martes. 19.03.2024

La lucha de clases que no nos contaron en clase

Es incuestionable que la lucha de clases sigue viva y para superarla es necesario conformar una conciencia...

Lo advertían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos”. Parece muy claro, pero a veces nos cuesta contextualizar esta lucha de clases en las sociedades contemporáneas. Y es normal, ya que la lucha de clases es algo que nunca nos contaron en clase.

El primero en postular este concepto fue Maquiavelo en el siglo XVI. Fue el primero porque evidenció no sólo la existencia de un conflicto en todas las sociedades políticamente organizadas sino también el poder explicativo de este conflicto. Fue el primero en revelar que este conflicto se origina en los “tipos de vida” -vivere- que se encuentran en las sociedades: el del pueblo y el de los grandes. Aún así, fueron Marx y Engels en el siglo XIX quienes se atrevieron por primera vez a llamar a las cosas por su nombre: ese conflicto era en realidad una lucha; los grandes y el pueblo eran en realidad opresores y oprimidos. También fueron quienes dieron un paso más allá para proponer una solución al conflicto: alcanzar una sociedad sin clases sin que ello suponga la desaparición del proceso y el progreso históricos y hacerlo mediante una teoría que bautizaron como comunismo.

Esta lucha ha tenido la suficiente repercusión histórica como para ser enseñada en las escuelas, pero en la mayoría de los casos no fue así. Nos explicaron que la primera distinción de clases ocurrió en las sociedades feudales de la Edad Media, que se dividían en aristocracia, burguesía, plebe y campesinado. También nos explicaron que tras la Revolución Industrial las sociedades pasaron a distinguir tres clases: la alta, la media y la baja. Lo que omitieron fue que estas distinciones tienen un puto en común, la lucha entre una clase que domina y otra que es dominada. Y para quien se considera profesor, omitir esta realidad significa mentir, lo que le convierte en cualquier cosa menos en un profesor.

Lo más grave fue que nos contaron que las clases como tales desaparecieron con las sociedades modernas de a partir del siglo XX, que son consecuencia de la asociación voluntaria de individuos supuestamente libres y racionales que deciden asociarse en una búsqueda de un beneficio propio que redunda en un desarrollo colectivo. Como dijo Ludwig Von Mises -reconocido liberal de la Escuela Austríaca- que “la economía es un teatro de lucha permanente de todos contra todos, y no una lucha de clases”. Pero aunque el sistema educativo hegemónico haya intentado desteñir la verdadera lucha de clases, hemos aprendido a distinguir el inconfundible olor de la lejía neoliberal cuando es tan evidente.

Pablo Hasél dijo en La dictadura de la estupidez que “entendí la lucha de clases cargando cajas en el Zara por 5 la hora mientras su dueño en una isla privada los huevos se tocaba”. En un plano más teórico, nosotros lo acabamos de entender gracias al visual experimento Neoliberalism as a water balloon de Martin Eigenberger y por ello en este artículo aplicaremos a España el aprendizaje que él refirió a los Estados Unidos. Consideremos tres tipos de discriminaciones que se dan en la sociedad actual: la diferencia de género, la diferencia de raza y la diferencia de clase. Somos conscientes de que en los 3 casos existe una discriminación, pero ¿qué es lo que convierte la lucha de clases en una pugna distinta al resto de discriminaciones? Intentaremos sintetizar la respuesta mediante una breve explicación que se acompaña del gráfico que mostramos al final del artículo, que representa estos tres tipos de discriminación en la sociedad española actual y la forma en que podríamos superarlas.

