viernes. 19.04.2024

Paro, pensiones y pobreza

Hay quién se afilaba las uñas con el llamado capitalismo popular, queriendo destruir el sistema público de pensiones para multiplicar sus beneficios.

Nuestro País viene teniendo muchos éxitos en el mundo deportivo, aquí la aplicación del libre mercado en el deporte de élite ha contribuido a que a base de billetes y grandes cifras (siempre en incremento como bola de nieve) tengamos los mejores deportistas, especialmente de conjunto y, como consecuencia, a que se hayan formado equipos punteros que campean en Europa y en el mundo entero. Nuestro país tiene, sin duda, regusto a épocas pasadas. El “pan y circo” mueve a las masas en mayor medida que la participación social en defensa de los derechos humanos y bienes públicos, y esta actitud mantiene firme y autoalimentado este sistema en el que la aceptación de la realidad, de lo que hay, se enquista sin visos de que un día pueda cambiar.

Pero el pan está escaseando para muchos. Nuestro País, también, es puntero en el paro (según la última EPA del 4T, 4.850.800 personas y un 21,18 %), en el que el paro juvenil (46,6 %) asusta por las consecuencias que puede acarrear; en el trabajo precario, insano y con futuro incierto y en la timidez y adelgazamiento de sus pensiones. Si el paro mantiene sus altas cuotas, si el paro de larga duración bate records (2.346.100 personas), si las retribuciones de los trabajadores bajan, si los contratos cada día son más precarios, si las familias tienen cada vez menos ingresos (1.572.900 hogares con todos los miembros en paro), no hay que hacer estadísticas, ni estudios económicos, para concluir que la pobreza invade nuestra sociedad y que la desigualdad sigue aumentando la brecha entre los ciudadanos [1].

Pero resulta que en nuestro País cualquier defensa de los más necesitados es atacada vilmente por aquellos defensores del statu quo, es torpeada duramente para borrarla del mapa, es penalizada sin argumentos poniendo ejemplos asociados interesadamente a la catástrofe, al hundimiento económico y a la maldad (Venezuela, Irán, Rusia, comunismo, etc.). Vienen al caso recordar las palabras de Monseñor Hélder Câmara, arzobispo brasileño, que decía  "Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Esta es nuestra triste realidad que para muchos nos es incomprensible.

Pero para aquellos que piensen que el pan hay que ganarlo con el sudor de la propia frente y que el trabajador es una mercancía más, en la que el coste debe ser reducido hasta su inexistencia, se tiene que recordar que en este mundo, en el que la tecnología está reemplazando al trabajo humano, sólo queda; o aprovechar los yacimientos de empleo existentes, especialmente relacionados con el medio ambiente o los servicios públicos; o ser conscientes de que no todos podremos tener la suerte de que nos toque la lotería en la que se nos asigne un puesto de trabajo y, en todo caso, pocos serán los premiados con un empleo a jornada completa, fijo e indefinido.

¿Qué futuro tienen los jóvenes que no llegan a cotizar más que días sueltos y pasan los años y el periodo de necesario para conseguir su pensión de jubilación no puede rellenarse con sus periodos trabajados? ¿Qué pasa con aquella gente que sólo conseguirá, pensiones contributivas que nos le dará ni para el pan y los bienes básicos? ¿Qué pasará con los parados de larga duración? ¿Seguirán alucinando con las maravillas de nuestros equipos? ¿Seguirán sin hacer caso a los cánticos que les informan de los sueldos impresentables de los banqueros y de los ejecutivos de las grandes empresas? ¿Qué pensarán aquellos trabajadores por cuenta propia que cotizan por la base mínima de 264 euros al mes (un 86,3 % de ellos)?

Hay quién se afilaba las uñas con el llamado capitalismo popular, queriendo destruir el sistema público de pensiones para multiplicar sus beneficios. Pero los ahorros de estos pequeños capitalistas se han esfumado, para poder cubrir sus necesidades básicas y las de su familia, con la crisis capitalista en la que el sistema financiero ha tenido la mayor y principal contribución. ¿Quién puede confiar en el sistema financiero en el que la inestabilidad y el poder de los que más tienen son las señas de identidad y que, además, ha tenido que ser rescatado con los recortes en las prestaciones de desempleo, los salarios, las pensiones, los servicios públicos y financiado, sin embargo, por los incrementos de impuestos que hemos pagado la mayoría de los ciudadanos y que en ningún caso han sido progresivos, pagando más el que más tiene, sino que incluso, en casos como el del IVA, han contribuido a penalizar más a los que menos tienen, ya que para comprar cualquier bien necesario, paga igual el que está en una profunda pobreza que el que está insultantemente en la cima del poder económico.

Seguimos haciendo oídos sordos a la economía de la demanda dentro de un desarrollo sostenible. Somos ciegos, no queremos ver que la oferta económica es superior a la demanda, que hay para todos, y que se tienen recursos ociosos, entre ellos significativamente el trabajo humano. Seguimos pensando que el sistema de pensiones sólo tiene que ver con la esperanza de vida y en consecuencia con el incremento de la relación pensionistas/cotizantes, y claro como el incremento de los pensionistas va a seguir subiendo, el sistema se derrumbará. Olvidamos que también debemos tener en cuenta la productividad, que es incrementada por la tecnología; el aumento del número de empleos, ya que aumentan la recaudación de la Seguridad Social. Y que estamos despilfarrando la formación y el talento de nuestros jóvenes y arruinando su futuro, que estamos penalizando a nuestros mayores con pensiones que irán perdiendo su valor y les condenarán a vivir con penuria sus últimos años de vida. No, no se puede cifrar sólo la solidez del Sistema de Seguridad Social en la esperanza de vida y el aumento de pensionistas. La esperanza de vida, es verdad, que aumenta en nuestro País, pero si no se toman medidas de sentido común, se convertirá en una vida sin esperanza para la mayoría.


[1] Según la organización no gubernamental OXFAM el 1% de la población poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad de la población mundial.

Paro, pensiones y pobreza