sábado. 20.04.2024

El guardián de las esencias mide el mercado

Por el momento, José María Aznar no admite la idea de encabezar una nueva formación política al margen del Partido Popular. Se niega a contestar en público a las preguntas de los periodistas con un rotundo no, pero deja entrever en privado y en sus manifestaciones al alcance de todos los oyentes, tanto ante los empresarios de Valencia como en salones de FAES, que su principal objetivo es la elaboración de una doctrina que alimente a un sector de la derecha española, al que imagina desencantado por la deriva ideológica del equipo de Mariano Rajoy. Curiosa denuncia por parte de quien engatusó a los nacionalistas vascos y catalanes a cambio de apoyos parlamentarios y de quien es el máximo responsable de que Rajoy alcanzara el más alto liderazgo en las filas conservadoras. No busquemos motivaciones ideológicas donde no hay otra cosa que conflictos personalistas, egos desatados y sindicación de agravios.

Revolverse contra el sucesor, al comprobar que éste se desmarca de las tutelas al asentarse en el poder, es una constante política que no precisa ser explicada, por su evidente práctica. Llegar al poder gracias al apoyo determinante de una persona con suficiente fuerza en la organización partidaria como para desequilibrar la balanza en cualquier consulta exige, el día después, marcar distancias y elaborar un programa autónomo, con equipos de confianza propios, para desarrollar un proyecto autónomo en concordancia con las nuevas exigencias de los nuevos tiempos. Por el camino, es inevitable que vayan quedando heridos de mayor o menor gravedad a los que no es fácil siempre encontrar un acomodo que compense su vanidad o sus intereses lesionados. En torno a Aznar pueden reconocerse hoy bastantes muñecos rotos de un tiempo en el que el poder se ejercía y se disfrutaba sin trabas. Entre los resucitados, Alberto Ruiz Gallardón, entonando el “mea culpa” por haber sido el símbolo más llamativo de jugar a los disfraces del centrismo y la moderación a cambio de ese puñado de votos de los que ahora parece renegar.

Todos ellos dicen que no quieren estar en política, dando a entender que sus palabras y sus actos son un mero ejercicio intelectual en una torre de marfil, pero estimulan mientras tanto a sectores sociales, económicos y mediáticos para que vayan conformando la idea de la construcción de una alternativa… a la que no tendrían otro remedio que sumarse “por el bien de España”. En vísperas de un Congreso, con la posibilidad de presentar candidaturas, lo esperable de cualquier político con serias convicciones democráticas es asumir el riesgo de medir sus propuestas y su valoración por la militancia, en un proceso abierto al debate. A cara descubierta.

Los liderazgos, en momentos convulsos como los actuales, exigen personalidades que no midan exquisitamente sus tiempos y tomen cada día la temperatura del agua para adivinar cuánto acompañamiento tendrían en su salto. Ni pueden esperar que peregrinen hasta su santuario para que los lleven en andas los más fieles de la parroquia. No puedo evitar el recuerdo del hoy llorado Mario Soares regresando del exilio salazarista y afrontando los riesgos, incluso físicos, de liderar un partido que debía asumir la responsabilidad de liquidar un régimen dictatorial y frenar, al tiempo, una marea que arrastraba a Portugal hacia otras playas totalitarias. No entró en Lisboa con la seguridad de conseguirlo. Tardó tiempo en imponer sus convicciones. Ganó y perdió batallas. Pero no fue arrastrado; fue una fuerza de arrastre. Como todos los grandes políticos de la Historia.

El guardián de las esencias mide el mercado