jueves. 28.03.2024

Una lenta agonía

En la anterior legislatura, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, no fue sincero en sus intenciones de formar un Gobierno de progreso, pues para ello habría insistido en establecer primero negociaciones con Podemos, segunda fuerza política de la izquierda y tercera fuerza parlamentaria, a pesar de las iniciales líneas rojas que ambos partidos esgrimían en público. Se reprochó a Podemos su empecinamiento en mantener la convocatoria de referendos de autodeterminación, pero de haber mediado intención sincera por sacar adelante un Gobierno de progreso, estoy convencido de que se habría llegado a una solución intermedia sobre ese asunto porque, en el curso de unas negociaciones PSOE-Podemos al más alto nivel, las posturas se podrían haber acercado para conseguir, al menos, la abstención de Ciudadanos. Lo que no resultaba lógico para formar un Gobierno de progreso con el PSOE al frente era lo que ocurrió, que este partido firmara primero un pacto de investidura con la nueva derecha de Ciudadanos y, luego, pidiera a la izquierda alternativa de Podemos que se sumara sin más a dicho pacto.

En la situación actual, en la que sólo el PP ha mejorado sus resultados electorales, perdiendo votos y/o escaños los otros tres partidos principales, la secuencia de los actos ha sido lógica: el líder del partido que ha ganado las elecciones intenta, esta vez sí, la investidura con el apoyo de otra fuerza parlamentaria afín, sumando en total 170 votos a favor, a sólo seis de la mayoría absoluta. Es cierto que el candidato a la investidura, Mariano Rajoy, debería haber negociado también con algún partido nacionalista para asegurarse unos pocos escaños más, pero dado el deterioro de las relaciones de su Gobierno con PNV, ERC y PDC (antigua CDC), el candidato ni lo intentó, pasando la pelota de la responsabilidad de la obstrucción a la investidura al líder de la oposición y del PSOE, Pedro Sánchez, que se ha negado en redondo a facilitarla, movido principalmente por sus intereses particulares al frente de la dirección del partido, según piensa gran parte de la opinión pública.

Si en nuestra democracia se respetaran escrupulosamente las reglas del juego constitucional, ante una aritmética parlamentaria mermada y enrevesada a más no poder, para facilitar la gobernabilidad del Estado lo lógico habría sido que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, hubiera facilitado con la abstención de su grupo parlamentario (o parte de él) la investidura de Mariano Rajoy, pero condicionando su Gobierno con un programa de urgencia consensuado a dos años vista (media legislatura), con predominio de ministros independientes y derecho a veto para nombramientos gubernamentales, y a expensas también de lo que depararan los procesos judiciales por corrupción en los que el PP es parte implicada. Ese Gobierno de Rajoy condicionado se habría sometido a una cuestión de confianza a los dos años (o antes de ese plazo a una moción de censura) y, de no superarse entonces, el líder del PSOE podría presentar fácilmente su candidatura a la investidura de un nuevo Gobierno. Este habría sido el proceso habitual que la cortesía parlamentaria hubiera dictado en cualquier democracia respetuosa, de no haber una alternativa diáfana a la investidura de un candidato, que no la hay, puesto que ahora PSOE y Podemos suman juntos menos escaños que en la anterior legislatura, los partidos nacionalistas catalanes no renuncian al referéndum de autodeterminación como condición previa para su apoyo, y el PSOE social-liberal rechaza de plano un Gobierno con Podemos.

Pero como España tiene la democracia que tiene, nos hallamos metidos en este laberinto que, por segunda vez, y a mi juicio, construye el líder del PSOE, Pedro Sánchez, para salvar no ya su liderazgo de partido, que lo tiene cada vez más difícil, sino su honra personal, pues no quiere pasar a la Historia como el líder del PSOE que facilitó un Gobierno a la derecha más corrupta y antisocial que ha habido desde la restauración de la democracia (aunque ya no sería ni tan corrupta ni tan antisocial, pues estaría maniatada por el Congreso). Desde el punto de vista humano y personal, yo entiendo su actitud, pero desde el punto de vista del ciudadano y elector, me cuesta trabajo entender que, incluso ante las demandas veladas de influyentes dirigentes de su partido, no haya convocado un cónclave del Comité Federal y del Grupo Parlamentario en el que someter a debate la posición del PSOE ante la investidura de Rajoy para que, de facilitarse ésta, hubiera sido una decisión colegiada y no personal. Se entiende, por otro lado, el miedo de otra parte del PSOE, quizá la más socialdemócrata, a dar ese paso, ante la posible pérdida futura de apoyos que llevara a Podemos, en unas próximas elecciones, a sobrepasar al PSOE en votos y escaños, arrebatándolo de la hegemonía en la izquierda. Pero creo que ese miedo, si se materializara en una menor intención de voto en futuras encuestas electorales, podría combatirlo el PSOE endureciendo su papel en la oposición, promoviendo su alternativa de Gobierno dentro de dos años, bien rechazando la cuestión de confianza de Rajoy, bien presentando una moción de censura.

Lo que ahora pretende Pedro Sánchez es ganar tiempo hasta las elecciones vascas y gallegas para pasar la pelota de la responsabilidad por unas terceras elecciones a sus dos competidores por la izquierda y por la derecha, Podemos y Ciudananos, a los que posiblemente les solicite un apoyo incondicional, si quieren desalojar al PP del Gobierno. O esperar al siguiente paso en la  hoja de ruta soberanista del Parlament de Catalunya para convocar, entonces sí, un Comité Federal que se pueda replantear la abstención a Rajoy como medida profiláctica ante el conflicto territorial catalán. Porque Sánchez sabe, por otro lado, que si el PSOE tiene un mal resultado electoral en Euskadi y Galicia, posiblemente el Comité Federal se lo impongan a él para sustituirle al frente de la Secretaría General del PSOE. En ese caso, ya sería otro u otra quien asumiera la responsabilidad histórica de haber facilitado un Gobierno del PP, aunque sea condicionado.

Hay otras opciones, aunque más improbables. Que el PP responsabilice del bloqueo a su líder y, aprovechando la indignación popular por las mentiras del nombramiento de Soria, promueva la sustitución de Rajoy por otro candidato menos intoxicado por corrupción y recortes. O, también, que ante un mal resultado en las elecciones vascas y gallegas, y ante la próxima declaración soberanista del Parlament, el PSOE proponga una abstención tripartita con Podemos y Ciudadanos, y así no asumir en solitario la responsabilidad de dejar gobernar a Rajoy, aunque sea con limitaciones. O, en el último de los supuestos, que Pedro Sánchez ponga encima de la mesa la opción de un candidato o candidata independiente, con el riesgo de soliviantar al electorado del PP. Todo es posible después de la frase que pronunció: “el PSOE siempre estará en la solución, aunque yo no no me estoy postulando”. En último término, si vamos a unas terceras elecciones, sólo el PP saldría beneficiado, rozando o consiguiendo la mayoría absoluta. ¿Está dispuesto Sánchez a terminar así su mandato al frente del PSOE? Tendrá que elegir entre esta opción o dejar gobernar al PP, condicionándolo desde la oposición, unas veces con Podemos, otras con Ciudadanos. Sólo desde esta última opción Pedro Sánchez sobrevivirá más tiempo como Secretario General del PSOE.

Una lenta agonía