viernes. 29.03.2024

¡Que viene la madera!

Las fuerzas y cuerpos de seguridad tienden a organizarse mediante modelos orgánicos endogámicos que hacen prevalecer los mecanismos de cohesión interna frente a aquello que resulta una alteridad

Sí, esto es lo que parece, estoy dando el queo, el agua, chivateando no la llegada de la policía sino su deriva de policía propia de un sistema democrático hacia un modelo de cuerpo represor, suspicaz más que eficaz. Y cuando digo policía lo digo en sentido general que abarca a todas las fuerzas de seguridad identificadas en la ley de cuerpos y fuerzas del estado (nacional, local, autonómicas y guardia civil).

Éstas, las fuerzas y cuerpos de seguridad, tienden a organizarse mediante modelos orgánicos endogámicos que hacen prevalecer los mecanismos de cohesión interna frente a aquello que resulta una alteridad. Su estructura, forzosamente jerárquica, y la comunicación discrecional reservada solo para ciertos canales, refuerzan esa tendencia endogámica que puede llegar a extremos absurdos rozando el esoterismo del que hace gala por ejemplo la guardia civil, cuyos códigos de honor están reservados solo para iniciados, si es posible hijos del cuerpo.

Identidades al margen, por lo que yo vengo a alertar no es por las razones sicológicas ni por el conjunto de mitos que yacen en la formación de cualquier tipo de cuerpo policial, sino por el desarrollo y evolución de los mismos. Y aquí, en su evolución, sí que quiero explayarme y que ello sirva de aviso general a la ciudadanía. Las razones endogámicas antes expuestas son las que hacen que sin intervención de ningún tipo, todo cuerpo policial tiende a concentrar su acción en la defensa de sí mismo, desbaratando el modelo según el cual el actor relevante en la acción policial no es el policía si no el ciudadano soberano. La ecuación que liga los recursos  policiales de un estado con sus ciudadanos depende del carácter democrático instalado en cada momento en cada sociedad. Sin la prescripción democrática de dar prioridad a la eventualidad del ciudadano, la policía tiende a sobreactuar por inclinación natural y para mejorar sus ratios de eficacia de los que en el fondo depende el acceso a mayores y mejores recursos (colectivos o personales).

El caso español es harto demostrativo. La policía franquista apenas recibía consignas, si acaso informaciones, y sabía perfectamente lo que debía hacer en todo momento, actuar con naturalidad. Porque esa naturalidad le llevaba a una perfecta sintonía con los intereses de un estado que tomaba la misma fuente como modelo de organización, la jerarquía y la disciplina cuartelera; más la coincidencia en el diagnóstico social: sospecha de los de ahí fuera que no son de los nuestros.

Por esa “natural” inclinación, la transformación de los cuerpos y fuerzas que exigía la instauración de un estado democrático fue muy intensa, una labor del estado democrático un tanto sorda pero de enorme relevancia. Transformación que ha sido posible gracias a amplias visiones en el rediseño de procesos y procedimientos policiales y sobre todo a una labor de formación muy tenaz. Con mucha paciencia el estado democrático ha conseguido que los ciudadanos valoren positivamente a la policía y que ésta comprenda que su labor es un servicio a los ciudadanos, no una imposición amparada en el recurso a la fuerza delegada en la institución policial. La ley, en un estado democrático, no depende del color del uniforme, sino del equilibrio de los derechos que asisten a todo sujeto envuelto en cualquier situación y ello no depende de la voluntad de los responsables policiales, sino que de manera coherente con el sentido del estado de derecho, son los tribunales y los jueces quienes tienen la primera y la última palabra sobre el modo y manera en el que debe producirse la intervención policial. El derecho y la jurisprudencia son la regla pedagógica en la educación de la acción policial.

Así iba la cosa hasta que todo este modelo quebró porque un gobierno ademocrático pensó que era más favorable a los intereses propios abrir la botella de las esencias policiales y eliminar toda restricción, dejar que la libido policial no tuviese freno ni cortapisa. La ley mordaza  es el elemento catalizador del reagrupamiento de los intereses súcubos del poder. Una vez otorgas poderes por encima de la ley, los demonios del ordeno y mando se liberan y apartan a la policía en servicio por una policía servicial con quien anula las restricciones civilizatorias que todos respetamos y nos alejan de la tentación de actuar a nuestras anchas, sin democracias ni hostias.

La ley mordaza no solo intimida y reprime la libertad de opinión, también malcría a uno de nuestros hijos más queridos, las fuerzas de seguridad del estado que con el poder extrajudicial otorgado están creídos como adolescentes irresponsables,  empiezan a tener un comportamiento anormal en el contexto de la vida democrática, se están convirtiendo en unos auténticos maderos más ocupados en amedrantar que en apaciguar.

Hasta algunas organizaciones sociales de la policía parecen verse arrastradas por esta deriva que lleva igual a diseñar complots contra partidos legales como a reconocer el mérito policial de vírgenes y cristos, esculpidos en nobles maderas.  Amén del rosario de multas con que nos sorprenden cada día, multas que no superan el más elemental escrutinio y que desprenden un fuerte olor a “vendetta”.

¡Que viene la madera!