viernes. 29.03.2024

Gallardón acecha

Se trata al ínclito ministro como de ariete involuntario del ala dura del partido popular empujado a ese papel, como si de la punta del diamante del cortador de cristal se tratara...

Estos días leo en la prensa y en distintos foros de opinión debates sobre la figura y el papel del actual ministro de justicia A.R. Gallardón. No puedo aguantar más para decir alto, claro y rotundo que discrepo con el promedio de las apreciaciones que sobre el tal se oyen o se leen.

Se trata al ínclito ministro como de ariete involuntario del ala dura del partido popular empujado a ese papel, como si de la punta del diamante del cortador de cristal se tratara. En algunos casos incluso parece que se le premia por la aceptación resignada, eso de que alguien tenía que hacerlo. Hay quienes llegan a sostener, con un punto de consuelo, que hay una suerte de civismo innato en el personaje que hasta cierto punto refrena el apetito insaciable de la derecha recalcitrante. Gallardón vendría a ser un suero edulcorante de la irascibilidad social del nacional catolicismo

Disiento, ¿lo he dicho? Pues me reafirmo. Gallardon no es el brazo ejecutor necesario, no es el verdugo de oficio intercambiable, no es el elegido fatalmente para encauzar las peticiones irracionales de los iluminados, no es quien se responsabiliza de hacer realidad las quiméricas exigencias de la facción más recalcitrante de la sociedad española. No lo es en absoluto.

Al contrario, Gallardon es el reactivo de estas conductas que lidera bajo la calculada apariencia de dar salida a una solicitud que, extrema si, pero que debe abordarse. Gallardón acecha a la búsqueda de presa que le permita mantenerse en la vida política esteparia en la que siempre ha deambulado, alejado de todos aquellos que  perciben su sed de poder más allá de lo que resulta razonable. Su ególatra afán de protagonismo, su enfermizo apetito  por ser reconocido a la altura en la que él se ve, le ha llevado (y ello le va acompañar de por vida) a situarse en la vanguardia siempre de algo.  Ese algo es lo que acecha, busca y cuando cree llegado el momento, evalúa la situación y acosa en forma de excitación de sus posibilidades. Pero dada su incapacidad política de fondo, imposibilitado para las grandes tareas por las que le gustaría pasar a la historia, ha de contentarse, como tantos carroñeros, con las partes putrefactas de lo que queda.

Por esa razón cuando en el mundo ya era un clamor el fin del ciclo económico  constructor y se advierten todos sus defectos, él azuza a los sectores sociales vinculados a la construcción a promover la obra definitiva, la que faltaba (entre otras barbaridades como “Ambiciones” la nueva sede municipal), una autovía bajo suelo, un circuito de F1 soterrado que el sector de la construcción de infraestructuras ni siquiera había soñado. Gallardón se pone al frente de tan delirante proyecto con el único objetivo de convertirse en el líder político arrojado que confiado en la energía de la empresa, desoye los coros que le dicen que un gestor público debería atender otras dimensiones como la de evitar sepultar el futuro de la ciudad por el peso de la deuda, o la de extirpar para los próximos 30 años una solución vial en clave sostenible.

Proyecto fracasado si, piensa el político husmeador, pero ya habrá nuevas oportunidades, como la justicia. Si el sistema judicial requiere de más personal y adaptaciones a la tecnología al menos del siglo XX, y estamos en régimen de terror recortador, es Gallardón quien de veras va a mostrarnos el camino: Hay que recortar, pues recortemos… el acceso a la impartición de justicia. Él adopta el lema de la Justicia para quien la paga. Algo que ni los sectores más elitistas se habían permitido imaginar.       

Nueva cagada, porque el poder neutral de la justicia, la existencia misma del poder judicial proviene de su carácter universal irrestricto, y ya se lo están recordando a gritos unos, y con el descrédito social los más. Así queda taponada otra apuesta política de empaque. Tampoco por aquí. Volveré, piensa mientras rebusca en el basurero nacional.

Y ahí entre la inmundicia, encuentra un pequeño grupo de fanáticos preconciliares, precientificos y previsibles que, como el rescoldo de un fuego apagado, aún emiten alguna señal de calor. ¿Qué se oye ahí abajo?: Eliminad la ley de plazos en el aborto. Depredador sin escrúpulos, Gallardon ha fijado en su campo de observación una nueva presa. Esta gente necesita un líder y yo mi corte. ¡Españolas, os vais enterar de lo que vale una carrera política!            

Gallardón acecha