jueves. 28.03.2024

Algo radicalmente diferente hay que hacer. No hay otra opción

Que la situación económica no solo no mejora, sino que empeora para la gran mayoría de la población es incuestionable...

Que la situación económica no solo no mejora, sino que empeora para la gran mayoría de la población de la sociedad española es incuestionable. Que baje la prima de riesgo, suban las cotizaciones de la bolsa y se incremente la llegada de capitales a España benefician a unos pocos. La gran mayoría vive cada vez peor. Sueldos y pensiones devaluadas. Muchos autónomos rozando los límites de la supervivencia. Muchos pequeños comercios en nuestras ciudades han bajado la persiana, al no poder competir con las grandes superficies, por la inaccesibilidad al crédito y por la reducción del consumo. Alrededor de 6 millones de parados, de los cuales, unos 4 millones no cobran subsidio, y los que lo cobran poco más de 400 euros. Porcentajes cada vez mayores de personas en régimen de pobreza, o en situación de caer ella. Miles de personas desahuciadas de sus viviendas, mientras las mantienen desocupadas las entidades financieras. Millares de personas víctimas de uno de los fraudes más vergonzosos en nuestra historia, y eso, que ha habido muchos, el de las preferentes. Como español siento profunda vergüenza al observar que a millares de ancianos se les hayan robado los ahorros acumulados con gran esfuerzo a lo largo de toda su vida.  Solo un cretino puede negar lo evidente. Las causas son conocidas. Es esta política, impuesta por la Troika, un verdadero austericidio. Los recortes brutales a nuestro Estado de bienestar, y las susodichas reformas estructurales, nos dicen nuestros gobernantes con el apoyo incondicional de muchos economistas ortodoxos, precisamente los que no predijeron la crisis, que con estas políticas de ajustes, llegará el crecimiento económico, ya que al liberar las finanzas públicas del costo de la deuda pública, aflorará el capital al empresario privado, que es el que realmente crea puestos de trabajo. Este es el mantra. Es una gran engañifa. En el caso de que fuera cierto, cuando llegue ese susodicho crecimiento, cabe preguntarse qué clase de empleos serán. Obviamente, empleos en precario, con sueldos vergonzosos e inestables. Además en España es materialmente imposible con las políticas actuales el que se puedan crear 6 millones de puestos de trabajo para los parados actuales.

Como señala Josep Fontana en El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI, “Un estudio del FMI sobre 173 casos de austeridad fiscal registrados en los países avanzados entre 1978 y 2009 confirmaba  que las consecuencias fueron mayoritariamente negativas: contracción económica y aumento del paro. Si la austeridad no es el camino adecuado para reemprender el crecimiento, ¿qué objetivos mueven a los políticos que se empeñan en mantenerla?  Observando el caso español Mark Weisbrot opina que la finalidad de esta política, la que practica el gobierno del Partido Popular, es triturar el movimiento obrero como parte de una estrategia a largo plazo para desmantelar el Estado de bienestar, lo cual no tiene nada que ver con resolver la crisis actual ni con reducir la deuda”. Esto me parece tan claro, como el agua cristalina. No creo que sea necesario insistir.  

Recientemente en el IV Congreso del Partido de la Izquierda Europea, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera ha dicho “La izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico y la denuncia. Esto sirve para generar indignación moral y es importante la expansión de la indignación, pero no genera voluntad de poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede ser la antesala, pero no es la voluntad de poder. La izquierda europea, a esta vorágine depredadora y destructora que lleva adelante el capitalismo, tiene que comparecer con propuestas”. Evidentemente para salir de este pozo, las propuestas de la derecha no sirven tienen que ser otras. Las de la Izquierda, pero de una Izquierda, de verdad, no de boquilla, como la de muchos partidos europeos que se presentan bajo el nombre de socialdemócratas, que por sus actuaciones claramente neoliberales prostituyen a esta corriente ideológica. Ejemplos no escasean. Hacen falta propuestas contundentes para salir de este calvario. Lo ideal sería acabar con la lacra del desempleo. Algo, insisto, que no lo pueden conseguir las políticas actuales neoliberales. También es cierto que no les interesa el pleno empleo. Ya lo expresó Kalecki, con el pleno empleo el paro dejaría de ser un medio de disciplinar a los trabajadores y de limitar su capacidad reivindicativa: “La posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de salarios y mejoras laborales crearían tensión política”.A partir de ahí el economista polaco dice: “Es cierto que las ganancias serían mayores bajo un régimen de pleno empleo (…). Pero los empresarios valoran más la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” que los beneficios.

Como acaba de  señalar Lluís Torrens en XIII Simposio de la Red de la Renta Básica celebrado recientemente en Donostia  “Ni siquiera, en el caso español, con políticas keynesianas se podría erradicar a los 6 millones de parados. Expandiendo la demanda por la vía del gasto público financiado con endeudamiento público, los resultados son insuficientes para acabar con el paro. Con un New Green Deal: 500.000 puestos en toda España el 2020 en el escenario optimista, y de 500.000 a 1 millón de puestos de trabajo en Servicios del Estado del bienestar, la Educación y la I+D. 2 millones como mucho en la propuesta de los sindicatos alemanes (DGB)”.

