jueves. 28.03.2024

Una política basada en la exportación sin corazón

En términos generales una estrategia exportadora es una estrategia, no sólo de empobrecer al vecino sino, también, de empobrecerse a uno mismo. Empobrecer al vecino porque exportar supone que otro país  importe, por lo que para que una país tenga superávit en su cuenta comercial tiene que haber otro que tenga déficit. Empobrecerse a uno mismo porque el trabajo, la producción y el capital propio se dedican a ofrecer bienes y servicios para el exterior, por lo que los beneficiarios son ciudadanos de otros países, aunque ciertamente los bienes y servicios se pagan y estos incrementan las cuentas en dinero de la economía nacional (a veces sólo de personas particulares),  pero sabemos que el dinero no es lo que se come.

No debemos olvidar, además, que las empresas exportadoras en nuestro país son aquellas que tienen mayor volumen, lo que representa un porcentaje nimio en términos absolutos, y que, incluso, muchas de ellas operan sin complejos en paraísos fiscales. Por el contrario, la empresa pequeña en España es el modo habitual (1). El modelo de emprendedor,  potenciado por el actual partido en el gobierno y en funciones, deja a las personas, a falta de trabajo por cuenta ajena, ante una perspectiva de buscarse la vida como pueda y sin las ayudas y facilidades que tiene la gran empresa. Son así, la mayoría de las personas las que pierden, beneficiándose los menos.

La estrategia de las políticas neoliberales exportadoras se corresponden con la aplicación de dosis dolorosas de austeridad: reducir los salarios, reducir el gasto público, incrementar las tasas a los servicios prestados por el estado, evitar los déficits públicos, embridar la inflación, etc. Entienden que en periodos de depresión económica se sale reduciendo los gastos públicos, lo que reduce las posibilidades de demanda agregada, lo que va en contra de cualquier lógica, especialmente cuando los inventarios de las empresas están repletos de bienes sin vender. “Abaratar el trabajo (recortar salarios) no reducirá el desempleo, a no ser que dichos recortes incrementen de alguna manera el gasto total. Obviamente, los salarios son un elemento importante de los ingresos totales y el gasto depende de los ingresos. Rebajar los salarios es probable que empeore una caída del gasto (2)".

¡Qué pronto se olvidan los buenos consejos económicos! Keynes el mejor economista de siglo pasado lo comprendió claramente en su Teoría General,  su libro más importante: Las empresas producen tanto producto como creen que serán capaces de vender, y dan trabajo a la cantidad de trabajadores que esas empresas creen que necesitarán para producir la cantidad de producto que piensan vender.

La evidencia también nos ha demostrado que la reducción de los Costes Laborales Unitarios, la mayor productividad y el crecimiento económico por sí mismos no han garantizado la generación de empleo de calidad ni el aumento del bienestar de las sociedades. Basar la mejora de la competitividad, para buscar una mayor exportación, en la devaluación interna lo que sí ha provocado es un aumento de los beneficios y un perjuicio de los trabajadores tanto en empleo como en salarios. Además la competitividad internacional hace que la economía entre los países sea una continua lucha por unos mayores índices de exportación y de los recursos externos. En este sistema está claro que hablamos de vencedores y perdedores y, por tanto, de un sistema injusto y desigual que vuelve a perder el norte de las personas como objetivo básico. Un ejemplo claro de esta rivalidad se da en el contexto europeo que a pesar de su unión política, aplicando las mismas reglas de austeridad y competitividad, ha hecho aparecer desequilibrios que potencian los resultados de unos (los que de por sí ya son más ricos), incrementando las deudas de otros (los que ya tienen más problemas).

Aquello que perseguimos se convierte muy a menudo en nuestros ídolos, aunque sean de barro y nos devuelvan lo contrario  de lo que se persigue. Las políticas que están imperando en Europa tienen en cuenta parámetros que debieran servir de faro para mejorar  la vida de la ciudadanía, pero que, siendo tozudamente fundamentalistas, olvidan precisamente medir el bienestar de las personas. Parámetros importantes en una sociedad centrada en el trabajo remunerado: el empleo, son la población en edad de trabajar y con posibilidades de hacerlo, los empleos existentes, la calidad de los mismos y el número de desempleados. Son parámetros que nos indican la distribución de la renta existente. Sin olvidar, no obstante, el porcentaje de rentistas existente en la sociedad y el nivel de rentas que poseen, hecho importante en esta economía financiarizada en la que los acreedores y los deudores se han distanciado de una manera injusta.

Pero la política europea pronto se olvidó de lo importante: las personas. El Tratado de Maastricht abandonó oficialmente la búsqueda del pleno empleo (3). Se abandonaron las buenas intenciones habidas después de la Segunda Guerra Mundial con las que se dio paso a los Estados del Bienestar y grandes tiempos de bonanza, mediante un pacto entre el capital y el trabajo que hacía posible el pleno empleo. Lo que sí está quedando claro es que la ideología y los intereses de las élites, nuevamente, triunfan sobre la evidencia económica que día a día nos demuestra que perseguir otros objetivos menos humanos tiene efectos dañinos sobre la propia humanidad. Y por ello, para concluir, quiero dejar claro que la mayor ineficiencia económica es el desempleo masivo.


(1) El 55,3 % de las empresas no tienen ningún asalariado, además otro 28,2 % tienen uno o dos empleados. Sin olvidarnos de cómo puede incrementar estos números la existencia de economía sumergida.
(2) Mitchell, William (2016). La distopía del Euro. Lola Books.
(3) William Mitchell nos da la siguiente  información: “A medida que los responsables políticos imponían políticas de austeridad en su esfuerzo por cumplir con los criterios [de Maastricht], las tasas de desempleo aumentaron entre 1992 y 1995 de la siguiente manera: Bélgica de 7,1 % a 9,7 %, Grecia de 7,9 % a 9,2 %, España de 16,3 % a 20 %, Francia de 9,3 % a 10,6 %, Italia de 8,8 % a 11,2 %, Países Bajos de 4,9 % a 7,1 % y Portugal de 4,1 % a 7,2 %.”

 

Una política basada en la exportación sin corazón