viernes. 19.04.2024

Empresarios filántropos

Bárcenas no existe. Ni su antecesor, que puso en marcha el mecanismo. Cospedal cae un día sí y otro también...

Rajoy, tan lejos de Sansón, prefiere que caiga el templo de su partido con tal de salvar su cabeza

Esa persona, ese señor sin nombre que ocupaba durante veinte años un despacho fundamental para el mantenimiento de la empresa y a cuyo cargo estaba la caja fuerte y la combinación para hacer girar sus goznes y meter y sacar pesetas o euros con los que lubricar el engranaje societario y gratificar espléndidamente a los principales accionistas y directivos, es hoy un parado más que depende de la cobertura familiar para cubrir sus más perentorias demandas. Es un fantasma al que nadie reconoce. Veinte años acudiendo al mismo edificio, asentando su poderosa humanidad en el mismo sillón, tomando café en las pausas de su ajetreada labor recaudatoria con quienes seguro que se vanagloriaban de poder tutearlo y guiñarle un ojo de complicidad al felicitarse por el reparto de dividendos han desaparecido de la memoria de sus colaboradores necesarios. 

Injusto comportamiento no solo por parte de quienes le mantuvieron en su puesto y le dotaron de honores públicos, con independencia de los cambios en el Consejo de Administración, sino por parte de la sociedad, no la anónima, sino la que se escribe con “S” mayúscula. Injusto, sí, porque poca gente como él ha sido capaz de hacer aflorar con tanta intensidad el sentimiento de solidaridad entre tantos empresarios españoles, normalmente reacios a colaborar económicamente en causas nobles sin esperar a cambio ningún tipo de beneficio. Sin recibir siquiera la renta del agradecimiento colectivo por su acción caritativa. Donaciones anónimas, según la máxima evangélica que dice que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha. Tan solo un hombre excepcional, un nuevo profeta, es capaz de movilizar tantas conciencias.

A su despacho -mejor sería empezar a llamarlo confesionario- acudían representantes del Gotha empresarial, disfrazados con el sayal de penitentes, para depositar el óbolo de las buenas causas. Nada a cambio. Apenas una frase de gratitud convencional, levemente modificada: “Que el PP te lo pague”. Así se podían abrir nuevos centros para la predicación de la fe, subvencionar propagandistas de la buena nueva, abrir seminarios y refectorios para las nuevas generaciones. Y cuidar a los mayores en edad, sabiduría y jerarquía. Mi reino no es de este mundo, pueden decir hoy quienes veían crecer a su lado tanto esplendor. Nosotros nos ocupamos del discurso teológico, de los sacros principios del liberalismo, de salvar las almas de tantos herejes descarriados por las perversas doctrinas del marxismo. La intendencia es cosa del hermano lego. Hasta que, un mal día, el tinglado estalló por los aires y hubo que rebuscar en las escrituras aquel pasaje en el que un tal Pedro negó por tres veces.

Bárcenas no existe. Ni su antecesor, que puso en marcha el mecanismo. Cospedal cae un día sí y otro también en el mayor de los ridículos intentando buscar argumentos exculpatorios ante la evidencia. No se comprende cómo pudo aprobar no ya unas oposiciones a la Abogacía de Estado, sino el bachillerato. Rajoy, tan lejos de Sansón, prefiere que caiga el templo de su partido con tal de salvar su cabeza. La maquinaria de comunicación echa chispas para envolvernos en sutilezas jurídicas que sepulten bajo toneladas de palabras el sentido común. Y late, permanentemente, un profundo desprecio por la inteligencia colectiva. Paletadas de “y tú más” intentan extender el asco nacional ante la corrupción equiparando un aguacero con el diluvio. Si consiguen su propósito no serán los únicos culpables, y algunos nos refugiaremos en Diógenes de Sínope, no sin antes hacer un expresivo corte de mangas en honor el filósofo cínico.

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