jueves. 18.04.2024

Las grandes plagas de nuestro tiempo

El fundamentalismo de mercado que se ha impuesto está provocando demasiados males a los que hay que atender y a los que el libre mercado no les puede dar soluciones.

Las guerras, el terrorismo, las dictaduras, el crecimiento de los fundamentalismos, el hambre, la pobreza, la desigualdad, los refugiados, la corrupción, la explosión demográfica, el deterioro del medio ambiente y la inseguridad laboral, son las plagas que amenazan a la economía y la sociedad del mundo global. Se vive en una realidad cada vez más insegura y aunque algunas de las plagas tienen fundamentalmente causas económicas, aunque no solo, otras responden a diversas raíces.

La interdependencia, sin embargo, existe y no se pueden dejar de lado aspectos que tratan de explicar, en alguna medida, los hechos tan graves que están sucediendo. La desigualdad económica mundial en la que una minoría consume la mayor parte de lo producido, generando pobreza y exclusión social, son factores a tener en cuenta, si bien estas realidades no sirven por sí mismas para comprender los actos de barbarie a los que asistimos. De todos modos, suponen un caldo de cultivo para que los fundamentalismos crezcan, debido a la falta de oportunidades y al sufrimiento que suponen las grandes privaciones a las que se encuentran sujetas millones de personas.

Muchas gentes viven en la desesperación que provoca el hambre y la mortalidad infantil en los países subdesarrollados. Muchas más siguen sumidas en la pobreza y carecen de acceso a agua potable, educación y sanidad. La prosperidad que se da en una parte reducida de la población mundial, aunque haya aumentado en las últimas décadas, contrasta con las bolsas de miseria que se dan en porcentajes importantes de la población a escala global. Este contraste se da también en la demografía, así que mientras en los países desarrollados la población crece poco o nada, incluso en algunos países se dan decrecimientos, en los países en desarrollo y más atrasados se siguen produciendo altas tasas de crecimiento demográfico. Los que menos recursos tienen son los que padecen la explosión demográfica. De manera que los problemas se agravan en los países que sufren el subdesarrollo.

Todo esto promueve las corrientes migratorias, así como la guerra, la violencia y la dictadura, provocan las grandes cantidades de refugiados, que salen desplazados de su país de origen y que malviven, por lo general, en condiciones inhumanas en otras naciones. Se les niega el acceso a los países desarrollados y se sigue con estas políticas contribuyendo a la inseguridad, al padecimiento, a la contracción de enfermedades, que afectan en gran medida a los niños, los cuales a su vez no acuden a la escuela. La exclusión social crece en estos campos de refugiados, pero también dentro de los países avanzados que han creado bolsas de marginación y sectarismo.

Los países ricos no son ajenos a estas tragedias, vendiendo armas y sosteniendo a dictadores. El negocio y los intereses materiales priman sobre los derechos humanos y la vida de las gentes ante la necesidad de controlar zonas de influencia que se consideran geoestratégicas. La rivalidad entre intereses económicos, defendidos por sus respectivos países, y el militarismo conducen a guerras. Cuántos errores se han cometido con las intervenciones militares, que además de los destrozos causados han alimentado el surgimiento de los fundamentalismos religiosos. Se tendrían que pedir responsabilidades penales a los dirigentes del mundo occidental, que han contribuido a este desaguisado.

La economía capitalista se rige por el lucro y en búsqueda de esos beneficios polariza la sociedad, tanto en el mundo como dentro de los países. La desigualdad entre países sigue siendo muy elevada, aunque se haya atenuado en los últimos años, pero a su vez se ha incrementado en los países avanzados y en los emergentes. Esta desigualdad en rentas y riqueza también tiene su reflejo en otras desigualdades, como es la de los derechos y oportunidades. En este sentido, los más afectados son los grupos más vulnerables. La pobreza y el hambre han disminuido pero siguen ofreciendo cifras excesivamente elevadas si se compara con los progresos tecnológicos conseguidos, y con la capacidad de generar renta y riqueza. Pero la desigualdad es excesivamente elevada y tiende a crecer para que esos avances y mejoras se trasladen al conjunto de la población mundial.

De modo que se socavan los cimientos de la sociedad globalmente considerada. Además, la necesidad creciente de producir y consumir para dar salida a todas las mercancías y servicios que se generan tiene consecuencias muy negativas para el medio ambiente, como la contaminación, el cambio climático, el agotamiento de recursos no renovables, y la dificultad de los recursos renovables para seguir a la producción, el consumo y el derroche de recursos. Los efectos de ello se manifiestan ya pero se agravarán en el futuro más inmediato, si no se ponen remedios. No parece que se instrumentalicen las medidas idóneas para ello, a pesar de algunos pasos dados en la Conferencia de París.

Los males que se padecen actualmente son de una enorme gravedad, sin embargo, no se les presta la atención debida por los dirigentes actuales. La visión a corto plazo, la estrechez de miras, el economicismo reinante, está provocando una situación cada vez más insostenible. Las economías desarrolladas no dieron los pasos que se tuvieron que dar en la década de los setenta del pasado siglo, cuando se reivindicaba un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), y comenzó la toma de conciencia sobre la degradación que estaba sufriendo el medio ambiente. Lo que sucedió en los ochenta fue lo contrario, pues con la emergencia con cierta fuerza del liberalismo económico se archivaron las cuestiones relacionadas con la creación de un NOEI más equitativo y del medio ambiente. Por si fuera poco, se ha contribuido a desmantelar progresivamente los derechos de los trabajadores y de ciudadanía. La inseguridad en el trabajo comenzó a incrementarse en los países más desarrollados.

El capitalismo hoy por hoy no tiene alternativas y las que se dieron en el pasado han fracasado rotundamente. Eso no quiere decir que el capitalismo quede legitimado. Pero dentro de este sistema económico se han dado a lo largo de su historia diferentes fases. El fundamentalismo de mercado que se ha impuesto, tanto en las ideas como en las acciones, está provocando demasiados males a los que hay que atender, y a los que el libre mercado no les puede dar soluciones. Hay, que duda cabe, hacer proposiciones dentro del sistema para conseguir reformas progresistas y que no todo se base en el beneficio, a costa de degradar las condiciones de vida de los trabajadores, a sobreexplotar a los del Tercer Mundo, a la venta de armas y a deteriorar el medio ambiente.

Las grandes plagas de nuestro tiempo