viernes. 29.03.2024

Orgullo

Se celebra estos días en Madrid la gran fiesta internacional del orgullo gay. La ciudad recibirá más de dos millones de visitantes y los hoteles estarán abarrotados. Todo girará alrededor del barrio de Chueca y habrá música, arte, cultura y la orgullosa y necesaria reivindicación de tantas personas (se me atraganta la palabra colectivo) cuya sexualidad, todavía hoy, continúa siendo sojuzgada en muchos en países tan democráticos como el nuestro, y perseguida y penada en tantos otros. El sentido común nos dice que las personas no deberían ver disminuidos sus derechos ciudadanos ni su libertad por su sexualidad ni por su ideología y, sin embargo, seguimos lejos de conseguirlo. Venimos de tiempos muy oscuros, y no tan lejanos, respecto a este y a otros temas relacionados con la sexualidad, la libertad y la igualdad de derechos. Todavía hoy se dan casos de homofobia, demasiados, que nos avergüenzan y nos recuerdan que tenemos que seguir peleando por una sociedad más abierta. Un ejemplo tonto, pero significativo, es lo ocurrido hace unos días precisamente en un inmueble del barrio de Chueca. El dueño de la cafetería Noma decoró la fachada de su local, que ocupa el bajo del edificio en cuestión, con la conocida bandera arcoíris, símbolo del movimiento LGBT. Enseguida llegaron las denuncias de los vecinos e incluso un correo electrónico de la empresa administradora de la finca pidiéndole su retirada por motivos estéticos. Según el dueño, la policía llegó a presentarse con los bomberos para descolgar la bandera, alegando que el símbolo del orgullo gay “violentaba a los vecinos”.

Hace poco leí El amor del revés (Anagrama, 2016), esa magnífica novela confesional de Luisgé Martín en la que narra la conflictiva relación que durante buena parte de su vida mantuvo con su sexualidad. Era un bicho raro, el monstruoso insecto de La Metamorfosis de Kafka. Cuánta tristeza, cuánta violencia, cuánta irracionalidad e ignorancia… La novela describe con inteligencia y crudeza las zonas de sombra de una sociedad que, todavía hoy, continúa arrastrando una pesada carga de prejuicios atávicos e intolerancia.

Sin embargo, no todo es tan negativo. Creo que si algo hemos conseguido, a pesar de todo, es que quienes vienen por detrás crezcan sin muchos de esos prejuicios con los que nos educaron a nosotros. Para mí es un orgullo ver la naturalidad con la que mis hijos y sus amigos hablan de este tema, lejos del oscurantismo religioso, cargado de culpabilidad, que ensombreció el despertar sexual de nuestra generación.

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