martes. 16.04.2024

La abstención tiene un precio

La primera opción se enfrenta a la incógnita de cómo quedaría configurado el nuevo Parlamento y Senado.

Tras los gestos -justificados- de decepción de Alberto Garzón, cuyo papel en las negociaciones de investidura de Pedro Sánchez ha sido el apropiado y resultará, con toda probabilidad, provechoso para UP-IU, y la habitual sobreactuación de los dirigentes de Podemos, con sus mareantes y dubitativos ahora me siento, ahora me levanto, se impone un análisis sosegado de la actual situación creada -nada sorprendente, por otra parte- tras el acuerdo de investidura y gobierno entre PSOE-Ciudadanos. Y, sobre todo, analizar en qué condiciones a la hora de negociar quedan las distintas partes implicadas, así como cuál es la correlación de fuerzas, y qué posibilidades quedan para seguir intentando conseguir el máximo posible de logros programáticos que beneficien a los trabajadores, creen mejores condiciones democráticas e institucionales para su lucha por trasformar el sistema, y permitan recuperar y ampliar derechos sociales y libertades publicas. En pocas palabras, a la izquierda del PSOE, donde por fin se ha ubicado Podemos, se le plantea una disyuntiva: o propiciar nuevas elecciones con el voto negativo a la investidura, en peligrosa sintonía con el corrupto PP; o poner un elevado, pero asumible, precio programático a su abstención.

La primera opción se enfrenta a la incógnita de cómo quedaría configurado el nuevo Parlamento y Senado. Es decir, sería una opción clara si la expectativa fuera la de una mayoría de Podemos (más confluencias), UP-IU, que invirtiera las tornas y obligara al PSOE a tener que optar por apoyar a la izquierda o sostener a la derecha. Lamentablemente, todo parece indicar que tal situación es poco probable. Incluso, puede ocurrir que el resultado termine fortaleciendo aún más al tándem Sánchez-Rivera, o el bloque PP-Ciudadanos. Es, por lo tanto, una apuesta cuanto menos arriesgada que, en mi opinión, debería ser el resultado de la imposibilidad de obtener más y mejores reivindicaciones programáticas, reconfigurando aspectos importantes del pacto de investidura. La ensoñación griega puede tener un despertar doloroso. En cualquier caso, no tendría mucho sentido acudir a unas nuevas elecciones, vista la experiencia, sin un gran acuerdo unitario de la izquierda. Algo a lo que, hasta ahora, se han negado los dirigentes de Podemos. De lo contrario, volverían a desperdiciarse electoralmente muchos cientos de miles de votos de UP-IU. Eso sin tener en cuenta que unas elecciones en junio cogería a la formación de Alberto Garzón en pleno proceso de refundación, algo que no parece que vaya a ser un camino de rosas.

La segunda opción pasa por vender cara la abstención. Podemos tiene todavía una importante capacidad negociadora que sería infantil desaprovechar, ya que su abstención es imprescindible para que la investidura de Pedro Sánchez salga adelante (salvo que lo haga el PP, lo que significaría una catástrofe para Rajoy y su equipo) No se entendería políticamente que no se intente hasta el ultimo instante disolver o disipar algunas peligrosas ambigüedades de lo pactado -ley mordaza, reforma laboral, entre otras- por PSOE y Ciudadanos, se luche por incorporar programáticamente las reivindicaciones de los trabajadores, y se persiga crear un marco democrático institucional más favorable. Vistas las cosas con frialdad -no se puede negociar nada de otra forma- el valor de la abstención es suficientemente alto como para jugar decididamente esa baza. Sobre todo si se tiene siempre como principio orientador de la negociación los intereses de los trabajadores. Lograr que sus condiciones laborales, económicas, institucionales sean las mejores posibles en cada coyuntura concreta, siempre desde la perspectiva -horizonte estratégico- del socialismo de nuevo cuño, es lo que dota de contenido de clase a una organización política de izquierdas, más allá de proclamas grandilocuentes y afirmaciones doctrinarias. Salvando las distancias, y con todos mis respetos a los docentes, yo recomendaría a más de un profesor de políticas, la relectura sosegada del libro de Lenin, El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo [1]. Aunque serviría de poco, ya que al parecer han sustituido el análisis marxista de la realidad social por el pensamiento posmoderno de Ernesto Laclau. El problema, tal vez estribe en que algunos dirigentes de izquierdas, seguramente cargados de buenas intenciones, no han entendido que negociar no deja de ser una forma de lucha de clases

Sin duda, lo ideal hubiera sido un gobierno progresista de coalición PSOE-Podemos-UP.IU-Comprimís. Pero ni los planteamientos maximalistas, y su componente gratuitamente provocador, de los dirigentes de Podemos, ni la dependencia de una más que dudosa abstención de los nacionalistas catalanes sin el reconocimiento explicito del derecho de autodeterminación, lo hacían factible. Eso lo sabían todos, aunque demasiados aparentaban no darse por enterados. Es decir, la viabilidad de esa deseada e ideal coalición del cambio era prácticamente nula, dada la actual correlación de fuerzas entre las organizaciones reformistas y radicales. La negociación a cuatro, fruto del inteligente y loable empeño de Alberto Garzón, no podía circunscribirse fundamentalmente a la formación del gobierno, que es lo que ha pretendido Podemos, salvo que se estuviera dispuesto a suscribir un programa como el pactado por PSOE-Ciudadanos, pero sin éstos últimos. Y eso si que hubiera sido un suicidio político (bien lo sabe IU de Andalucía), dadas las próximas medidas que el nuevo gobierno, sea el que sea, tendrá que tomar por imperativo de la troika. ¿O es que alguien en su sano juicio piensa que un gobierno presidido por Pedro Sánchez iba a enfrentarse seriamente con el Eurogrupo?. Ya vimos lo que dio de si la resistencia de Syriza, con referéndum incluido.

Es decir, en cualquier caso, lo que de verdad se negocia es la cantidad de dosis de progresismo radical que se puede alcanzar con el PSOE. Y eso no tiene por qué abandonarse, pese al decepcionante acuerdo Sánchez-Rivera. En mi opinión, debe seguir explorándose la inclusión en la propuesta programática de Pedro Sánchez para su investidura de las máximas reivindicaciones posibles, a fin de atender la emergencia social, mejorar las condiciones laborales y sociales de los trabajadores, recuperar derechos y libertades, avanzar en la democratización institucional y eliminar de raíz la corrupción. Y no olvidar nunca que estamos ante una guerra de posiciones, cuyo objetivo estratégico es el de crear las mejores condiciones posibles -políticas, económicas y sociales- en cada situación concreta para la futura transformación socialista de la sociedad.

Puede que, pese a ello, no se consigan suficientes mejoras en el acuerdo y el resultado sean unas nuevas elecciones. Pero, incluso en ese caso, las fuerzas de izquierdas saldrán fortalecidas. Y habrá demostrado que su acción política se atiene, por encima de todo, a los intereses de los trabajadores. El rédito electoral será, sin duda, mayor. Y es posible que, tras los nuevos comicios, haya mejorado adecuadamente la correlación de fuerzas actual, insuficiente para planteamientos maximalistas, de manera que en las siguientes negociaciones para la formación de gobierno puedan alcanzarse mayores cotas de poder desde donde impulsar la transformación social. Solo los ilusos podían pensar que iba a ser fácil. Y que basta la indignación para asaltar los cielos.


[1] Lenin, El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo. Akal, 1975.

La abstención tiene un precio