jueves. 28.03.2024

El problema de España reside en su condición de sociedad agrorural

Sí, España es un país atado por atavismos, dominado por el pensamiento mágico, conectado a una filosofía de la vida de tipo trágico y entregado al misticismo redentor. Analiza nuestra cotidianeidad amigo y verás que lo que nos pasa responde a este cuadro metafísico. Y esas son las manifestaciones morales de una sociedad agrorural, que salteada de algunos momentos renovadores y modernizadores, no sale de su atraso de manera definitiva. Por eso estamos en la situación histórica en la que estamos y en la coyuntura político-circense actual.

De esta situación de sociedades agrorurales salieron la mayor parte de los países occidentales a finales del siglo XIX y ya claramente en el XX. Pero España no, la sociedad española pasó la mayor parte del siglo XIX defendiendo un imperio inviable y anacrónico mientras sus vecinos se preparaban para la era industrial basada en el uso de carbón, el vapor, los ferrocarriles, la educación y el comercio libre.

Al fracasar en la defensa de su (dis)utopía, generó un alegato de perdedor según el cual el mundo se había aliado en contra de la razón de “dios” que estaba con España. Razón por la cual se redobló el discurso anacrónico  que, falto de razones, encontró argumentaciones de tipo metafísicas todavía hoy vigentes en proclamas y en propuestas sociales y políticas. Reivindicar a Millan Astray, como hace una parte cualitativamente importante del partido popular, es el mejor epítome de lo que digo y ejemplificación de que la astracanada sigue viva.

La velocidad, signo determinante del siglo XX con la electrificación  y el motor de combustión como ejes del desarrollo,  pone súbitamente sobre la mesa las contradicciones del mundo bipolarizado entre el capital y el trabajo ya estructurados ambos en forma de clases sociales con sus respectivos aparatos políticos, gremiales y sindicales. El conflicto entre ambos, guerras y revoluciones por medio, van a fijar los estándares de la vida individual  y colectiva de las sociedades  desarrolladas del siglo XX, también de sus modelos de estado. Pero España, que se ve involucrada en el conflicto general, no participa en esta contienda sino en otra que llevará por muy noble titulo “la Cruzada Nacional”, denotando que no se trata de un conflicto entre trabajo y capital, sino uno muy anterior que dirime en clave de derecho divino la cuestión entre la aristocracia terrateniente y la insubordinación popular.

El éxito bélico de los primeros, indexado a su descrédito internacional y por ello empujado a la irrelevancia  y a la autarquía, opta por  glorificar el sentido trágico de la vida que ante la penuria de la realidad  ensalza la pureza de la raza como antídoto a la vida miserable de la mayor parte de los españoles ¡Estás jodido, sí, pero eres español, y anda que no vale nada eso! Su discurso comienza a incorporar elementos de la modernidad técnica, incluido el cine y la televisión que permite generar un relato, básicamente agrorural disfrazado, que se cuela por las rendijas del mismísimo silgo XXI. No falta acontecimiento del orden que sea para oír berrear a un grupo de afectos cantar con ardor el ¡yo soy español, español, español…! Y ya, no hay ningún predicado.   

Por estas y otras razones de orden socio histórico que son de dominio público, puede claramente afirmarse que el espíritu oficial de este país es a día de hoy claramente el de una sociedad agrorural, que se esfuerza por renovar  o limar los aspectos más desajustados de su modo de vida como el tardío reconocimiento de los derechos de los animales, pero pensando en voz baja que la prohibición de las corridas de toros ya es pasarse, o que la mujer participe en la vida económica vale, pero reconducir su situación de desigualdad en el mercado de trabajo vía legislación paritarista es favoritismo. Aggiornar nuestro carpetovetónico modo de vida es una cosa, atentar contra las bases de la dominación clasista y sacudirse el patriarcalismo en el que descansa nuestra modo de vida agrorural es otra cosa. Nuestra cultura descansa en las tradiciones (como muestran los festejos y los eventos familiares) y nuestra conexión con la modernidad es puntual y seguidista (como muestran nuestras políticas de ciencia pj).

Por eso me llena de perplejidad el tono con el que se trata de salir de la situación institucional en la que nos hallamos, con cientos de miles de reflexionadores  que rastrean la contienda al segundo, que auscultan todo detalle, todo gesto, toda palabra dicha por uno u otro representante y nos advierten de las terribles consecuencias de no disponer pronto de gobierno. Ahora dicen que nos estamos quedando atrás y que perdemos posición internacional, que necesitamos urgentemente ser serios y hacer que alguien gobierne (mejor el PP desde luego) como única opción para recuperar el escalafón perdido.

Ya ves, dos siglos y pico de retraso  y ahora nos vienen con estas prisas ¿Porque será?     

El problema de España reside en su condición de sociedad agrorural