viernes. 29.03.2024

No es país para viejos

Si éste no es país para viejos, menos aún lo es para partidos viejunos, añejos o actualizados.

No es que el partido popular esté concentrando su actividad electoral en el colectivo de los mayores, sobre todo de mayores residentes en zonas rurales, por razones de afinidad sociológica, más bien parece ser que dirige el discurso hacia ese colectivo por ser el único  “desconectado” del escandaloso ejercicio político del gobierno de este partido. Sólo así puede explicarse el hecho de la constatada uniformidad de la base de votantes que se acerca a la endogamia, pues más de 60% de los votantes fieles forman parte del colectivo “agromayor”. No tiene nada de extraordinario pues, que el aspirante a la presidencia del país del partido popular se dedique a viajar por localidades abarrotadas de lobos grises expertos en juegos de mesa y debates de barra de bar. Es lógico que centre la atención en un segmento social con el que conecta en el fondo y en las formas. Un colectivo apacible, poco reivindicativo, de personas serias como el mismo presidente, ocupadas en arduas tareas como seguir la liga de campeones y situadas muy lejos de poder rodear el congreso si un día flaquean en sus convicciones. Esta es mi gente se dicen en el partido un día si otro también.

Pero, ¿son realmente su gente? ¿Construye el partido popular un discurso político en torno a este colectivo, convencidos de que es este el segmento social sobre el que cabe construir una estrategia de gobierno? No lo parece. El estrato social de las personas mayores residente en áreas rurales (o metropolitanas)  es un objetivo del partido popular, pero sostengo que  no lo es por razones que tengan que ver con formas de ver y entender el mundo, sino porque se encuentran en su línea de tiro, son su siguiente pieza y sin un mínimo de aceptación, la caza se convierte en algo imposible.

El ideario liberal que guía todo acto político del grupo conservador ha ido batiendo uno tras otros sus objetivos por orden de importancia: liberalización de los mercados, particularmente del mercado de trabajo, privatizaciones sin cuento, cesiones de competencias por parte de la administración, creación de pasillos para el ejercicio altamente remunerado del poder,  disolución de las agencias de control, etc. Queda poca cosa tras la estampida social en el intento de acoso y derribo de la pieza más codiciada, el sistema de salud, pero ya caerá piensan, si tenemos otra oportunidad.

Y a eso se dedican, a estrujar. Lo poco que queda orbita en el mundo de los  mayores: Las pensiones, las ayudas al tratamiento de la dependencia y la cofinanciación de determinadas terapias. El reto para los estrategas del partido es abordar esta cuestión, cómo conseguir que los mayores apoyen una política que está directamente dirigida contra sus intereses. Respuesta: decirles que son serios y responsables, que si tienen que encargarse de la ayuda a hijos, yernos, nietos y demás familia desprotegida se debe a que ellos han sido serios, comprometidos y esforzados y que los que le pasa a su descendencia se lo tienen bien merecido. Tú sí que vales le dice el estratega, y el contable del partido cuantifica cuánto vale.

La maquinaria liberal con manto azul o naranja ha fijado su mira en los mayores. Pueden darte una representatividad inmensa por su ubicación y sobre todo son una fuente potencial de todo tipo de beneficios económicos y políticos. La transición del sistema de pensiones público (esquilmadas sus reservas) al privado, su gran sueño, no puede llevarse a cabo sin un mínimo de aceptación por parte de este grupo, en tanto que tal y en cuanto que referencia para generaciones venideras. El partido conservador sabe que debe crear una ficción sobre los mayores para arrancarles el voto, fabular como si todos ellos viviesen en Florida, con un yate en la puerta y un cardiólogo en la cocina, aunque la realidad sea la de un pensionista que atiende a cinco familiares con los que no contaba si no era para para alguna paella de domingo que se ha convertido en puchero de toda la semana.

No tiene por tanto nada de extraño el tratamiento directo y sin disimulos con el que el partido popular se dirige a este colectivo. No es afinidad social, es la mirada del tigre que ha fijado su pieza y anda convencido de que se la va a cobrar. Explotan el costumbrismo localista (con fiestas taurinas incluidas) no por la admiración que pueda surgir de la vida sencilla de quienes ya lo han dado todo (literal), sino porque la mansedumbre necesaria para redondear su proyecto ya no se encuentra en ningún otro lugar.  

Y en un momento biográfico en el que el escepticismo ante todo te convierte en sujeto vulnerable, el colectivo haría bien en pensar que este no es país para viejos. La última vez que compartí espacio público con los “yayoflautas” coreaban su eslogan: Somos mayores, no tenemos miedo. Bendita disidencia.

Si éste no es país para viejos, menos aún lo es para partidos viejunos, añejos o actualizados.

No es país para viejos