jueves. 28.03.2024

Desigualdad: El combate actual

El leitmotiv de la socialdemocracia es el acceso a bienes y servicios “premium” a cambio de paz social.

El hecho más determinante de la política económica, de la política para abreviar, en los últimos 20 años ha sido el proceso de divergencia de rentas y de posición social relativa entre las gentes pertenecientes a distintos estratos y a diferentes clases sociales. Esa divergencia, que marca formas asimétricas de acceder a los bienes y los servicios que se consideran apropiados para el estándar de vida en países desarrollados,  es lo que se conoce como desigualdad. Esto es, el mecanismo por el que acceder a la renta, la salud, la educación y la seguridad actual y futura actúa bajo una discrecionalidad que premia a unos y condena a otros. Ese descarnado y cruel, tú sí, tú no.

Las sociedades modernas han tendido a repartir entre sus miembros de modo meritocrático lo que se obtiene en función de lo que se aporta. Este esquema básico del quid pro quo, ha sido el faro que ha guiado las políticas pacifistas de entendimiento interclasista  desde la finalización de las grandes guerras en Europa. El leitmotiv de la socialdemocracia es el acceso a bienes y servicios “premium” a cambio de paz social y control de experimentos sociales arriesgados. Y la cosa ha ido funcionando, de manera acrítica, pero funcionando. Quizás solo la escuela de pensamiento de Frankfurt y dentro de ella Max Horkheimer,  expuso dudas y alimentó un escepticismo que el paso del tiempo ha venido a darle la razón. La emancipación de los hombres como seres individuales y de la sociedad, agrupado de individuos, no se elevará del estadio de servidumbre mientras lo más esencial de ella dependa de decisores que están fuera de ella misma.

Y esto es lo que concurre en el fenómeno de la desigualdad, que las garantías de reciprocidad entre paz social a cambio de acceso a cualquier espacio social ha saltado por los aires. En torno a los años 80/90, un grupo de desinhibidos pensadores reaccionarios, a cubierto bajo el manto protector de la neutralidad académica comienza a lanzar mensajes directos sobre el estancamiento que el capitalismo, que acaba de vencer al comunismo con el derribo del muro de Berlín, va a sufrir por dedicar una parte de su producción a objetivos que no están justificados por la acción del mercado. La salud, la educación, la seguridad y las pensiones  absorben una cantidad de recursos que podrían ser destinados a otros usos. ¿Cuáles? Se ignora, pero pronto lo descubrimos. Se trata de trasferir renta. Al privatizar y someter a regla de mercado la salud, la educación, etc, lo que se produce de facto es una trasmisión de renta de quienes necesitan estos servicios para compensar su desprotección a quienes pueden lucrarse con ello, dada su posición de privilegio en la organización social.

Aunque la desigualdad tiende a interpretarse como una especie de disfunción del sistema económico capitalista, como un calentón debido a lo revolucionado que va y a la potencia de sus motores, y así se trata incluso en manuales económicos de la izquierda, a mí no me lo parece. La desigualdad es un fenómeno fundamentalmente político, tangencialmente económico. El capitalismo no ha funcionado mejor que bajo las prescripciones del beneficio razonable  y la redistribución tutelada por el estado propio de la era del mayor grado desarrollo que ha conocido la historia, que va de los años 50 a los 80. Llegada del hombre a la Luna incluida.

Así es que la desigualdad no puede entenderse como un efecto colateral del capitalismo. Al menos no sólo como un efecto de un sistema imperfecto que a cambio aporta desarrollo, innovación y participación. La desigualdad es una decisión política orquestada por aquellos que comenzaron a creer que superada la fase de desestabilización posguerra, ya había llegado el momento de recuperar el marchamo de la distinción y de la prebenda. Sin el achuche de las privaciones bélicas, todo se vuelve despliegue del instinto de diferenciación.  Mi familia y yo somos más y eso debe volver a quedar patente, que ya se me ha pasado el susto. Detrás de la desigualdad no hay más que convicción estamental, esta vez camuflada en el éxito económico como ya lo estuvo en el color de la sangre o en hábito que se vestía.

Por esta razón, por este desvelamiento sobre lo que en realidad encubre la desigualdad, un paso más de los poderosos para marcar diferencias respecto del resto de los seres humanos, no debemos abordar el tema de la desigualdad como una cuestión de economía si no de política, en concreto de una edición más de las batallas de clase entre ricos y pobres, entre privilegiados y desafortunados, entre pudientes y rebeldes. No son los mercados los responsables de la desigualdad, son las personas que teniendo acceso privilegiado a los mercados, utilizan éstos para marcar distancias crecientes entre ellos y la chusma. 

Desigualdad: El combate actual