jueves. 25.04.2024

Los ofendidos

Este mundo nuestro de las redes sociales me parece cada vez más naif. A las encendidas disputas que se generan diariamente por los temas más irrisorios, estúpidos o insignificantes, a los alardes de estudiado “ingenio” de unos y de chispeante mediocridad de otros, así como al entusiasta y acomodaticio gregarismo del hashtag, se le suma ahora, cómo denominarlo, la cruzada de los ofendidos. Supongo que el problema no son las redes sociales, claro, sino el efecto lupa que producen sobre la estupidez humana. Los ofendidos, por supuesto, no suelen serlo por una cuestión personal y directa, que tendría su lógica, sino por una suerte de hipersensibilidad corporativa que les lleva a ofenderse no ya a título personal, digamos, sino en nombre de todos los suyos. Pondré un ejemplo. Si en una red social algún lector vengativo escribiese “Ontañón cabeza de melón”, ¿acaso no tendría yo una razón de peso para sentirme molesto y agraviado por el comentario, a pesar del indudable talento para la rima fácil de mi ofensor? En este caso, parecería razonable que yo pidiese la retirada de dicho verso y las disculpas pertinentes. Por el contrario, si leyese un comentario en el que alguien expresa, por ejemplo, su desprecio hacia quienes emplean su tiempo en leer o escribir, por mucho que me disgustase tal afirmación, ¿sería razonable que exigiese la inmediata retractación por parte del espécimen en cuestión? La libertad de expresión no existe solo para que tengamos derecho a decir banalidades o a hacer observaciones siempre políticamente correctas, precisamente, su figura responde a la necesidad de garantizar la posibilidad de hacer o decir justo lo contrario. Por suerte, no todos pensamos igual, aunque a muchos esto pueda parecerles un castigo de los dioses, y poder pensar o expresarte como te parezca acerca de todo lo humano y lo divino sin que te quemen en la hoguera, me parece a mí uno de los avances más notorios de la humanidad en los últimos tiempos. Tanto es así que esta libertad de expresión que nosotros nos empeñamos en poner permanentemente en tela de juicio (con acusaciones a niños que cuelgan en Instagram un fotomontaje de su cara en una figura de Jesucristo, por ejemplo, o a quienes se dedican a hacer chistes más o menos afortunados en Twitter, o a decir esto o lo otro acerca de cualquier colectivo…) todavía es una quimera en muchísimas partes del mundo. Da que pensar.

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