jueves. 28.03.2024

Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia

El problema de las democracias modernas no radica en sus principios, sino en que estos no se han llevado a la práctica...

El problema de las democracias modernas no radica en sus principios ético-políticos de libertad e igualdad, sino en que estos no se han llevado a la práctica

No creo sea necesario perder el tiempo en reflejar la situación gravísima a nivel social, político, económico, cultural, y también en el ámbito de la ética, o mejor carencia de esta última, en la que estamos sumidos como consecuencia del apabullante triunfo del neoliberalismo. Cualquiera puede constatarla y negarla solo puede hacerlo algún cenutrio, que todavía asume los mensajes de nuestros dirigentes del PP. Tampoco creo que sea necesario en perder el tiempo en quiénes son los responsables, auténticos canallas, que nos han llevado a este auténtico infierno. Son una élite empresarial, a la que se han vendido vilmente la clase política y la academia, cual auténticos mamporreros. Creo que debemos tener claro que mientras esas élites empresariales, al ser  tal su nivel de crueldad  y como no tienen miedo alguno a nadie, seguirán inyectando cada vez más dolor y sufrimiento a la gran mayoría, a no ser que se produzca una respuesta contundente de esta. Sorprende la pusilanimidad de buena parte de la sociedad. A lo que debemos dedicar el tiempo es indagar en el cómo podemos salir de esta situación. Esta es la gran tarea. Para contribuir a ella me parece muy interesante un libro escrito hace casi 30 años,  en 1985, titulado Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que no solo vieron lo que estaba ocurriendo en aquel entonces, sino que también elaboraron un discurso político para parar y vencer la vorágine neoliberal. A pesar del tiempo transcurrido una relectura de su pensamiento me parece muy oportuna y conveniente, ya que pienso que sigue siendo de plena actualidad.

La obra citada, de la que ya he hablado en algún artículo anterior en este mismo diario, pude conocerla a través del libro Pensar desde la Izquierda. Mapa del pensamiento crítico para un tiempo en crisis, que es una recopilación de artículos de o sobre pensadores de la izquierda como: Agamben, Ranciére, Badiou, Neyrat, Zizek, Negri, Hardt, Holloway, Mouffe… En este libro hay un capítulo titulado Antagonismo y hegemonía. La democracia radical contra el consenso neoliberal, que está estructurado en forma de encuesta en la que Chantal Mouffe responde a las preguntas  de Elke Wagner, de las que trataré de resumir y reflejar las ideas principales. Ideas que a mí personalmente me han servido para reflexionar en profundidad. Confío que sirvan para lo mismo a otros.

Laclau y Mouffe dieron lugar a la corriente filosófica del posmarxismo, que repiensa la herencia del marxismo, en base a los movimientos sociales surgidos en las décadas anteriores. Los objetivos del libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, son, uno, político; el otro, teórico. En cuanto al primero: reformular el proyecto socialista para responder a la crisis del pensamiento de izquierda, en sus versiones comunista y socialdemócrata. Crisis causada por la irrupción de los movimientos sociales a los que ni el marxismo ni la socialdemocracia supieron darles respuesta. De ahí el segundo: un enfoque para entender los movimientos sociales que no tenían nada que ver con la lucha de clases, y, por ello, no podían comprenderse desde el esquema clásico de explotación económica. Para ello creyeron necesario crear una teoría de lo político, sirviéndose de dos enfoques teóricos distintos: la crítica del esencialismo que aparece en el pensamiento postestructuralista y algunos elementos del concepto de hegemonía de Gramcsi. Esta perspectiva nueva ha sido llamada posmarxista.

