viernes. 29.03.2024

De frikis y populistas

Cuando tres de las cinco formaciones políticas agraciadas con el respaldo mayoritario de los votantes han salido...

Cuando tres de las cinco formaciones políticas agraciadas con el respaldo mayoritario de los votantes han salido en tromba contra una de ellas, queda claro que ésa ha sido la vencedora. Este es el caso de Podemos, destinataria de las diatribas más desenfocadas que se habían escuchado últimamente en política. Que si son unos frikis, que si son populistas, que si practican escraches, que si son bolivarianos, etc. Dichas reacciones ponen de manifiesto la cultura de régimen –que no de sistema- que anida en quienes se dirigen a un adversario político con calificativos que pretenden menospreciarlo y que, como efecto contrario, consiguen magnificarlo pues en la reducción discursiva de los epítetos que les dedican se muestra el desconocimiento profundo que tienen de su significado o el olvido interesado del reflejo de esos mismos epítetos en su propias conductas y manifestaciones verbales.

La Real Academia de la Lengua Española, en el avance de la 23ª edición de su diccionario, acoge el término friki con tres acepciones: 1. Extravagante, raro o excéntrico. 2. Persona pintoresca y extravagante. 3. Persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición. Si nos atenemos a las dos primeras acepciones (extravagante, raro, excéntrico, pintoresco) resulta que la política española está plagada de frikis, pues solo como extravagantes o excéntricas se pueden calificar muchas de las conductas y declaraciones de dirigentes partidistas y gestores públicos en los últimos años.

Como friki se puede calificar la reforma exprés de la Constitución española, pactada por PSOE y PP, mediante un trámite de urgencia que evitó la sosegada reflexión parlamentaria y la debida toma en consideración de la opinión pública. Como frikis se pueden calificar las dos reformas de la jurisdicción universal (una con el PSOE, otra con el PP) para contentar exclusivamente a gobiernos amigos (Israel y China). Como frikis se pueden calificar las continuas declaraciones que el expresidente Aznar hacía en sus viajes internacionales para descalificar al Gobierno de Zapatero y, con ello, sembrar dudas sobre la fiabilidad y la solvencia de España. Como friki se puede calificar la espantada de Esperanza Aguirre ante la imposición de una multa de tráfico. Como frikis se pueden calificar las concesiones de medallas a la Virgen del Pilar y a Nuestra Señora del Amor por el ministro del Interior, Fernández Díaz. Como friki se puede calificar la encomienda a la Virgen del Rocío de la ministra de Empleo, Fátima Báñez. Como friki se puede calificar la definición de “finiquito en diferido” de la secretaria general del PP, Dolores de Cospedal. Como friki se puede calificar la intervención de la alcaldesa de Madrid ante el COI en Buenos Aires, defendiendo la candidatura madrileña con su “relaxing cup of café con leche”. No puedo seguir porque llenaría bastantes folios.

Si nos atenemos a la segunda acepción académica del término friki (persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición) resulta que también tenemos numerosos ejemplos de frikis en la política española (y no solo en ella). Baste decir que España es uno de los países donde más se practica, de forma “desmesurada y obsesiva”, la afición de robar o desviar dinero para privilegios personales desde cargos institucionales, tanto públicos como privados. La lista de “listos” es tan larga que sorprende cómo, aun así, este país no se hunde, y sorprende más aún si pensamos en que solo aflora al conocimiento público la punta del iceberg de la corrupción, que se da en todos los ámbitos de la vida social pero, especialmente, en el político y en el empresarial. Con esta tercera acepción del término friki quizá se podrían sentir identificados muchos impulsores de Podemos, pues en su ánimo podría estar la práctica obsesiva de la afición por estar en política para influir en ella, cambiando las prácticas que la han denigrado, alejándola del digno quehacer de perseguir el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos.

Según el mismo diccionario de la Academia de la Lengua, populista es lo perteneciente o relativo al pueblo. Y no hay más acepciones. Aunque en política sí hay interpretaciones de este término, una en sentido negativo y otra en sentido positivo, tal y como cualquiera puede leer en la Wikipedia. Resulta que la acepción negativa del término populista solo puede adjudicarse a gobiernos que adoptan decisiones para contentar al pueblo, aunque dichas decisiones tengan consecuencias negativas para el mismo a largo plazo. Es evidente que Podemos todavía no gobierna, así que no se le puede calificar negativamente de populista. Pero quizá sí a nuestro Gobierno cuando retira la tarjeta sanitaria a los inmigrantes irregulares o al Gobierno castellano-manchego cuando suprime el sueldo a los diputados regionales.

La acepción positiva del término populista se refiere a movimientos sociales que demandan más poder para las clases medias y populares y mucho menos para las élites económicas y sus gestores políticos, especialmente cuando éstos secuestran la voluntad popular emanada de las urnas y gobiernan en beneficio de dichas élites o poderes fácticos, tal y como esta estafa –que llaman crisis- está poniendo de manifiesto. El populismo en este sentido se asocia, por ejemplo, a medidas de intervención estatal que disminuyan la pobreza, vía impuestos, y sujeten la actividad empresarial a la política. ¿Cómo no va a ser populista ahora esa parte de la ciudadanía machacada por los recortes y las reformas que los mercados dictan a los gobiernos y que están empobreciendo a millones de europeos, condenándolos al desempleo, a la exclusión social y a la emigración, mientras aumenta la riqueza de las élites (un 14% más de beneficio para las SICAV españolas) y aumenta también el número de ricos, a costa del incremento de la desigualdad que están generando esas políticas en el sur de Europa?

Algunos han acusado a Podemos de practicar escraches y puede que algunos votantes de dicha formación política hayan participado en alguno de ellos, como otros ciudadanos lo habrán hecho también y habrán votado a otros partidos. En cualquier caso, el escrache no es un delito sino una manifestación válida de la libertad de expresión –como así se han encargado de recordar algunas resoluciones judiciales-, además de una herramienta de protesta y defensa de los derechos humanos practicada no solo en España sino también en Argentina, Chile o Perú, por ejemplo. Quizás el PP fue pionero de los escraches cuando toda su cúpula posó en una fotografía colectiva en contra del juez Garzón, señalándolo con el dedo y marcándolo para que otros jueces lo tuvieran en su punto de mira. O incluso, más atrás, cuando dirigentes del PP compartían manifestaciones callejeras en las que se leían pancartas tipo “Zapatero al paredón”. Hay escraches y escraches…

Alguno ha calificado también a Podemos de movimiento bolivariano. Volviendo a la Wikipedia, el bolivarianismo es una ideología latinoamericana que pretende unir el republicanismo cívico-humanista con el socialismo, fundamentando un nuevo socialismo para el siglo XXI. Nada malo hay en ello pues todas las ideologías democráticas tienen derecho a concitar el apoyo mayoritario de la población para implementar sus políticas, como así se ha hecho en Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Lamentablemente, estas reacciones furibundas contra Podemos provienen de partidos políticos que, supuestamente, deberían defender el pluralismo político, que es uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico y que está garantizado por nuestra Constitución. El problema es que dicho pluralismo fue convertido en bipartidismo por el sistema electoral y por las medidas de parlamentarismo racionalizado incluidas en la Constitución y en los reglamentos de las Cortes Generales, que sirven para favorecer la posición del Gobierno en sus relaciones con la oposición, limitando la efectividad de ésta en el Parlamento. Así, los partidos que se han alternado hasta ahora en el Gobierno central han convertido nuestro sistema político en un régimen que bascula de Ferraz a Génova, igual que en la Restauración (1876-1923) basculaba de Cánovas a Sagasta.

De frikis y populistas