viernes. 29.03.2024

Una Iglesia muy católica, pero muy poco cristiana

La jerarquía católica española este pasado domingo, día 13, llevó a cabo en la ciudad de Tarragona la beatificación de 522 católicos, que fueron asesinados...

La jerarquía católica española este pasado domingo, día 13, llevó a cabo en la ciudad de Tarragona la beatificación de 522 católicos, que fueron asesinados en tiempos de la Guerra Civil.  Sorprende el olvido de otros, como los sacerdotes vascos;  o del cura mallorquín, Jeromi Alomar, a quien también mataron los cristianos franquistas por ayudar a algunos republicanos. No quiero entrar ahora en valorar en cuánto ha costado, y de dónde han salido los dineros para sufragar toda esta apoteósica ceremonia, que no sería de extrañar que hubieran sido de los presupuestos generales del Estado. Esta cuestión merecería un artículo especial.  En un acto estrictamente religioso hubo una presencia importante del poder político encabezado por el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada; el presidente de la Generalitat, Artur Mas; los ministros de Justicia e Interior, Alberto Ruiz Gallardón y Jorge Fernández Díaz, lo que es muy cuestionable si tenemos en cuenta que el Reino de España es un Estado aconfesional, tal como aparece en nuestra Constitución de 1978, en su artículo 16.3 donde  se especifica con claridad meridiana: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. De acuerdo con este enunciado, es evidente que el Estado español no es un Estado religiosamente confesional. Luego parece claro que una presencia del poder político en un acto estrictamente religioso está fuera de lugar.  Mas no es a esta cuestión a la que quiero referirme, aunque no deja de ser importante.

Retornando al proceso de las beatificaciones, la Iglesia católica puede beatificar a todos aquellos pertenecientes a su religión, que según su criterio sean merecedores de ello. Lo que no me parece de recibo es que habiéndose mostrado continuamente en contra de la Memoria Histórica, en ese proceso de reconocer y desenterrar a miles de republicanos asesinados por los fascistas con la aquiescencia, beneplácito y apoyo en ocasiones de los católicos, que todavía yacen como perros en las cunetas, argumentando que eso supone reabrir heridas, y sin embargo lo que ella hace ahora con estos actos de beatificación a sus creyentes asesinados en la Guerra Civil, eso no le merezca la misma opinión. Resulta de un cinismo que produce escalofrío. Como prueba de esta manera de pensar, aunque podrían ponerse otros muchos ejemplos dentro de las jerarquías católicas españolas, quiero referirme al documento, aprobado por la LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en noviembre de 2006, titulado Orientaciones morales ante la situación actual de España.  El Título I y en su primer apartado, se titula: La reconciliación amenazada. La C.E. se refiere a dos datos de la historia reciente. El primero, después del régimen político anterior-así denomina al régimen de Franco- es el advenimiento de la democracia,  a cuya llegada se arroga la Iglesia católica un gran protagonismo, facilitando una transición fundada en el consenso y la reconciliación entre los españoles. Así fue posible la Constitución de 1978, basada en el consenso de todas las fuerzas políticas, que ha permitido treinta años de prosperidad y estabilidad, con las excepciones de las tensiones normales en una democracia moderna, poco experimentada, y de los ataques del terrorismo. Esta situación puede quebrarse, ya que la sociedad vuelve a hallarse dividida y enfrentada., como consecuencia de la “Memoria Histórica”, guiada por una mentalidad selectiva, que abre de nuevo viejas heridas de la Guerra Civil y aviva sentimientos encontrados que parecían estar superados. En la misma línea es la Carta Pastoral de marzo de 2007 publicada en su diócesis por el  entonces Obispo de Huesca y de Jaca, Monseñor Jesús Sanz Montes, titulada “Los Idus de Marzo”. Es un documento breve, mas no exento de enjundia y calado. Es difícil decir más cosas y con menos palabras. Se inicia con una alusión a la obra de Thornton Wilder, titulada “Los idus de marzo”, fecha en la que  fue asesinado Julio César. En esta novela, nos dice el obispo,  se muestra cómo hay hombres movidos por el heroísmo, la generosidad y la virtud; así como otros, lo hacen por el egoísmo, la traición y la deslealtad. Es una concepción maniquea, una división tajante entre los buenos y los malos. En la misma línea de los juicios emitidos por el obispo de Salamanca, Enrique Plà y Daniel, en la pastoral de septiembre de 1936, “Las dos ciudades.” No creo sea necesario especificar  quiénes son los buenos en 2007 y quiénes son los malos. Los malos son los socialistas, a los que acusa de sacarse de la chistera el resentimiento de la Memoria Histórica.

Semejantes alineamientos políticos me recuerdan a la actitud que en la Guerra Civil  mostraron las más altas jerarquías eclesiásticas españolas, de apoyo inequívoco a los militares sublevados, en la Carta Colectiva de 1 de julio de 1937, Sobre la Guerra de España, dirigida a los obispos de todo el mundo, de la que extraigo unas breves líneas:

“La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del Gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó, por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que salió en defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España por la novísima civilización de los soviet rusos.”

Con semejantes comportamientos la jerarquía católica española de entonces y la de ahora, olvidándose de miles de obreros, maestros  y sacerdotes asesinados por los fascistas, opta por situarse en contra de una parte importante de los españoles,  y  por ello, está muy lejos de ser fuente de reconciliación.

 Yo recomendaría a Monseñor, Jesús Sanz, y al resto de las jerarquías católicas españolas, que leyeran la declaración de 1971, de la Confederación Episcopal Española siendo presidente Enrique Tarancón, dirigida a la sociedad española, que no pudo ser aprobada al no encontrar el apoyo necesario (dos tercios),  cuyo texto, que quedó inédito, era el siguiente:

“Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está en nosotros (1 Jn 1, 10). Así pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre hemos sabido ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos.”

Ni que decir tiene que con los miembros de la jerarquía católica española actual, es una utopía que hagan un acto de contrición por haber apoyado a la dictadura franquista, que fue responsable de tantas muertes durante y después de la Guerra Civil. La Iglesia no solo no se quejó de tanto exterminio, al contrario fue cooperadora necesaria de la represión. Muchos informes de curas condujeron a los denunciados ante los pelotones de ejecución. Sorprende que la jerarquía de la Iglesia católica española no haya entonado todavía su mea culpa por su papel en la Guerra Civil y en la dictadura. Porque si la Iglesia además de perdonar pidiera perdón, según palabras del abad de Montserrat, se uniría a aquella súplica formulada por Azaña  en su discurso del 18 de julio de 1938 en el que terminaba pidiendo "paz, piedad y perdón”.

Mas para llevar a cabo una decisión de este calado, sería necesario que las jerarquías católicas españolas se olvidaran de ser tan católicas, para ser auténticamente cristianas.

Una Iglesia muy católica, pero muy poco cristiana