viernes. 19.04.2024

Los efectos perversos de la competitividad

La sociedad desarrollada en la que nos movemos está secuestrada por el mundo del trabajo y éste, a su vez, se rige por los principios de la libre empresa en un marco que cada día es más internacional. En este marco las naciones y las empresas tienen que luchar desesperadamente por los ingresos que puedan mantenerlas a flote. La fuente de dónde beben para sobrevivir se denomina “competitividad”. En los últimos tiempos “El término “competitividad” ha retomado un papel protagonista a partir de la crisis económica y sus posibles salidas[1]” y se transforma en una especie de varita mágica que convierte en oro todo lo que toca. Pero, como en el cuento, este oro puede hacernos prisioneros de efectos perversos e indeseables.

La Real Academia Española en su 22ª edición nos da dos acepciones para la palabra competitividad: 1. Capacidad de competir. 2. Rivalidad para la consecución de un fin. En Economía “la “competitividad” es un término microeconómico, referido principalmente al ámbito de la empresa y su capacidad para competir frente a otras en el mercado. Ser perverso suele implicar maldad e intención de perjudicar, pero en  economía, sin embargo, debemos sólo considerar que una medida tiene efectos perversos cuando éstos son contrarios a los que debería provocar. Es un calificativo que se limita a esas consecuencias sin que se extienda, por tanto, al carácter de las personas involucradas.

No cabe duda de que la globalización del comercio y la inversión han producido impresionantes cambios y que ha habido beneficios tangibles. Cientos de millones de personas salieron de la pobreza extrema. Sin embargo, en ausencia de normas globales suficientemente progresistas, la globalización está exacerbando también algunos de los efectos más devastadores del capitalismo. El incremento de la desigualdad y los problemas del medio ambiente son problemas a resolver de manera inmediata. Según explicaba Carlos Taibo: “dos grandes mitos mil veces invocados: tanto la productividad como la competitividad obedecen a una visión de los hechos económicos claramente marcada por los intereses empresariales y son fundamentalmente principales de un orden[2]”. Así, las empresas, con la excusa de la austeridad, vienen utilizando las condiciones laborales de los trabajadores como un elemento importante de su competitividad, y los Estados, además, favorecen esta dinámica con normas laborales que hacen posible el dumping social.

Mayores consecuencias se producen cuando pasamos a usar la competitividad en términos agregados, macroeconómicos, para referirnos a países o incluso áreas económicas como la propia Unión Europea[3]”. “…en términos macroeconómicos, tiende a referirse a la capacidad exportadora de una economía y cómo evoluciona ésta en el tiempo. Así, una economía competitiva sería aquella en la que sus ventas al exterior de bienes y servicios ganan peso relativo en el conjunto de exportaciones mundiales sin perder los productos nacionales cuota de mercado interior[4]”. La lucha por exportar más se convierte en un juego peligroso en el que todos pierden, ya que la competitividad no es un juego de suma cero. Las exportaciones de unos son las importaciones de otros, es verdad, pero, además, para poder adelantar al otro en el monto de las exportaciones, se necesita seguir mejorando en la competitividad en un juego sin fin, en el que principalmente se utiliza la devaluación salarial cuya meta, según nos demuestra la realidad en la que vivimos, es el empleo indecente, precario y mal pagado.

Como dice Joaquín Estefanía: “La búsqueda de la justicia social es un obstáculo para la eficacia económica” […] “En nombre de la eficacia se ha mandado a millones de personas al paro, se ha procedido a una distribución de la renta y la riqueza crecientemente desigual en el interior de los países, se ha esquilmado la naturaleza y se ha secuestrado la voluntad de la mayoría en beneficio de unos pocos, que se auto-presentaban como los únicos capaces de comprender y aplicar las recetas hacia la civilización[5]”.

Seguro, no obstante, de que podemos encontrar miles de ejemplos en los que la competitividad es favorable a los intereses sociales. El mundo del deporte nos permite apreciar también muchos de ellos. Pero poner en los más alto del altar la competitividad, sin limitaciones, nos puede llevar a efectos que no podemos desear a nadie. Muchos son los efectos perversos de la misma: el reparto inequitativo de la renta y la riqueza, la devaluación salarial o devaluación interna, la desigualdad, la falta de empleo y el desempleo, la deuda, los problemas ecológicos, los paraísos fiscales que se encuentran incluso en nuestra querida Europa: Luxemburgo, Bélgica, Irlanda, Holanda.

La internacionalización comercial y la globalización han fomentado, además, un incremento de las deudas importante. Los ahorros de unos han facilitado las deudas de otros generando un volumen descomunal de deuda privada, que permitió, sobre todo, la financiación de un gigantesco proceso de acumulación y adquisición de riquezas a favor de grandes multinacionales y capitales (grosso modo el 1 % de la población mundial). La ausencia de una mínima explicación coherente sobre la dinámica de la deuda privada por parte de la profesión económica ha generado un enorme daño social y económico. La crisis generada por la acumulación, además, no vislumbra su fin, a pesar de que hay quién lo esté vendiendo. Las recetas que se aplican nos mantienen en un camino duro e incierto, y parece que seguimos caminando hacia una nueva depresión aún más imprevisible[6].


[1] Estrada, Bruno y otros. ¿Qué hacemos con  la competitividad? Ediciones Akal, S.A. 2013.
[2] Taibo, Carlos (2011:30). El decrecimiento explicado con sencillez. Los libros de la catarata, 2ª Edición Octubre 2011.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Estefanía, Joaquín (2013). Capitalismo, Socialismo y democracia. Revista la Maleta de Portbou, núm. 1, septiembre-octubre 2013.
[6] Un nuevo informe publicado recientemente por el Fondo Monetario Internacional muestra que algunos bancos de Estados Unidos y Europa quizás no sean lo suficientemente fuertes para sobrevivir a otro revés, incluso con ayuda estatal.

Los efectos perversos de la competitividad