lunes. 13.05.2024

Zapatero no es responsable de la deuda de Gallardón

NUEVATRIBUNA.ES - 18.10.2010...Mientras que otros líderes –sobre todo si pertenecen a partidos de izquierda- han sido escaneados hasta en lo más íntimo de su ser, el nieto de ese grandísimo patriota que fue Víctor Ruiz Albéniz, alias “El Tebib Arrumi”, goza de la inmunidad periodística debida a todo español católico, dicharachero, oportunista y sentimental.
NUEVATRIBUNA.ES - 18.10.2010

...Mientras que otros líderes –sobre todo si pertenecen a partidos de izquierda- han sido escaneados hasta en lo más íntimo de su ser, el nieto de ese grandísimo patriota que fue Víctor Ruiz Albéniz, alias “El Tebib Arrumi”, goza de la inmunidad periodística debida a todo español católico, dicharachero, oportunista y sentimental. Sus enfrentamientos con Esperanza Aguirre, su aparente disconformidad con algunas estrategias de partido, su presunta amistad con Ana Belén o Joaquín Sabina, su actitud educada ante las cámaras de televisión, su afición por la música y otras artes más mundanas, le han granjeado una imagen política más agradable de la que gozan la mayoría de los dirigentes de su partido, acercándose peligrosamente a las cotas de popularidad que en este país sólo alcanzan personalidades excelsas como Belén Esteban, Karmele Marchante o el novio de la duquesa de Alba. Sin embargo, tras esa imagen bien urdida y hábilmente utilizada por el Alcalde de Madrid se esconde una persona de fuertes convicciones ideológicas nunca negadas aunque sí disimuladas.

En 1983, Alberto Ruiz Gallardón entraba en el Ayuntamiento de Madrid para desempeñar el cargo de concejal electo. Con apenas veinticinco años, protegido por el maestro de demócratas Manuel Fraga Iribarne, Alberto iniciaba una carrera fulgurante que algunos aseguraban no tendría límites. Impulsivo y vehemente en aquel primer momento, Gallardón la emprendió contra Madriz, una de las mejores revistas del cómic español, llegando a calificarla de “porquería repugnante, pornográfica y blasfema en el sentido jurídico de la palabra, contraria a la moral y a la familia”. Nada de eso era aquel excelente tebeo en el que colaboraban dibujantes como Ceesepe, El Cubri, Carlos Giménez, Ana Miralles o Victoria Martos. Madriz era simplemente el proyecto de un grupo de jóvenes dibujantes que contó con una pequeña ayuda económica del Ayuntamiento que entonces regía Enrique Tierno Galván, una revista que simbolizó como ninguna el periodo más creativo, bullicioso y libre de la capital de España, cuando Madrid fue de nuevo “rompeolas de todas las Españas”. Bien lo saben quienes en aquellos años tuvieron la fortuna de vivir allí. Pero claro, la educación recibida no pasa en balde y aquella revista de corta tirada que leíamos unos miles de españoles con sumo deleite, era para el joven concejal poco menos que la antesala de Sodoma. El tebeo no resistiría mucho, Gallardón, sí. Secretario General de Alianza Popular, Senador, Presidente de la Comunidad de Madrid y Alcalde pródigo han sido algunos de los cargos que este hombre deseoso de pasar a la historia ha desempeñado a lo largo de veinticinco años de vida política.

Muchas personas ajenas a su formación e ideología, han querido ver en Ruiz Gallardón al hipotético líder de una derecha democrática de corte europeo. Es una asignatura pendiente y a veces el deseo nos niega la realidad. Es evidente que siempre será más superficialmente agradable ver a Gallardón que a Esperanza Aguirre o José María Álvarez del Manzano, pero sólo por estética. En realidad, Gallardón, al igual que los dos antes citados y que la mayoría de los altos cargos de su partido, es un franquista pues no puede ser otra cosa quien una y otra vez se ha negado a condenar a uno de los mayores criminales de Europa. Debiera por tanto, en un país normal, estar incapacitado para la acción política pues sólo en España los defensores y partidarios de un genocida pueden participar en el proceso democrático como protagonistas. No quiere decir esto que se niegue la posibilidad de reinserción democrática a todo aquel que haya tenido relación con ese régimen de terror -¡quién somos nosotros para negar nada a nadie, y menos a gente de su prestancia y educación!-, es que en el ánimo de personas como Gallardón no ha estado nunca y posiblemente no lo estará esa opción pues se siente muy orgulloso de lo que es, lo que ha sido y será: Un franquista. Ya sabemos –Gallardón también- que esto lamentablemente no importa demasiado a la ciudadanía, que se dirá que algunos siempre estamos hablando del pasado, que hay que mirar al futuro. Y es verdad, eso hacemos, mirar al futuro, porque estamos convencidos de que no se puede asentar un porvenir de convivencia y libertad sobre los miles de niños robados, los desaparecidos, los torturados, los desterrados y los asesinados. Probablemente estemos equivocados, pero pese a ello seguiremos insistiendo en que sólo la verdad nos hará libres. Por justicia, por dignidad.