Empecemos con la discriminación por género: según el INE y la Agencia Tributaria, en el año 2012 había 46 millones de personas habitando una vivienda en España y el 51% de ellas eran mujeres. Aún así, del 1% de la población que percibió un salario más alto, sólo el 16% eran mujeres, tal y como refleja la primera pirámide superior (1.a) del gráfico. Sigamos con la discriminación de raza: en 2012, los extranjeros representaban personas extranjeras el 10% de la población. Aún así, sólo representaron el 5% de esta élite del 1% con el salario más elevado, lo que se representa en la segunda pirámide superior (2.a) del dibujo. Y esto teniendo en cuenta que son datos de personas que duermen bajo un techo y que dentro de los extranjeros se incluyen todas las nacionalidades no españolas, así que ya nos imaginamos cuáles pueden participar en ese ínfimo 5%. Además, en estas últimas semanas la OCDE ha publicado el informe sobre la desigualdad de la renta, destapando que España fue el país de la OCDE que más diferencias creó entre las personas con altos y bajos ingresos entre 2007 y 2011. Habiendo demostrado que las mujeres y los extranjeros pertenecen en su mayoría a la clase dominada, también nos podemos imaginar quiénes han sido los grupos más perjudicados. Y esto teniendo en cuenta que no estamos considerando el efecto añadido de aunar los dos tipos de discriminación, es decir, ser mujer extranjera. Como dijo Angela Davis: “ser mujer ya es una desventaja en esta sociedad siempre machista; imaginen ser mujer y ser negra. Ahora hagan un esfuerzo mayor, cierren los ojos y piensen, ser mujer, ser negra y ser comunista. ¡Vaya aberración!”. Así que ya podemos rezar a Simon de Beauvoir o a nuestro Dios particular para nacer varones muy machos y hacerlo bajo el Sol del imperio español, porque en caso contrario estamos jodidas.

Aún con todo esto, en la representación se puede apreciar que la línea de ambos colectivos no es todo lo vertical que debería ser, pero al menos forma una línea diagonal. Por lo tanto, existe una forma de superar estas discriminaciones en términos de salarios: luchar contra la desigualdad y conseguir una pirámide más justa. Es una tarea ardua -y más considerando que aquí sólo estamos tratando el conflicto salarial y no el sociocultural- pero posible dentro de esta pirámide. Esta es la teoría que revelan las dos primeras pirámides inferiores del boceto (figuras 1.b y 2.b).

Veamos por último el caso de las diferencias de clase. La existencia de una clase dominada y otra dominante crea, por definición, una línea perfectamente horizontal en la sociedad, que se plasma en la pirámide superior derecha (3.a). En este caso no es que haya discriminación en la parte alta de la sociedad, sino que la existencia de las dos clases no permite que haya una línea vertical ni siquiera diagonal. Así, la gran diferencia entre las discriminaciones anteriores y la división de clases es que para solucionar la lucha que origina este conflicto no es posible igualar la pirámide ni convertirla en una pirámide más justa -tal y como sugieren las dos primeras pirámides inferiores-; lo que hay que hacer es transformar la estructura de la sociedad hasta alcanzar una nueva forma: una forma de elipse (figura 3.b).

En esta nueva sociedad no existe nadie mucho más rico que el resto ni nadie mucho más pobre que el resto, puesto que las diferencias entre el techo y el suelo se han reducido. Es una sociedad igualitaria  entendida no en clave anárquica sino más bien en términos de Rousseau: “no hay que entender por ella que todos tengan el mismo grado de poder y de riqueza; en cuanto al poder, que nunca se ejerza con violencia, sino en virtud del rango y las leyes; y en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro, ni ninguno sea tan pobre como para ser obligado a venderse”. Esta es la gran diferencia, en esta nueva sociedad no existe clase dominada ni una dominante ya que nace de la abolición de las relaciones de explotación entre las personas. Y esto es, entre otras cosas, lo que Marx y Engels propusieron como una sociedad sin clases.

Es incuestionable que la lucha de clases sigue viva y para superarla es necesario conformar una conciencia de clase que desencadene una revolución tanto ideológica como de comportamiento. Y es que aunque digas que no crees en los cambios y pases, que el jefe te maltrate es lucha de clases. Aunque digas que los políticos son todos iguales, que hagas horas extras es lucha de clases. Y recuerda, que tu pareja te deje por alguien con traje, eso también es lucha de clases.

La lucha de clases que no nos contaron en clase