En el nuevo enfoque hay dos conceptos fundamentales: antagonismo y hegemonía. El primero significa que en el ámbito político son inevitables los conflictos, para los que no hay una solución racional o definitiva. Esto nos lleva a una comprensión del pluralismo, que significa la imposibilidad de reconciliar todos los puntos de vista. El segundo, hegemonía. Ambos son indispensables para elaborar una teoría política: pensar la política-con la idea presente del antagonismo- exige renunciar a la posibilidad de encontrar un fundamento último y, por tanto, reconocer la dimensión irresoluble y contingente en todo sistema social. Hablar de hegemonía implica que cada orden social no es más que la articulación contingente de relaciones de poder particulares, y que no tiene cimientos racionales últimos. La sociedad es producto de unas prácticas hegemónicas con el fin de instaurar un orden en un contexto contingente. Todo orden es político y no podrá existir ninguno sin las relaciones de poder que le dan forma. Estas consideraciones teóricas tienen unas implicaciones políticas cruciales. Hoy oímos y muchos asumen que la globalización neoliberal es una consecuencia inevitable del destino e incuestionable. Según Margaret Thatcher “No hay alternativa”. Por desgracia, la gran mayoría de los socialdemócratas han aceptado esta idea, como un dogma, y piensan que lo único que puede hacerse es gestionar este orden globalizado, dándole rasgos más humanos. Muy al contrario, desde el punto de vista de Laclau y Mouffe, es claro que todo orden es primeramente un orden político, originado de una configuración hegemónica dada las relaciones de poder. La actual globalización, no es algo natural, es producto de la hegemonía neoliberal y se basa en unas determinadas relaciones de poder. De ahí que puede cuestionarse, ya que existen alternativas como las políticas de los 30 Años Gloriosos, ahora apartadas por el orden dominante, pero pueden actualizarse. Todo orden hegemónico puede ser cuestionado por prácticas contrahegemónicas que intenten desarticularlo para establecer otra hegemonía. Esta tesis tiene una serie de consecuencias para plantear unas políticas emancipadoras. Si la lucha política es siempre la confrontación de diferentes proyectos hegemónicos, esto significa que nunca nadie podrá decir que la confrontación debe finalizar, porque ya se ha llegado a la democracia perfecta. Por ello el proyecto de la izquierda es la “democracia radical y plural”, una radicalización de las instituciones democráticas existentes para hacer efectivas la libertad y la igualdad. Su objetivo es integrar las reivindicaciones de los nuevos movimientos sociales. Ese es el reto para la izquierda: articular las nuevas reivindicaciones de los movimientos feministas, antirracistas, homosexuales, ecologistas… con las de clase. De ahí el concepto de “cadena de equivalencias”. Frente a la separación total entre movimientos defendida por algunos filósofos posmodernos, la izquierda debe establecer una cadena de equivalencias entre esas luchas diferentes para que, cuando los trabajadores definan sus reivindicaciones, no olviden las de los otros movimientos. Y a la inversa. La izquierda debería instaurar una voluntad colectiva de todas las fuerzas democráticas para radicalizar la democracia e instalar una nueva hegemonía.

En este proyecto de democracia radical, si queremos progresar hacia una sociedad más justa en las democracias occidentales, no hay que destruir el orden democrático liberal y partir de cero. No supone una ruptura radical- sino lo que Gramcsi llama una “guerra de posición” para conseguir una nueva hegemonía. En el marco de una democracia pluralista moderna, pueden llevarse avances democráticos profundos a partir de una crítica inmanente a las instituciones. El problema de las democracias modernas no radica en sus principios ético-políticos de libertad e igualdad, sino en que estos no se han llevado a la práctica. Así, la estrategia de la izquierda debería ser que se apliquen tales principios.

Mouffe en la entrevista actual añade detalles nuevos ante la situación actual. Radicalizar la democracia hoy es naturalmente mucho más complicado que hace 30 años. Una cadena de equivalencias es crucial para la izquierda, pero el neoliberalismo ha transformado profundamente el terreno de juego, con la práctica desaparición de las ideas socialdemócratas. Hoy, hay que defender las instituciones del Estado de bienestar-cuyas insuficiencias antes criticábamos; e incluso las libertades individuales políticas. En lugar de luchar por la radicalización de la democracia, nos vemos limitados a hacerlo contra el destrozo de las instituciones democráticas fundamentales. Hay que construir un frente común de las fuerzas progresistas y que los movimientos sociales, organizados en torno Attac o el Foro Social Mundial, trabajen con partidos progresistas y sindicatos. Le preocupa las reticencias de los movimientos sociales a unirse con partidos políticos según las ideas de Hardt y Negri, que en sus libros Imperio y Multitud, escriben que los movimientos surgidos de la sociedad civil deben evitar la colaboración con las instituciones políticas, al considerarlas como unas máquinas de captura. Desde esta perspectiva, las contradicciones internas del Imperio conducirán inexorablemente a su caída y a la victoria de la Multitud. Esto supone reproducir la creencia en el determinismo de tipo marxista. El capitalismo llevaba en sus propias entrañas su propia caída. La perspectiva de Imperio es similar, aunque adaptada a la nueva situación: a partir de ahora el trabajo inmaterial ejerce el papel principal, ya no es el proletariado, sino la multitud, quien es el agente revolucionario. Puro determinismo. Por otro lado, esta es la razón por la que rechazan la idea de la necesidad de crear una unidad política entre los diversos movimientos. Mouffe se hace una pregunta política fundamental: ¿Cómo se convertirá la multitud en sujeto político? Aunque Hardt y Negri reconocen que los diferentes movimientos sociales tienen objetivos diferentes, esta circunstancia en lugar de ser un problema, es una ventaja, lo que les hace más radicales y, así, cada uno pueden dirigir sus golpes al centro virtual del Imperio.

Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia