miércoles. 17.04.2024

"¡Dales caña, Pedro!"

En las filas socialistas sigue cayendo bien aquella demanda que escuchó tantas veces Alfonso Guerra...

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Rajoy superó con creces el aire displicente, desdeñoso, con el que habitualmente responde a la oposición y sacó a la luz un Rajoy enervado, con tics antidemocráticos

Un constante oleaje de palabras, pronunciadas a media voz y amplificadas en mensajes que calaban en la opinión publicada, habían predeterminado el clima en el que supuestamente iba a desarrollarse el Debate sobre el estado de la Nación. El PSOE y el PP habrían debido escenificar una dialéctica razonablemente discrepante, sin provocar graves heridas al contrario, en aras al mantenimiento del denostado bipartidismo, amenazadas las dos grandes formaciones políticas nacionales por unas fuerzas extraparlamentarias que todavía no se miden en votos sino en intenciones. El acuerdo sobre el terrorismo yihadista había provocado ciertas tensiones en la militancia socialista. El temor a que se siguiera alentando la tesis de una equiparación de fondo entre los dos partidos que han monopolizado el Gobierno desde 1982, desgastaba los ánimos de la izquierda y alimentaba el argumentario de Podemos.

Lo ocurrido en el Congreso de los Diputados rompió muchos esquemas y desconcertó por primera vez al propio Presidente del Gobierno, que superó con creces el aire displicente, desdeñoso, con el que habitualmente responde a las críticas de la oposición -salvo cuando dialoga con Durán i Lleida- y sacó a la luz un Rajoy enervado, con tics antidemocráticos. No otra cosa es el cierre de su réplica al secretario general del PSOE. Digan lo que digan las encuestas, con resultados para todos los gustos, según el patrocinador, la realidad latente es que Pedro Sánchez acertó al hacerse portavoz de los españoles que soportan a diario los efectos de una política económica cuyos avances en términos contables siguen sin resolver los problemas acuciantes de la pobreza y la desigualdad.

Haber convertido el Debate en un intercambio de cifras y cuadros estadísticos hubiera conducido al pozo de la desilusión. Rajoy estaba en posesión de algunas verdades, como el inicio de la recuperación -que Sánchez tuvo el acierto de no negar- pero se sabía débil en los capítulos de la política social, y sobre todo en una de las máximas lacras en la percepción de los españoles, la Corrupción, sobre la que intentó sobrevolar con generalidades increíbles. Es posible que sus consejeros áulicos le trasladaran la falsa impresión de que su principal oponente, el debutante, se sintiera prisionero de algunos problemas propios, y despachara el tema en el plano de una declaración regeneracionista que podría asumirse sin esfuerzo. Y aquí paz y después de gloria.

Todo iba así, hasta el momento en el que resonó en el hemiciclo la palabra Bárcenas, no como un nombre más en un contexto de corrupciones, sino como un dardo directamente dirigido al ocupante del banco azul. La corrupción de Bárcenas, es su corrupción, la que llega hasta la sede del partido que usted preside…nunca unas palabras tan directas, pronunciadas con tanto énfasis en un marco tan solemne. Si alguien esperaba que el directamente aludido respondiera con algún argumento sólido a esa imputación, se equivocó de medio a medio. A cambio, descubrimos a un Mariano Rajoy desencajado, sin otra salida que la descalificación global del adversario y una intolerable admonición sobre su capacidad para seguir ejerciendo su liderazgo. La utilización del calificativo de “patético”, la última palabra pronunciada, era la evidencia de su derrota.

Imposible saber a estas alturas las consecuencias electorales del Debate, escasamente seguido en directo, y, por tanto, a expensas de las interpretaciones mediáticas. Difícil saber también el recorrido de los actos y las declaraciones de los dos partidos cuya sombra estuvo presente en la Carrera de San Jerónimo. Queda poco tiempo, en todo caso, para el contraste con las urnas en Andalucía, pero lo que sí ha quedado demostrado es que en las filas socialistas sigue cayendo bien aquella demanda que escuchó tantas veces Alfonso Guerra: “Dáles caña!”

Y Pedro se la dio a Mariano.

"¡Dales caña, Pedro!"