viernes. 29.03.2024

Hay que construir alternativas contrahegemónicas

De momento, parece, que cada una de las izquierdas va por su lado. Ese es el gran poder de las derechas...

No es decir nada nuevo que la gran mayoría de politólogos, sociólogos, historiadores, filósofos, economistas, periodistas y otros muchos pertenecientes al mundo de la cultura, están hoy al servicio incondicional de los grandes poderes políticos y económicos; y su misión es muy clara: convencer a la gente de que la realidad es la que es, y que es incuestionable, en definitiva, dedicados a apuntalar y justificar una determinada hegemonía política y a someter a ataques furibundos a quienes tienen la osadía de cuestionarla, por lo que reciben todo tipo de prebendas.

Esta idea la explica muy bien Marina Garcés -autora de un extraordinario prólogo del  impresionante libro La Política fuera de la Historia de Wendy Brown-  en un artículo La revolución de lo posible, “En las últimas décadas se han impuesto un tipo de intelectuales que se dedican a contarnos lo que ya no puede ser, lo que ya no podemos seguir pensando, haciendo o deseando. Son los predicadores del fin de la historia, del fin de las ideologías, del fin del pensamiento crítico. Son los intelectuales “cierra-puertas”, verdaderos policías del pensamiento que tienen como función precintar aquellos caminos que ellos mismos declaran intransitables ya para siempre. Con este gesto soberbio, evitan tener que buscar esos otros caminos que están aún por descubrir, esas sendas peligrosas que algunos ya han empezado a abrir o simplemente se libran de tener que pelearse con lo emboscado y con los callejones sin salida de nuestro tiempo”. En definitiva trabajan para defender, consolidar y mantener una hegemonía la impuesta por el neoliberalismo.

Pero como dijeron ya en 1985, en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, “Hablar de hegemonía implica que cada orden social no es más que la articulación contingente de relaciones de poder particulares, y que no tiene cimientos racionales últimos. La sociedad es producto de unas prácticas hegemónicas con el fin de instaurar un orden en un contexto contingente. Todo orden es político y no podrá existir ninguno sin las relaciones de poder que le dan forma. Estas consideraciones teóricas tienen unas implicaciones políticas cruciales. Es claro que todo orden es primeramente un orden político, originado de una configuración hegemónica dada las relaciones de poder. La actual globalización, no es algo natural, es producto de la hegemonía neoliberal y se basa en unas determinadas relaciones de poder. De ahí que puede cuestionarse, ya que existen alternativas contrahegemónicas como las políticas de los 30 Años Gloriosos, ahora apartadas por el orden dominante, pero pueden actualizarse. Todo orden hegemónico puede ser cuestionado por prácticas contrahegemónicas que intenten desarticularlo para establecer otra hegemonía. Esto lo tuvo muy claro la derecha, tal como lo explica Raimon Obiols en su libro Patria humana: globalización y socialismo en el si siglo XXI. Al final de la II Guerra Mundial, estaba vigente la doctrina de Keynes y se iniciaban en Europa occidental políticas dirigidas a la implantación del Estado de bienestar. Por ello, en abril de 1947 se reunió en el “Hotel du Parc”, en Mont-Pèlerin, en Suiza, un grupo de 39 personas entre ellas: Friedman, Lippman, Salvador de Madariaga, Von Mises, Popper.. con el objetivo de desarrollar fundamentos teóricos y programáticos del neoliberalismo, promocionar las ideas neoliberales, combatir el intervencionismo económico gubernamental, el keynesianismo y el Estado de bienestar, y lograr una reacción favorable a un capitalismo libre de trabas sociales y políticas. Este combate de los neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo el modelo económico de la posguerra. Su victoria fue producto de muchos años de lucha intelectual. Suele atribuirse al reaganismo, al thatcherismo y a la caída del Muro, pero la historia es más larga. Su triunfo se vio facilitado por la autocomplacencia de una izquierda autosatisfecha. Como dice Susan George “Si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas a las dos restantes”. 

Yo no veo hoy que haya un Mont-Pèlerin en la izquierda. Quienes trabajan en construir unas alternativas contrahegemónicas lo hacen individualmente. Como Josep Fontana, al que, aunque me haya referido en ocasiones anteriores, no me resisto a recurrir de nuevo a sus palabras: La Historia es una llamada a la acción, el despertar de las conciencias. La Historia sirve "para ayudar a que las cosas funcionaran". En ese sentido, encuentra una segunda oportunidad para los historiadores en estos momentos de desorientación. "Habiendo fallado las certezas de los modelos con los que los economistas, como Greenspan, articulaban el futuro, hay que preguntarles a los historiadores qué es lo que ha ido mal para recomponer las certezas". Y advierte: esa función sólo sucederá si aceptan su función crítica, si no se dedican a "abastecer el orden establecido con legitimaciones, que es lo que ha hecho la historiografía académica". Y se queja de la falta de responsabilidad de la ciencia: "Desde 1945 a esta parte, la historiografía se ha dedicado a convencer a la gente de que todo intento de cambiar las reglas sociales conduce al desastre, lo cual es una lección de resignación incomparable. Pero eso no es lo que la historia debe hacer, en algún momento debe mover hacia el cambio. Un gramo de sensatez puede ayudar a cambiar las cosas".