Mientras no se produzca un cambio radical en nuestro modelo productivo es una utopía pensar que pueda alcanzarse en España y en el mundo, una reducción sustancial del paro y mucho menos el pleno empleo. Una opción es la propuesta por Jeremy Rifkin: el despliegue de la Tercera Revolución Industrial. Fenómeno que supondría transformar el sistema energético global hacia la electricidad renovable, convertir millones de edificios en minicentrales eléctricas, introducir el hidrógeno y otras tecnologías de almacenamiento a lo largo y ancho de una infraestructura global, renovar la instalación de la red eléctrica mundial y de su tendido de alta tensión con la implantación de tecnologías digitales y de redes inteligentes de suministro, y revolucionar el sistema de transportes con la implantación de los vehículos de motor eléctrico con alimentación en red y con pilas de combustible; todo ello generaría el trabajo conjunto de equipos de planificación de alta tecnología, con personal muy especializado, y una mano de obra industrial masiva y altamente cualificada. Así se podrían crear cientos de miles de negocios y centenares de millones de nuevos puestos de trabajo. Obviamente para poner en marcha hace falta liderazgo político, visión de Estado y pensar menos en las elecciones presentes que en las generaciones futuras. Es evidente que en España no se dan estas circunstancias.

Por ende, el paro será una circunstancia con la que tendremos que convivir. En consecuencia, tenemos que poner en marcha algún tipo de políticas para paliar el sufrimiento de una parte importante de la población. Una de ellas sería la redistribución del trabajo o como llama Boaventura de Sousa Santos la democratización del trabajo. Si antes el derecho al trabajo fue el criterio de redistribución social, ahora, el trabajo debe ser el mismo objeto de redistribución social: del derecho del trabajo al derecho al trabajo. Pero no puede reducirse a las áreas sociales no competitivas con el mercado laboral capitalista, sino que debe penetrar en el corazón de este. Para ser redistributivo, tiene que cobijar el derecho al reparto del trabajo. Una reducción drástica del horario de trabajo sin reducción del salario debe estar en el centro de las políticas redistributivas del nuevo Estado del bienestar y ser un objetivo central de las fuerzas que luchan por él, principalmente el movimiento sindical. El reparto del trabajo capitalista no posibilita el pleno empleo, debido a la discrepancia entre el aumento de la productividad y la creación de empleo. En este caso, el reparto del trabajo, con la reducción drástica del horario, se debe complementar con la creación de trabajo social en el sector social de proximidad.

Y además, otra solución para paliar esta situación de injusticia social, sería la implantación de la Renta Básica Universal, defendida y expuesta en repetidas ocasiones por Daniel Raventos. Tal medida consistiría en que todo ciudadano, por el hecho de serlo pudiera acceder a una cantidad monetaria mínima garantizada, para cubrir sus necesidades básicas. Según estudios realizados en Cataluña y Guipuzcoa, la cantidad sería alrededor de unos 7.500 euros anuales. Obviamente no desaparecerían todas las injusticias de este sistema capitalista, pero supondría una mejora sustancial. Desde un punto de vista político, tras esta idea esta la concepción republicana de fraternidad, tal como la definió en el libro El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista Antoni Domènech. Fraternidad significaba en 1790 -cuando en un célebre discurso ante la Asamblea Nacional Robespierre acuñó la divisa: Libertad, Igualdad, Fraternidad- universalización de la libertad republicana y de la reciprocidad en esa libertad que es la igualdad republicana. Es decir, que todos, pobres, humildes, criados, trabajadores asalariados, artesanos, campesinos, mujeres, todos los que necesitaban depender de otro para vivir y para existir, pudieran acceder como ciudadanos de pleno derecho a una sociedad civil de libres e iguales. Y podrían conseguir tales objetivos, si tenían sus propios medios de existencia garantizados. En 1790, el otro gran portavoz del ala democrática-plebeya de la revolución, Marat, expresó el problema: ya vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de igualdad, que, a vuestros ojos, somos la canalla. La canalla, la urbana y la rural, el pueblo trabajador quería elevarse de pleno derecho a la condición de ciudadanos. E igualmente estos principios políticos aparecieron reflejados en la Declaración de Derechos de la Constitución montañesa de 1793, año I en el calendario republicano, como los derechos al trabajo, al bienestar común, a la instrucción, a la insurrección si el gobierno viola los derechos del pueblo; y en su artículo 21: las ayudas públicas son una deuda sagrada. La sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desgraciados, ya sea procurándoles trabajo, ya sea proporcionando los medios de existencia a los que no estén en condiciones de trabajar. Con el golpe de estado de Termidor de 1794 este proyecto republicano se vino abajo, y según Gerardo Pisarello, hoy estamos inmersos en otro Termidor merced a la implantación del neoliberalismo.

Esa vieja concepción republicana de la fraternidad, podría servir hoy como fundamentación teórica de la Renta Básica Universal. Se podrá objetar que es una utopía, mas estas son las que hacen progresar a los pueblos. También lo era hace 100 años el sufragio universal. El republicanismo no solo es una opción por la forma de gobierno, pretende una democracia plena, es una visión de la sociedad y del Estado que excluye todo tipo de dominación ya sea política, social, económica, religiosa, cultural o de genero. El concepto republicano de libertad es un concepto activo, ligado a la igualdad y a la fraternidad. Ese ideal republicano de libertad no se reduce a los derechos formales, sino que se basa en la creación de mecanismos institucionales que doten de seguridad económica a todos los ciudadanos, para evitar que queden excluidos de la ciudadanía plena los sin recursos, los jóvenes, los parados, los inmigrantes, los dependientes...Sin independencia económica, la libertad es muy limitada. Y una de las iniciativas, repito, entre otras, para la realización de este ideal sería la Renta Básica Universal, que en 2007 defendió en el Congreso Joan Tardà, de ERC, recurriendo al viejo concepto republicano de fraternidad: elemento constitutivo de un derecho de ciudadanía, concreción política de los valores a los que debe aspirar la democracia: libertad, igualdad y fraternidad...

Algo radicalmente diferente hay que hacer. No hay otra opción