Desde hace casi ocho años, Alberto Ruiz Gallardón es Alcalde de la ciudad más grande de España. De su ciudad, una ciudad hermosísima pero que pese a la ingente cantidad de obras realizadas ha perdido parte de su encanto para regresar a ser ese enorme pueblo manchego que topa con los granitos de Guadarrama. Bajo su mandato y el de su antecesor, Madrid ha prescindido de la alegría, del espíritu creativo y de la capacidad de seducción que ejercía sobre muchos españoles, convirtiéndose en una ciudad más antipática, más adocenada y menos cosmopolita, aunque con unos atractivos económicos, culturales y urbanos indiscutibles que emanan de su condición de capital del Estado. Gallardón se ha sentido monarca absoluto de la ciudad y en esa clave hay que entender su calamitoso paso por la Alcaldía madrileña emprendiendo obras descomunales que se llevaron por delante miles de árboles y dejaron las arcas municipales exhaustas. Mientras duró la ficción del ladrillazo –nacido de aquella política económica disparatada urdida por Aznar y Rato, esa que desmanteló nuestro tejido industrial, multiplicó por cien la corrupción e hizo pensar en la riqueza inmediata a tanta gente sin cabeza-, Gallardón seguía en sus treces y si una obra era grande, la siguiente lo era más, llegando a pactar con sus amigos del clero la construcción de un nuevo Vaticano en Las Vistillas, proyecto que “gracias a Dios” parece que no prosperará.

Recuperando su verdadero ser, Gallardón llamó mentiroso y envidioso a Rodríguez Zapatero, quizá el presidente del gobierno que más ha invertido en Madrid: No podemos olvidar, entre otras muchas cosas, que todos los trenes de alta velocidad de España –con lo que cuestan- tienen su cabecera en esa ciudad. Es obvio que esos calificativos gruesos no respondían a una salida de tono al calor de los recortes presupuestarios anunciados por el gobierno, sino que eran la primera andanada de un plan perfectamente urdido para culpar a Zapatero de todo lo que en adelante pueda ocurrir en la capital de España, entre otras cosas la hipotética quiebra del Ayuntamiento dirigido por Gallardón. Nadie, absolutamente nadie más que Alberto Ruiz Gallardón es responsable de que el Consistorio madrileño deba la disparatada cifra de 7.145 millones de euros, la cuarta parte de la deuda total de todos los ayuntamientos de España, diez veces más de lo que debe el Ayuntamiento de Barcelona y cuatro veces la deuda que Gallardón encontró cuando ganó las elecciones. No, el Ayuntamiento de Madrid no lo gobierna el Sr. Rodríguez Zapatero, esa labor corresponde en exclusiva a Don Alberto y sólo él es responsable de uno de los mayores despilfarros administrativos de la historia de España, pues todo el mundo sabe, hasta el más tonto de la clase, lo que puede y debe gastar atendiendo a sus ingresos. Gallardón, qué duda cabe, siempre ha querido estar entre los primeros, desde luego aquí lo ha conseguido, preside el Ayuntamiento más endeudado de España, el primero, a mucha diferencia de su inmediato seguidor. Y es ese contexto dónde tenemos que inscribir esa bufonada chulesca que protagonizó el pasado 12 de octubre en el desfile militar acaecido en su ciudad ante las cámaras de televisión de todo el país: Gallardón, aprovechando la que está cayendo sobre el Presidente del Gobierno, puso en escena un una ópera barriobajera, chusca y maloliente. Sacó del armario lo peor de sí mismo y con gesto machuno y ostentoso recriminó en plena calle a Rodríguez Zapatero, dando a entender a sus conciudadanos que él no se arredra ante nadie y que si el Ayuntamiento que preside y gestiona tiene dificultades serias en el futuro no será por culpa suya, sino del Presidente, que al fin y al cabo es un antiespañol de mal talante empeñado en llevarnos a la ruina. No se puede caer más bajo.

Uno creía que los asuntos económicos graves se trataban en despachos oficiales, con papeles, estudios y especialistas en la materia. El pasado día 12 Ruiz Gallardón dio un nuevo paso para incrementar la transparencia política al tratar de la deuda que él ha generado en la calle. Ahora sólo hay que esperar a que la calle lo devuelva a él al sitio que le corresponde en la nada, salvo que las leyes indiquen otro lugar más adecuado y merecido: Quien hace tiestos, paga y se los lleva a su casa.

Pedro L. Angosto





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