viernes. 19.04.2024

Descubriendo verdades: ¿quién paga los beneficios empresariales?

Si hablamos de políticas salariales, éstas van siempre en la misma dirección

Tanto los seguidores de los economistas austriacos que propugnan un Estado Mínimo como los muchos seguidores del neoliberalismo actual que azotan con sus políticas austeras a los ciudadanos de muchos países y con anhelo privatizador, centran su política económica en las mejoras de los beneficios empresariales, mandándonos el mensaje de que habiendo beneficios todos ganamos. Aun sabiendo perfectamente que parte, incluso diría gran parte, de los beneficios empresariales son financiados por el Estado y conforme el arte económico actual de esos beneficios sólo recae en los ciudadanos la parte amarga de sufragarlos.

Así, si hablamos de políticas salariales, éstas van siempre en la misma dirección, se busca la reducción de los costes de la mano de obra y mediante la excusa de la competencia internacional, la globalización y las mejoras tecnológicas, los salarios tienden a cero con excepción, es verdad, de aquellos emolumentos de administradores y grandes especialistas que prosperan a base de reducir los salarios de los demás trabajadores.

Los despidos facilitados por la Ley de febrero de 2012 han facilitado, también, una reducción de costes empresariales importantes, al mismo tiempo que dejaban el marrón de la cobertura de las necesidades más perentorias de los ciudadanos al Estado. Éste ha tenido que abonar los costes del desempleo y de las políticas activas y pasivas de empleo. Además ¿Quién paga la precariedad rampante? Sin duda los trabajadores y, también, el Estado. ¿Quién se beneficia? Las empresas, aunque claramente no sus trabajadores, sino sus directivos y accionistas. Son muy transparentes las palabras del premio nobel de economía francés Jean Tirole: “Hoy, enlazar contratos temporales con paro, la rescisión de contratos y el paro de larga duración se traducen en subida de los impuestos o en un aumento de las cargas sociales, poco propicios a la eliminación del paro.[1]”

La banca es el ejemplo más bochornoso, cuando su negocio especulativo con el dinero de los demás no puede mantenerse el Estado les da a fondo perdido miles de millones de euros que en la práctica se sacan de los recortes en bienes y servicios públicos y de los impuestos cargados al contribuyente. Pero, es que además, los bancos siguen obteniendo beneficios abusivos, por supuesto a costa de los propios ciudadanos, y  sus administradores y directivos siguen aumentando sus retribuciones  y riquezas como si fueran grandes figuras del deporte. La traca final ha venido con los desahucios de ciudadanos en muchas ocasiones por obra de los propios bancos, lo que ha supuesto el culmen del abuso, realizado por las ambiciones de unos y que han tenido que pagar aquellos que menos culpa tenían.

Las jubilaciones anticipadas o parciales llevadas a cabo por las grandes empresas son, también, regalos envenenados que han explotado en las propias manos del Estado, regalos que  el propio Estado ha tenido que costear y que en aras del equilibrio presupuestario, impuesto por  los neoliberales, han sido repercutidos, ¡cómo no!, a los ciudadanos, especialmente a los que tienen nómina. En el mismo sentido han obrado las deducciones y exenciones, tanto en beneficios como en contratación, de las que se han aprovechado especialmente las grandes empresas dejando, sin embargo, a un lado las necesidades básicas de muchos ciudadanos: niños, jóvenes y mayores.

Son estos tiempos de ampliación del espectro de rentas y de riquezas, en los que la desigualdad no hace más que aumentar; está claro que más que una crisis lo que está pasando es una expropiación soterrada de los beneficios sociales por parte de una minoría que ostenta el poder y da muestras de un gran egoísmo, egoísmo que no cesa y que nos llevará al desastre. Ya que este egoísmo no para ni ante los desastre ecológicos y el calentamiento global. Siendo los mayores negacionistas del cambio climático aquellos que siguen aprovechándose de sus riquezas esquilmándolas, pudiendo evitar en ellos sus consecuencias; viviendo donde les apetezca con suma seguridad y resistiendo a golpe de dólares fácilmente los embates de la naturaleza.

Las desigualdades que están mostrando las políticas neoliberales han sido repetidas y demostradas por activo y por pasivo. De hecho tanta información está sirviendo de anestesia y tanto número termina ofuscándonos. No obstante debemos constar nuevamente nuestro mundo desigual: “Vivimos en un mundo insultantemente desigual, en el que las 62 personas más ricas del planeta acumulan la misma riqueza que los 3.600 millones más pobres, en el que el 10 % más rico del planeta tiene más de a mitad de la riqueza del planeta, y en el  que se estima que hay 925 millones de personas que se encuentran en situación de hambre crónica a pesar de que el planeta Tierra genera dos veces más alimentos de los que sus 7.300 millones de habitantes precisan para vivir.[2]”

La verdad es dolorosa pero aún peor es la realidad y la gran realidad es que este sistema económico injusto e inmoral se olvida del sufrimiento que está padeciendo muchísima gente.

[1] Tirole, Jean (2017:274) La economía del bien común. Taurus.

[2] Garzón, Eduardo. Desmontando los mitos económicos de la derecha (2017: introducción). Península.

Descubriendo verdades: ¿quién paga los beneficios empresariales?