jueves. 28.03.2024

Némirovsky en el taller

Leemos a Irène Némirovsky, su Suite francesa. Un libro que es una leyenda en sí mismo. Las circunstancias terribles de su nacimiento, de su escritura urgente, casi una crónica de la cotidianidad de unos sucesos terribles, de una época atroz. Su escritura agotándose a sí misma, como se agota la vida de su creadora, con una lúcida y cruel consciencia del final. Porque Némirovsky sabía que no le quedaba tiempo, que el cerco de la infamia de aquella Europa de 1942 se estrechaba sobre ella, que su propio país, Francia, había bajado los brazos en un sálvese quien pueda que la condenaba.

En el taller de lectura había ciertas dudas, ciertos reparos con esta novela entre quienes no la conocían. No querían leer otra historia más sobre el espanto de la guerra, sobre ese destino trágico al que cíclicamente el ser humano parece abocado, quién sabe si por su propia y estúpida naturaleza. Surgió entonces cierta polémica, un sano debate entre quienes consideraban que nuestras tertulias deberían centrarse en temas más amables y los que apuntaban la absoluta necesidad de leer libros como este, de darlos  a conocer, de exigir que la memoria no se destruya ni trivialice, porque es la mejor arma contra la barbarie. Memoria u olvido, pasado o futuro, esa dicotomía que tantas veces parece insalvable. La literatura, sin embargo, es ese vasto territorio donde pasado y futuro conviven en una azarosa naturalidad, donde los hilos imperceptibles que en la realidad hilvanan nuestras vidas a lo largo del tiempo se vuelven visibles y nos ayudan a entender mejor ciertas actitudes, los destinos de tanta gente, personajes, claro, de ficción, pero que muchas veces nos representan con lucidez antropológica o son un reflejo tan fiel de nosotros mismos como nuestra  imagen cambiante, día tras día, en el espejo.

Les animé a leerlo, le quité hierro al trasfondo bélico de la novela, les aseguré que la prosa de Némirovsky, elegante y sutil, no exenta de ironía, iba a proporcionarles una experiencia literaria única. Les hablé de la vida de su autora, de su infausto final en Auschwitz, a los 39 años, de la tragedia humana que en sí misma encerraba la historia de la publicación de Suite francesa. Pura emoción desde las primeras palabras del maravilloso prólogo de Myriam Anissimov, hasta las notas manuscritas de la propia Irène Némirovsky, incluidas en la parte final. Un libro, me parece, cada vez más necesario.

Némirovsky en el taller