miércoles. 24.04.2024

Nuestro lugar en el mundo

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Se nos va todo a la mierda. Se ha muerto Federico Luppi y el tiempo se me echa encima con esos veinticinco años de una película que me gustó y me marcó tanto como marcaban y gustaban antes algunas películas. Se nos va, el tiempo nos precipita. Tenía veinte años cuando se estrenó Un lugar en el mundo. Desde entonces, la he visto infinidad de veces. Para mí es algo importante; significa muchas cosas, encierra recuerdos, representa un buen puñado de sueños y anhelos que entonces uno imaginaba que podría llegar a alcanzar, poco a poco, con el paso de los años. La vida adulta empezaba y todo estaba por hacer, yo mismo estaba por hacer, tan crudo que quizá hoy ya no me reconocería. Sí, desde entonces, veinticinco años de cocción a fuego lento hasta llegar a esto que soy ahora, un plato, sin embargo, todavía sin terminar, que se ha construido y destruido sucesivas veces, que pareció ir a romperse en alguna ocasión pero que sobrevivió casi milagrosamente; esos milagros laicos que también tiene la vida. Lo pienso y es tremendo, veinticinco años… Luppi me pareció un actor formidable, era la primera vez que lo veía. Su personaje en la película, por supuesto, le quedaba a la altura, Mario, un hombre derrotado pero al que todavía le queda por ganar una batalla, la de la dignidad, la de haber descubierto algo con verdadero sentido y por lo que vale la pena luchar. Cuando uno encuentra su lugar… nos dice; esa razón para seguir, un motivo por el que aferrarse a la vida. Mario es un frontera, como lo llama José Sacristán, Hans, ese geólogo de vuelta de todo que el actor español consigue bordar. No voy a contar aquí la película, supongo que ustedes la habrán visto. Se nos va todo a la mierda, Erni, le dice Mario a su hijo cuando ese lugar pequeño y frágil que ha construido a base de “un idealismo de otra época” (acierta, de nuevo, Hans) empieza a desmoronarse por los brillos hipnóticos del capital, ese trampantojo de la inmediatez que acaba arrasando con todo. He seguido la carrera de Luppi desde aquella película y he vuelto a disfrutar de grandísimos personajes, los mejores, para mí, de la mano de Adolfo Aristarain. Se ha muerto Federico Luppi y los recuerdos parecen envejecer de golpe, pero, aunque la realidad se empeñe en irse a la mierda una y otra vez, a algunos siempre nos quedará la ficción, nuestro refugio, nuestro lugar en el mundo. 

Nuestro lugar en el mundo