Y otro de los autores, profundamente crítico con la situación actual es el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos como en su impresionante su libro El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Todo es de un profundo calado político. Hace un certero diagnóstico de este auténtico infierno en el que estamos sumidos. En uno de sus capítulos, titulado Reinventar la democracia nos dice que en estos  momentos  se está produciendo la emergencia del fascismo societal. No es  el fascismo de los años treinta y cuarenta. No se trata  de un régimen político sino de un régimen social y de civilización. Es un fascismo pluralista. Las principales formas de la sociabilidad fascista son las siguientes. El fascismo del apartheid social implica la segregación de los excluidos dentro de una cartografía urbana dividida en zonas salvajes y zonas civilizadas. Estas viven bajo la amenaza constante de aquellas y para defenderse se transforman en castillos neofeudales, en  urbanizaciones privadas. El fascismo del Estado paralelo que actúa con una doble vara, una para las zonas salvajes otra para las civilizadas. En estas últimas, el Estado actúa democráticamente, como Estado protector; en las salvajes de modo fascista, como Estado predador. El fascismo paraestatal resultante de la usurpación por parte de poderosos actores sociales, de las prerrogativas estatales de la coerción y de la regulación social, en connivencia del Estado. El fascismo populista, que consiste en la democratización de aquello que en la sociedad capitalista no puede ser democratizado. Se crean dispositivos de identificación inmediata con unas formas de consumo y unos estilos de vida que están fuera del alcance de la mayoría de la población.    El fascismo de la inseguridad, que se sirve de la inseguridad de las personas debilitadas por la precariedad del trabajo o por acontecimientos desestabilizadores. Tales niveles de ansiedad y de incertidumbre respecto al presente y al futuro rebajan el horizonte de expectativas y crean la disponibilidad a soportar cualquier sacrificio. Y el fascismo financiero el de los mercados de valores y divisas, de la especulación financiera. Es el más pluralista: los movimientos financieros son el resultado de las decisiones de unos inversores individuales e institucionales mundiales y que, de hecho, no comparten otra cosa que el deseo de rentabilizar sus activos. Es el más virulento ya que su espacio-tiempo es el más refractario a cualquier intervención democrática.

Mas, Boaventura de Sousa Santos no solo hace un diagnóstico de la situación actual, elabora unas alternativas contrahegemónicas. Suyas son unas impresionantes  Cartas a las Izquierdas, de momento van publicadas once, que todo aquel  preocupado por la situación actual, tendría que leer. De la Primera Carta voy a reflejar sus ideas principales. No   cuestiona  que exista un futuro para las izquierdas, pero no será una continuación lineal de su pasado. Por ello hay que definir ¿qué es la izquierda? Un conjunto de posiciones políticas que comparten el ideal de que los seres humanos tienen  todos   el  mismo valor, y que son el valor más alto. Ese ideal es puesto en cuestión siempre que hay relaciones sociales de poder desigual, esto es, de dominación.  Las diferentes comprensiones de este ideal produjeron diversas fracturas en las izquierdas y se mataron entre sí.  En nombre de la izquierda se cometieron atrocidades contra la izquierda; pero, en su conjunto, las izquierdas dominaron el siglo XX  y el mundo se volvió más libre e igualitario gracias a ellas. Este siglo corto de las izquierdas terminó con la caída del Muro de Berlín. Mientras tanto, liberado de las izquierdas, el capitalismo volvió a mostrar su vocación antisocial. Ahora vuelve a ser urgente reconstruir las izquierdas para evitar la barbarie. ¿Cómo recomenzar? Con la aceptación de las siguientes ideas:

El mundo se diversificó. La comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo; no hay internacionalismo sin interculturalismo.

El capitalismo concibe a la democracia como un instrumento de acumulación; si es preciso, la reduce a la irrelevancia y, si encuentra otro instrumento más eficiente, prescinde de La defensa de la democracia de alta intensidad debe ser la gran bandera de las izquierdas.

El capitalismo es amoral y no entiende el concepto de dignidad humana; defender esta dignidad es una lucha contra el capitalismo y nunca con el capitalismo.

La experiencia del mundo muestra que hay inmensas realidades no capitalistas, guiadas por la reciprocidad y el cooperativismo, a la espera de ser valoradas.

El siglo pasado reveló que la relación de los humanos con la naturaleza es una relación de dominación contra la cual hay que luchar; el crecimiento económico no es infinito.

La propiedad privada sólo es un bien social si es una entre varias formas de propiedad y si todas están protegidas; hay bienes comunes de la humanidad (como el agua y el aire).

El siglo corto de las izquierdas fue suficiente para crear un espíritu igualitario entre los seres humanos que sobresale en todas las encuestas; éste es un patrimonio de las izquierdas que ellas han estado dilapidando.

El capitalismo precisa otras formas de dominación para florecer, del racismo al sexismo y la guerra, y todas deben ser combatidas.

El Estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él, muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca.

Con estas ideas, las izquierdas seguirán siendo varias, aunque ya no es probable que se maten unas a otras y es posible que se unan para detener la barbarie que se aproxima.

De momento parece que cada una va por su lado. Ese es el gran poder de las derechas.

Hay que construir alternativas contrahegemónicas