jueves. 28.03.2024

Tic-tac, tic-tac

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España hace tiempo que dejó de querer a la educación y a la ciencia como parte de sus hijas predilectas. Optó por el yerno adinerado que con un hotel por aquí, un restaurante por allá y sarao tras sarao

El insigne matemático argentino de origen ruso Manuel Sadosky describía con una metáfora implacable la fatalidad e inutilidad de encubrir un error o disfunción con una tapadera que, aunque en cierto modo impide que aparezcan los humos delatores, no puede evitar que continúe el fuego y se consume el desastre. Un reloj que, aunque funcione atrasa, crea la impresión de seguir en marcha, pero lo cierto es que la hora que marca cada momento se halla más alejada de la realidad. Sadosky describía así la tesitura del apoyo a la ciencia que ésta recibe en América Latina, argumentando que  existen programas de investigación formales tan escasamente dotados y con tan débil reconocimiento que en realidad, más que impulsar la ciencia, lo que hacen es atrasarla de poco en poco.

Hablando de ciencia, aquí en España, esa máxima tiene plena vigencia. Los recursos directos (financieros) e indirectos (pedagogía, prestigio y reconocimiento) que el estado, el promotor por excelencia de la ciencia, pone a disposición de los actores individuales (científicos) y colectivos (universidades y otros organismos), no dejan de ser testimoniales. Hay una política y hay un presupuesto que más que promover la ciencia impiden que ésta definitivamente muera, se da cuerda al reloj de modo que al mirar se percibe movimiento de las manecillas, pero cada que día que pasa, la hora es más discordante, más alejada de la realidad de la ciencia y la investigación en el mundo desarrollado.  

Hay excepciones, claro, investigación puntera y ciencia de vanguardia, aunque preferiría  que  no me obligaseis a traer el viejo adagio de que hasta los relojes totalmente parados dan dos veces al día la hora exacta. No se trata de remarcar la casuística del éxito para disimular las imperfecciones y carencias de nuestro sistema de cultivo de la ciencia y de la investigación. A la que por cierto le ocurre algo parecido a lo que lastra a nuestro sistema educativo: no hay convicción. La educación en cuanto a concepción no admite tribulación o término medio: o se entiende como el motor de una sociedad o es tan sólo un adorno para equiparase con los mejor dotados. Y desafortunadamente la educación en España más parece un gesto simiesco que un esfuerzo colectivo salido del compromiso social. 

Tanto la ciencia como la educación, sufren el mal del pariente. No los hemos elegido y habrá que sobrellevarlo. El estado, el máximo responsable en la potenciación mediante el liderazgo y la tutela de la ciencia y de la educación, parece madrastra que de mala gana acoge la cosa con el ánimo de no ser criticada, pero de amor y entrega incondicional, propio de madre, nada de nada.     

Y la educación, la ciencia y alguna otra cosa que mencionaré a continuación, requiere la incondicionalidad y el convencimiento de que por encima de nuestro pudor está la responsabilidad de hacerla crecer y convertir al retoño en un adulto útil para su familia, sus amigos y sus vecinos. O quieres a la ciencia y la educación sin esperar más contrapartida que verla crecer, o como resulta el caso en España, no haces sino intentar impedir los reproches por tu actitud de mala madre. Inútil esfuerzo por otro lado, la pulsión amorosa no puede impostarse: se quiere o no se quiere. España hace tiempo que dejó de querer a la educación y a la ciencia como parte de sus hijas predilectas. Optó por el yerno adinerado que con un hotel por aquí, un restaurante por allá y sarao tras sarao, nos engolfa un poco a todos, pero es que es de simpático…

Y mientras tanto el reloj bioeconómico del planeta sigue su curso, su tic tac, avanzando en su acercamiento hacia modelos sociales analógicos respecto de la ciencia y la educación. Modelos de vida conectados al conocimiento que nada tienen que ver con reproducir lo dado y aceptar lo respetado (ser serio es lo que cuenta, que dice Rajoy), si no para lanzarse a lo que está por descubrirse, por inventarse, por asimilarse y por ser incorporado a la visión de nuestra propia vida. Cada tic y cada tac que la ciencia y la educación en España arranca no ya a su reloj, sino a su marcapasos, nos aleja un poco más del horizonte del futuro que algunos países ya han conquistado utilizando algo más que la cordura: la animosa iniciativa. En ciencia y en educación solo sirve la auténtica convicción, la de creer que solo en ellas reside el futuro.

Pero qué se puede esperar de un estado rehén de un grupo de retrasados (en términos históricos, que no quiero más multas gubernativas) que creen que han resuelto el problema catalán con la sutil maniobra de la policía, la fiscalía y la encomienda de Soraya, cuando no han hecho otra cosa que subir a Cataluña de los contenciosos de regional preferente a la champions que se juega en Europa.

Tic, tac, tic, tac, el reloj no se detiene.  

Tic-tac, tic-tac