martes. 16.04.2024

La realidad camina

CAMINA

Sorprende un poco pensar en todo lo que uno ha hecho o dejado de hacer y en lo rápido que han pasado épocas que parecían haber adquirido una condición permanente

Hace relativamente poco que he cogido la costumbre de salir a correr. Nunca he tenido un espíritu, digamos, deportista. Jugué al fútbol en mi adolescencia, era portero. Luego, la juventud resultó menos exigente físicamente de lo que uno hubiera podido imaginarse. No fui un gran estudiante, no fueron largas jornadas de estudio en la biblioteca o en la habitación de mi piso de estudiante las causantes de mi inactividad. Sin embargo, los bares eran otra cosa. No cualquier bar, claro, porque hasta el mero hecho de beber, a mis ojos, ha de poseer cierta cualidad estética. Me gustan los bares tranquilos donde, además de conversar durante horas interminables con los amigos, uno pueda desenfundar una novela en alguna tarde solitaria y leer mientras espera o mata sencillamente el tiempo por delante de un domingo. Si echo la vista atrás, estas dos actividades han ocupado mi vida de un modo inequívoco y placentero. Su demanda atlética es despreciable. Y de este modo pasaron tantos años que, a mis ya cuarenta y cinco, sorprende un poco pensar en todo lo que uno ha hecho o dejado de hacer y en lo rápido que han pasado épocas que parecían haber adquirido una condición permanente, algo así como ese Período Permanente del que Frank Bascombe nos habla en Acción de Gracias, la tercera novela de Richard Ford sobre tan entrañable personaje y su forma de desenvolverse en una vida y un mundo que también son los nuestros: “El Período Permanente hace que el congestionado y enredador pasado se funda en beis y el presente brille con su radiante presencia”.

Durante mi Período Permanente, me gustaba caminar por la ciudad, largas distancias durante las que observaba la realidad con detenimiento. La crisis (permanente también), en la que parece que hayamos vivido siempre, me mostraba negocios cerrados, aceras sucias, tantas personas rebuscando en contenedores, durmiendo en bancos a la intemperie o en cajeros, tan cerca del dinero que otorga o niega dignidades. Ahora, de vuelta a una amable incertidumbre, salgo a correr y la ciudad pasa ante mí sin tanto detalle, concentrado en el esfuerzo, espoleado por la música que me ayuda a marcar el ritmo. Es fácil pasar de largo, mirar para otro lado, disfrutar de una belleza que está más allá de la vida real. Me gusta correr, pero sé que hay Períodos Permanentes que no parecen tener fin. No nos olvidemos de caminar y mirar con detenimiento. Demasiadas cosas siguen igual.       

La realidad camina