Todo empieza en la Bastilla, con la Revolución francesa. Hasta entonces la ley natural, la ley de Dios, es el único orden existente. Dios derrama su gracia sobre el rey; la corona a su vez, fortalece la voluntad divina mediante el contrato con sus notables: ducados, condados y demás Señores, se erigen en los guardianes de la Ley Vieja. Junto al rey y sus grandes, un tercer y amantísimo estamento, la Iglesia, sanciona y refrenda la ley natural, amén de "educar" o quemar a su grey según el día. Ajeno a los tres estamentos, el populacho, el vulgo. Una chusma que nada tiene, pero que sea como sea, es la única que paga impuestos, por conceptos tales como "obtener seguridad", o “habitar” las tierras feudales.
El populacho siempre ha agradecido la mano dura. No es ningún secreto que hay quien nace -por la gracia de Dios- llamado a "gestionar" y hay quien nace para "ser gestionado". Que se sepa, nunca se ha negado a los más pobres una mínima caridad siempre y cuando demuestren, claro está, ser conscientes de cuál es su sitio. Hasta hace poco más de doscientos años, todo descansaba en la plena armonía natural; el anhelado orden celestial de Milton Friedman reinaba en el orbe, al igual que el león devoraba a la gacela o la luna arrastraba las mareas. Pero tuvieron que llegar los ilustrados, los intelectuales, los listillos y los relativistas. Venían con Aristóteles, con Hume, con Hobbes bajo el brazo; luego con Feuerbach y hasta con Marx: que si Dios no existe, que si el rey ya no tiene “gracia”, que si el hombre tiene derechos y deberes, que si la chusma tiene derecho a ser educada... hasta Sanidad gratis hubo que consentirles, y encima funcionaba.
Durante más de dos siglos, la ley natural, la ley vieja, prenapoleónica, se ha encontrado amenazada por todo tipo de hordas que han buscado asfixiarla: que si Napoleón, que si los humanistas, los bolqueviques o los existencialistas... Todo parece llamado a volver a ser como antes. Será que siempre ha habido clases y siempre las habrá. No es ningún secreto que el vulgo se muestra secularmente ingrato y desagradecido. Les das la mano y te cogen el brazo. ¿Qué es eso de que todo el mundo tenga derecho a ser educado? Los miserables, los sans culottes, los desarrapados, educándose para qué? ¿Para hacer desaparecer a Dios? ¿Para correr el riesgo de ver a un presidente ateo, que no mire por el más allá sino por el más acá? Si hay quien viene a este mundo a sufrir, será preciso hacérselo ver y comprender. ¿Quién va a resultar mejor minero o peón que un hijo que aprenda de su padre? Tras la reconversión hacia una educación privada que mire a la excelencia, queda el otro frente, la paulatina sustitución de todo ese entramado sanitario social y bolchevique, heredado del infame siglo XX que tomó cuerpo solemne al nombre de "sanidad pública universal", por la correspondiente transferencia a la gestión privada.
Para los casos extremos, quedará la Caridad, que nada tiene que ver por supuesto, con los principios de justicia y solidaridad. Los valores políticos de la gente decente están en el Evangelio: no hay más libertad, igualdad o dignidad que las que se desprenden de la Creación. Dios sabe impartir justicia y en prueba de su amor, las clases más desfavorecidas se benefician de la limosna, los repartos de comida y la benevolencia. Sin Seguridad Social, el enfermo rezará. Sin educación, el nuevo súbdito se entregará a sus miedos y supercherías sin riesgo de rebelión. Cada cual es responsable de su propia salvaguardia. Los mercaderes del Templo, se erigen en los nuevos apóstoles de la nueva democracia global y por supuesto, se comprometen a potenciar los brazos de la Caritas. Forma parte del juego. Mientras el desahuciado, el embargado, el desempleado, el homeless y el okupa tengan un plato caliente, se evita la Revolución. No es ningún secreto que "dar de comer" sale a cuenta. Es toda una inversión.