viernes. 29.03.2024

Días de diario

Escribimos un diario. Queremos que esa escritura cotidiana, ese desahogo interior o el simple reflejo de lo que acontece a nuestro alrededor nos sirva de acicate, nos eleve de nuestra mera actitud contemplativa de lectores agradecidos, de lectores veteranos y con la piel llena de frases tatuadas, de cicatrices dejadas por algunos libros maravillosos, marcas indelebles de esa transformación que trae consigo la lectura y que es inevitable; porque leer es abrir puertas a ideas y sensaciones nuevas, a constantes descubrimientos que ensanchan nuestra visión del mundo, de la realidad, de la vida. Escribimos un diario porque queremos trascender la lectura y convertirnos en sosegados amanuenses, en palabras sobre el papel de una hermosa libreta.

Escribir es un bello e indómito propósito para muchos lectores, pero muchas veces la experiencia se vuelve contra nosotros, porque lo que en el papel impreso de una novela fluye con esa gracia musical ante nuestros ojos, parece enflaquecer hasta marchitarse sobre el papel en blanco de nuestra libreta. No es fácil escribir, requiere más armas que las palabras. Exige una voluntad algo ingenua, muy ingenua, quizá. Escribir es buscarse un espacio, un lugar y llenarlo de tiempo para uno mismo, para procurarnos una suerte de ensimismamiento, en apariencia poco productivo, que nos aleja del mundo, de la cruda realidad de las facturas por pagar y de la compra por hacer y la casa por limpiar. El hábito diario es innegociable. Escribir es un oficio, solo la práctica constante consigue arrojar luz, resultados palpables. Solo el ejercicio de la escritura puede perfeccionar nuestra técnica, dotarnos de eso que llaman estilo, concedernos ese don tan anhelado: una voz propia.

En el taller, escribimos un diario y descubrimos que el esfuerzo recompensa, que las palabras acaban acudiendo si uno demuestra la paciencia y el tesón necesarios, porque el bagaje de nuestras lecturas es una red de seguridad y también la materia prima con la que podemos moldear nuestra propia escritura.

Solo es el comienzo, sentarse cada día a la mesa y encontrar esa rutina que consiga vencer a la página en blanco. En Días de diario, Antonio Muñoz Molina escribe: “Este es el momento del miedo, el de empezar a escribir y sentirse sin fuerzas para hacerlo, sin inspiración, con un abatimiento que no parece posible vencer. Este es el momento que hay que salvar siempre, como se da un salto para salvar una zanja, sintiendo de golpe toda la torpeza y la cobardía del cuerpo”.

Días de diario