lunes. 13.05.2024

No a los estados franquiciados de Europa

Europa es y debe seguir siendo diversidad, aún a costa de dificultades con los lenguajes y manejo de usos...

La franquicia es rentable para el franquiciador y sus franquiciados, pero como los árboles de rápido crecimiento, empobrecen el suelo en el que se asientan

Ya se sabe que una franquicia es un modelo de negocio que basado en las economías de escala por un lado y la apuesta de marketing agresivo por otro, están arrasando en el mundo y con especial virulencia en los últimos años en España. La modalidad de la franquicia tiene éxito porque consigue promover precios muy competitivos (sea en hostelería, en restauración, en comercio o en parafarmacias) mediante un sistema de producción muy centralizado que distribuye el producto por las distintas franquicias. Las economías derivadas de centralizar la producción pueden revertirse en grandes campañas de imagen, publicidad, ofertas especiales, etc. La franquicia es una fórmula de éxito, no cabe duda, pero se cobra un peaje. Es una modalidad de negocio que introduce homogeneidad allá donde desembarca. La franquicia hace que lo que consumimos y el modo de hacerlo sea idéntico en Madrid, en Paris, en Londres, Singapur o Caracas llegado el caso.

Hay a quien no importa este proceso de homogenización, gente que soporta muy bien la indiferenciación del paisaje y de las costumbres que provocan estas modalidades de negocio. Incluso hay personas que echan de menos las fachadas características de las franquicias bien acompañadas de otras igualmente  estandarizadoras como los inefables mcdonals, los ubicuos zaras y los tristes nh.

Yo no soy de ellos, no soporto las franquicias con sus estrategias de imagen y su tendencia uniformadora que expulsan al comercio y negocio local con señas de identidad propias que enriquecen el paisaje urbano y otorgan marchamo distintivo a las ciudades y pueblos que los acogían. Pero además de las reservas que en términos de estética me producen las llamativas imágenes y el reclamo típico de las franquicias, me parecen un modelo de negocio preocupante por su incidencia en el urbanismo como forma de la ciudad y en la urbanidad  como forma de articular la relaciones entre los ciudadanos en sus horas de asueto o compra. 

La franquicia es rentable para el franquiciador y sus franquiciados, pero como los árboles de rápido crecimiento, empobrecen el suelo en el que se asientan. Y esto podría parecer el fin de una perorata sobre las preferencias de cada cual respecto del tipo de establecimiento que le gusta más o menos. Pero no es el fin porque he querido traer la cuestión de las franquicias, sus características y efectos producidos para compararlo con lo que ocurre en Europa, en la Europa que sueñan algunos franquiciadores en Frankfort y Berlin y algunos franquiciados en la Moncloa o en el Elíseo. Europa tiende a parecerse cada día más a una ciudad en la que sólo puede uno comer en el cienmontaditos, tomarse una cerveza en la sureña y alojarse en el ac de turno. Aparentemente hay de todo, pero en realidad solo hay lo que conviene a los poseedores de la franquicia que ya han expulsado a cerveceros y restauradores peculiares de toda la vida. Y los hostales y residencias abiertas quedan para las actividades inconfesables de media tarde.   

Y es algo que debe preocupar mucho a todos los europeos, porque la riqueza más grande que posee este continente es su extraordinaria diversidad que origina una riqueza cultural sólo comparable a las múltiples formas en las que los europeos organizan sus vidas, sus hábitos y conductas. Esta riqueza inmaterial promueve la riqueza material vía formas diversas de comercio y provisión de productos y servicios ofrecidos en pequeña escala que no tienen valor para los grandes grupos de inversión, pero producen una riqueza enorme a escala local y fomentan un modelo sostenible extraordinario.

Europa es y debe seguir siendo diversidad, aún a costa de dificultades con los lenguajes y manejo de usos, porque esa diversidad es su seña de identidad. Todo lo que suponga limar o mermar la individualidad de cada región, de cada grupo social, de cada uno de los agregados que componen el mapa de Europa es ir contra su alma, contra su espíritu y finalmente contra su opción de sobrevivir en un mundo que tiende a la intercambiabilidad.

La insistencia machacona de los franquiciadores de Bruselas y Frankfort respecto de seguir abundando en las reformas no tiene más sentido que el de convertir a toda Europa en un terreno proclive a la organización social de tipo franquicia: Definición centralizada de la política económica- laboral y traslación en forma de tratados, reglamentos y responsabilidades adquiridas lista para ser dispensada  en cualquier lugar, a cualquier hora, bajo cualquier circunstancia. Modelo de gran acogida en China y el resto del sureste asiático ya muy extendido por todo el mundo

Por eso, desde esta columna quiero expresar y agregar a cuantos lo deseen  una nueva proclama política para este continente.

¡¡¡ No a los estados franquiciados de Europa impulsados por Bruselas!!!

No a los estados franquiciados de Europa