viernes. 19.04.2024

Perdónanos nuestras deudas

La austeridad ha demostrado que incrementa la desigualdad y contribuye muy poco o nada a mejorar la economía.

Nos decía Thomas Piketty en su famoso libro El capital en el siglo XXI que “El mundo es rico, es rico; son sus gobiernos los que son pobres. El caso más extremo es el de Europa, que es a la vez el continente con los patrimonios privados más grandes del mundo y al que le cuesta más trabajo resolver su crisis de deuda pública. Extraña paradoja (1)”. Sin duda es una gran paradoja, resulta que aquellos que quieren un Estado más débil son los más poderosos, son aquellos que mantienen encadenado al Estado y sus ciudadanos con la deuda pública. Son aquellos que manejan los hilos de la sociedad y hacen las leyes a su imagen y semejanza.

Piketty considera que el impuesto excepcional sobre el capital privado es la solución más justa y más eficiente para eliminar la deuda soberana, sin duda una utopía en estos momentos, y que la peor solución es la que Europa está aplicando tozudamente, es decir “una dosis de prolongada austeridad”. Hay una solución intermedia, que ha sido la herramienta principal para reducir la deuda en la historia: la inflación. Piketty nos cuenta, al respecto, que ha sido Alemania el país que comparativamente ha recurrido en mayor medida a utilizar la inflación como método de reducción drástica de la deuda. Hay que recordar que la deuda tiene un coste fijo, pactado de antemano, y que al depreciarse el dinero por la inflación el coste de la deuda se deprecia también.

La austeridad, sin duda, es una mala solución que debilita más que fortalece. “El ejemplo histórico más interesante de una dosis prolongada de austeridad es el del Reino Unido en el siglo XIX [...] se hubiera requerido un siglo de excedentes primarios (aproximadamente de dos a tres puntos del PIB por año, en promedio de 1815 a 1914) para deshacerse de la enorme duda pública derivada de las deudas napoleónicas (2).” En Europa llevamos camino de encenagarnos en soluciones igualmente eternas, salvo que se adopte una política clara con medidas que estimulen el consumo y la producción. En los países europeos el pago de los intereses relativos a la deuda pública es una de las partidas más importantes de su presupuesto de gastos, esquilmando así la posibilidad de dedicar recursos a la sanidad, la educación y las prestaciones sociales y ahogando el camino hacia una mejora persistente.

La austeridad ha demostrado que incrementa la desigualdad y contribuye muy poco o nada a mejorar la economía. Y ya todos somos conscientes de que “las grandes desigualdades podrían anunciar crisis macroeconómicas, porque la contradictoria unidad de producción y realización se hace mucho más difícil de mantener en equilibrio cuando la realización depende de los caprichos y hábitos discrecionales de la gente rica más que de las sólidas y fiables demandas no discrecionales de los trabajadores pobres (3)”.

No se puede olvidar tampoco que en nuestro país la deuda al inicio de la crisis cumplía los requisitos europeos (inferior al 60 por ciento del PIB) y era de las menos elevadas entre los países de su nivel. No obstante, el endeudamiento que inicialmente era principalmente privado, fue transferido al Estado mediante los rescates (regalos) al sistema financiero y, como consecuencia, se elevó la deuda pública a unos niveles muy significativos que actualmente están cercanos al 100 por 100. Es decir al mismo tamaño que el Producto Interior Bruto (PIB) de nuestra querida España. ¡O sea todo lo que España produce en un año!

Cita Wolf a Walter Bagehot que describió de esta forma el origen y las consecuencias de la política económica actual y sus crisis: “En determinados momentos, una cantidad considerable de gente estúpida posee una cantidad considerable de dinero estúpido... A intervalos... el dinero de esta gente –el capital ciego del país, como lo llamamos—es especialmente grande y antojadizo; busca que alguien lo devore, y hay una plétora; encuentra a alguien y hay especulación; es devorado y hay pánico (4)” Y después del pánico siempre es el Estado quien, como hemos constatado, se hace cargo de salvar a aquella plétora que luego, sin ninguna empatía con los ciudadanos, se hace acreedora de las deudas del Estado.

Las religiones, que en principio deberían ser las que contribuyeran a mejorar la sociedad, con sus fundamentalismos, sin embargo, hacen de este mundo un lugar más hostil para vivir. Será que siempre buscan el cielo en otra parte. El sistema capitalista igualmente está basado en la explotación de los recursos cuanto más rápido mejor y buscando el mayor beneficio para el explotador. El cielo se quiere conseguir aquí y ahora; no importa la destrucción del hábitat, no importa que los demás vivan en el infierno, no importa el futuro de nuestros hijos.

La ciencia ha encontrado las neuronas espejo y éstas podrían ayudar en la solución. Se considera que las llamadas neuronas espejo son la base de la empatía entre las personas, pero, sin embargo, algo raro ha debido pasar en la formación de estas neuronas en aquellos que son fundamentalistas en cualquier aspecto de la vida. Su empatía brilla por su ausencia y el adoctrinamiento efectuado por su religión y/o sus ideologías no ha sido lo suficientemente eficaz para crear en su cerebro un mínimo de las neuronas empáticas ya que para ellos una cosa es que perdonen nuestras deudas y otra cosa muy diferente es perdonar a sus deudores.


(1) Piketty, Thomas (2014:605). El capital en el siglo XXI Fondo de Cultura Económica. México.
(2) Ibídem (2014:611).
(3) Harvey, David (2014:169) Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Traficantes de sueño.
(4) Wolf, Martin (2015:139). La Gran Crisis. Deusto

Perdónanos nuestras deudas