jueves. 28.03.2024

Banderas de nuestros tiempos

Un estudiante de diseño ha propuesto una bandera que represente al planeta Tierra, a todos los seres humanos en su conjunto.

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Un estudiante de diseño (sueco, claro) ha propuesto una bandera que represente al planeta Tierra, a todos los seres humanos en su conjunto, en futuras misiones espaciales. Fondo azul y siete anillos blancos entrelazados en un ejercicio académico algo inocente, porque no se aprecia voluntad de arrinconar los viejos símbolos de siempre.

Tocados de plumas, planchas metálicas labradas o sedas teñidas han encabezado ejércitos y distinguido tribus desde hace milenios. Directas, simples y tajantes, separaron amigos de enemigos en la batalla, humillaron al contrario cuando eran capturadas, ondearon orgullosas en las victorias. Y nos siguen acompañando hoy.

En un breve recuento, están de más actualidad que nunca banderas como la confederada, elemento folclórico que sobrevivía en matrículas y festivales de rock sureño y que la última masacre racista ha arriado de edificios oficiales y tiendas online. Mientras, se izaba en el twitter de la Casa Blanca otra bandera, la del arcoiris que festeja la aprobación de los matrimonios homosexuales.

Esa misma enseña multicolor luce orgullosa en el Ayuntamiento de Madrid y adorna la sede de la presidencia de la Comunidad, aunque en este caso medie una petición de la oposición, se escamotee la noticia en fuentes oficiales y la iniciativa sólo sea difundida por la presidenta a título personal en sus perfiles sociales.

Otras banderas han sido noticia por servir de fondo a mítines engalanados como pueblo en fiestas o portada dominical del ABC. Enormes rojigualdas de récord Guinness, en competencia con la que preside el Zócalo mexicano o la que asombra (en todas las acepciones de la palabra) la plaza de Colón.

Aún ha habido más. Banderas rojas convertidas por Pablo Iglesias en escombro de tiempos pasados, como si el morado nazareno no pudiera ser también un color sujeto a vaivenes y mudanza. Macabras banderas negras, envolviendo el horror de cabezas decapitadas. Y banderas griegas, blancas y azules, saliendo rebeldes a las calles frente a banderas europeas a las que empezamos a contar las estrellas, por si en la refriega se nos cae alguna.

Desde que, según la leyenda, un herrero persa ensartara con una lanza su mandil de cuero creando así el primer estandarte para el nuevo imperio, las banderas nos han arropado o perseguido. Por nacimiento o por elección. Nos han dado colores por los que luchar o a los que combatir. Colores que, pese a los esfuerzos del bienintencionado diseñador nórdico, lejos de apagarse se multiplican en más banderas. Banderas que nos representan, que nos separan y que, a veces, nos esconden.

Banderas de nuestros tiempos