de la democracia asentada sobre "vieja planta".  Todo eso cayó y ahora nos hemos vuelto excépticos sobre el alcance real de nuestra democracia. Pero hay algo que pervive y es la impavidez de la esfinge que ahora nos pastorea. La misma de 2003, la misma de 1936 o 1814. Hay idea dañinas que perviven a los avances de la Humanidad.

Años después entramos a una librería de Olot y le pedimos a la dependienta La Plaza del Diamante en catalán. Le dijimos que si en castellano su lectura era un placer inconmensurable, en catalán debería ser lo más parecido a sentirse en las cumbres celestiales. Ella me sonrió.

Nos despedimos. Aquella era mi Cataluña. 

Érase una vez en Cataluña