viernes. 17.05.2024

Ana

Te podría haber dado cualquier nombre: Isabel, Amparo, Imma... Que más da. Atractiva. Con independencia familiar y económica. Confortablemente establecida: apartamento con inacabable hipoteca, coche y una cuenta corriente con pocas cifras pero suficiente para no generar ansiedades. Llena de vida... Pero, en la hora mágica de la media-noche, cuando la princesa se convierte en cenicienta, cuando no es posible fingir, entreví, supe, de tu soledad.

Te podría haber dado cualquier nombre: Isabel, Amparo, Imma... Que más da. Atractiva. Con independencia familiar y económica. Confortablemente establecida: apartamento con inacabable hipoteca, coche y una cuenta corriente con pocas cifras pero suficiente para no generar ansiedades. Llena de vida... Pero, en la hora mágica de la media-noche, cuando la princesa se convierte en cenicienta, cuando no es posible fingir, entreví, supe, de tu soledad. De esas tardes interminables tumbada en el sofá, mirando sin ver cualquier programa de TV, con el teléfono al lado, silencioso; inexplicablemente silencioso. Testigo mudo de la desesperanza de tu alma joven. Profesionalmente realizada. Personalmente vacía. Hablamos de esas mujeres que sobrepasada la treintena acuden a consultas de psicólogos u otros profesionales de almas y cuerpos pretextando trastornos nimios, sabiendo ambos, mujer y profesional, que la esencia de los mismos es el desamor, la ausencia de comunicación íntima, y estable, con otro ser. Y subyaciendo al problema, el egoísmo, la cobardía, el temor a perder el confort material adquirido a cambio de los problemas, las renuncias personales que suponen el compartir la vida con otro ser. Es el precio a la independencia, a la liberación de hombre y mujer. Y tu tristeza infinita inundó también mi alma. Y me sentí, en parte, responsable de tu soledad. Me pregunté si ese era el resultado del modelo de sociedad por el que luchamos años atrás, cuando los ideales presidían nuestras vidas, cuando nos sentíamos supeditados a un orden político único, atados a una concepción familiar celular, atrapados por una religión unitaria y directiva de nuestras vidas. Y luchamos contra todo y rompimos con todo: régimen político, familiar y estado confesional. ¿Qué nos quedó? La libertad para elegir. Muy hermoso. Pero quizás faltó algo: inundar de esperanzas a quienes nos seguían; dejar abiertos caminos donde fuera necesaria la compañía solidaria del otro olvidando el egoísmo personal. No fomentar la competencia absurda y excluyente. Y sobre todo dejar un punto de referencia para reencontrar el camino cuando uno se adentra por el equivocado y desea rectificar. Lo siento por la parte que me toca. Algunos, muchos, no entenderán nada de esto. Pero tu si, Ana. Tú lo entenderás.

Ana
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