sábado. 20.04.2024

Los idiotas

Fui socio del Dépor muchos años. Dos domingos al mes acudía fielmente al estadio para disfrutar del partido en vivo, donde la experiencia del fútbol poco o nada se parece a la de verlo a través de la televisión (algo parecido a lo que ocurre con una película cuando la vemos en el cine o en el salón de nuestra casa). No soy muy futbolero. Los únicos partidos que veo son los de mi equipo. Del resto, apenas conozco los nombres de los jugadores ni el puesto que ocupan en la tabla clasificatoria. Quiero decir con esto que mi relación con este deporte es ambigua; mi pasión y mi interés por la competición y lo que la rodea no va más allá de los noventa minutos que dura un solo partido cada fin de semana. No obstante, los días que había fútbol en Riazor siempre eran algo especial. Tenían una rutina de día festivo con vermú largo, de ocioso paseo por la media luna de la bahía hasta el estadio, junto a la playa y el idéntico espectáculo del mar en calma, arrancando infinitos relumbres del sol, o encrespado y violento en la lluviosa grisura de una tarde de invierno. El olor del césped húmedo y recién cortado, las voces de los futbolistas y el rumor de sus carreras y del deslizamiento de sus botas sobre la hierba, los golpeteos al balón… un fragor de contienda pacífica, de lucha de estrategias, de juego, al fin y al cabo.

Lo único que desentonaba siempre en aquel espectáculo, en aquellos sábados o domingos memorables, eran ciertos individuos (a veces aislados y perfectamente reconocibles -el señor de al lado, la señora sentada tres filas por debajo, los dos tipos de atrás-, y otras, despersonalizados entre la masa de aficionados de un mismo graderío que jalea sus consignas al unísono) que con su actitud chulesca o violenta, sus cacareados comentarios de troglodita poco aventajado y sus cánticos chovinistas y analfabetos, a menudo conseguían romper el encanto del momento y devolverme de golpe a la realidad cruda de saberme rodeado de tantos idiotas con los que, para mí vergüenza, compartía una misma afición. En el estadio, he oído de todo: gritos racistas, machistas, homófobos, fascistas… pero sobre todo, gritos de una incultura violenta y orgullosa. No son mayoría, pero siempre ha sido un grupo nutrido.

Este año, el comienzo de la liga ha tenido como triste protagonista a uno de esos grupos de idiotas que, en el estadio del Molinón, chillaban como monos cuando el jugador del Athletic, Iñaki Williams, tocaba la pelota. La noticia ha sido que el árbitro decidiese parar el partido (decisión encomiable) hasta que los insultos cesasen, no el racismo, que, por desgracia, me temo que es algo habitual en los estadios.

Cuando vuelvo, ya muy de vez en cuando, a Riazor, me siento abochornado cada vez que una parte de la hinchada grita con monumental idiocia eso de “¡Tú, vigués, puto portugués!”. Y es que el fútbol es así, y la educación, también.  

Los idiotas