martes. 14.05.2024

Prensa

Si de una revolución se dice que fracasa en cuanto triunfa, ¿qué decir de unos periódicos que no paran de presumir de sus ventas y de sus éxitos? Cuando los directores de El País, El Mundo y Abc alardean de sus productos, en lugar de echarse a reír y a frotarse las manos de forma rijosa como si fuesen obispos venéreos, y no venerables, que decía el otro, deberían ponerse a temblar y

Si de una revolución se dice que fracasa en cuanto triunfa, ¿qué decir de unos periódicos que no paran de presumir de sus ventas y de sus éxitos?

Cuando los directores de El País, El Mundo y Abc alardean de sus productos, en lugar de echarse a reír y a frotarse las manos de forma rijosa como si fuesen obispos venéreos, y no venerables, que decía el otro, deberían ponerse a temblar y sentir en sus bien almacenadas carnes y esféricos abdómenes un frío estremecimiento.

Ser el periódico más vendido, y, probablemente, el más leído, más que motivo de satisfacción, tendría que serlo de absoluta intranquilidad.

El País, El Mundo y Abc, los tres púlpitos que más alfalfa espiritual reparten en los serones mentales de la gente, tendrían que pensar en qué medida son responsables de lo que ellos dicen que pasa hoy en la sociedad actual.

Pues la prensa, como si fuese una tonta útil, tiene la artera manía de atribuirse sólo virtudes y éxitos diversos.

Pero si los analistas convienen en sostener la influencia de la prensa en el sutil comportamiento de la gente, lo será, en buena lógica aristotélica, para todos los efectos: para bien y para mal. Si no, ¿de qué influencia estamos hablando?

No estaría mal que esos periódicos reflexionaran en esta evidencia más o menos cartesiana: A pesar de vender más que nadie y apelmazar nuestro almario con una ideología la mar de honorable, es un decir, no han logrado hacer mella en la estructura ósea mental de quienes arribaron a las más virtuosas cimas de la corrupción.

Porque, si los periódicos no convencen a los políticos de usar profilácticos, marca ética, ¿para qué queremos tanta información y tanta filosofía de secano?

Como no se suele faltar por preguntar, cuestiono: ¿Hasta qué punto la prensa es responsable no sólo del rebaño de corruptos hallados en el aprisco del poder, sino de la corrupción misma?

¿Cómo han permitido esas superpotencias periodísticas que sucedieran tantas trapisondadas como las acontecidas en este país desde que aquel capullo se hizo bonsái y, luego, se reconvertió en ladrillo?

Y, en fin, si unos periódicos con tanto poder, con tanta influencia, con tanta información que ni el Big Brother de Orwell, con tantas ventas urbi et orbi, que hasta en Mongolia los he visto yo, no han sido capaces de servirnos como preventivos del mal, ¿ para qué los queremos?

¿Para qué los queremos si no han sido capaces de oler siquiera la mierda oceánica que nos venía encima?

Y si sólo están para informar, y la información ya no es una forma de profilaxis sino de catarsis, ¿qué tipo de información nos han suministrado que nunca supimos la causa real de lo que estaba pasando?

No ignoramos por experiencia que saber el porqué de las causas no nos ahorra sufrirlas, pero sin su conocimiento raro será encontrar un viso de solución. La prensa, la gran prensa de este país, ni eso consigue. Ni visos, ni avisos. Sólo información.

Desgraciadamente, va a ser verdad aquello que decía Corto Maltés: cuanta más información nos dan, más confusión nos crean.

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