viernes. 26.04.2024

Un nuevo fascismo recorre Europa

NUEVATRIBUNA.ES - 19.9.2010Se ha hablado mucho de las analogías de la crisis económica actual con la crisis del 29 del siglo pasado, con la Gran Depresión, pero, por desgracia, están por venir las consecuencias sociológicas, históricas y políticas de la recesión actual.
NUEVATRIBUNA.ES - 19.9.2010

Se ha hablado mucho de las analogías de la crisis económica actual con la crisis del 29 del siglo pasado, con la Gran Depresión, pero, por desgracia, están por venir las consecuencias sociológicas, históricas y políticas de la recesión actual. Parece fuera de duda de que una de las causas del fortalecimiento del nazismo alemán y del fascismo italiano -que apareció antes- estuvo en el empobrecimiento de las clase populares a consecuencia de la depresión antaño. Las consecuencias últimas de la Gran Depresión quedaron camufladas por otras de las consecuencias indirectas de las dos anteriores: la II Guerra Mundial. La Gran Depresión constó indirectamente unos 50 millones de muertos. No es que no tuvieran responsabilidad en esa guerra de exterminio los Hitler, Mussolini, Franco y compañía, pero estos criminales no hubiera llegado a tener el poder capaz de hacer sus fechorías si no les hubieran aupado las clases populares empobrecidas y deseosas de echarles la culpa a alguien de su situación. De los ricos o favorecidos por la fortuna o la herencia no hablo porque estos tienen el poder del dinero y la riqueza, y la política es para ellos el salón de baile donde se apuntan al baile que mejor les hace mantener sus privilegios. Por el contrario, y desde la creación de los incipientes Estados de Bienestar por Bismark en Alemania a mediados del siglo XIX, los asalariados, agricultores, profesiones liberales, o los que ahora se llaman genéricamente autónomos, dependían ya en gran medida, a la altura de los años veinte y treinta del siglo pasado, de una sanidad pública mínima y de una educación pública ya no tan mínima. Eso en Europa. Es decir, no es que solamente un cuarto de la población USA se quedara en paro en la Gran Depresión y cifras parecidas en los países europeos, sino que, entonces como ahora, se despertaban las corrientes de pensamiento tendentes a privatizar esos bienes públicos. Entonces, la corriente de pensamiento económico dominante de la que participaba las elites dominantes y gobernantes era el liberalismo, que propugnaba que si el mercado dominara todas las funciones de producción y distribución de los bienes materiales no podría haber paro si, además, había total flexibilidad de precios y salarios. Todo esto lo recogía y lo explicaba Alfredo Marshall en un libro de texto utilizado por todas las universidades occidentales de la época: Principios de Economía; también por Walras con su equilibrio general. El marginalismo también ayudaba a todo esto. Pero la realidad fue por otro camino. Ahora ocurre algo parecido con la deriva neoliberal, sólo que no hay un líder intelectual que represente el neoliberalismo, y menos aún muertos Hayek y Friedman. Además, el fracaso de esa concepción basada en el principio de que cuanto menos Estado y más mercado, mejor, la crisis actual la ha dejado intelectualmente en la cuneta, aunque permanezca durante mucho tiempo en la enseñanza por motivos de inercia histórica, de ideología y de intereses económicos. El problema es grave porque todas las decisiones que han tomado los burócratas de Bruselas y la cancillera alemana se basan en principios neoliberales. Sólo Obama y antes -forzado por la necesidad- Bush han escapado de ellos practicando keynesianismo, a veces solo de derechas (Bush) y a veces mezclado con keynesianismo de izquierdas (Obama). En Europa, dirigidas las instituciones europeas por meros contables -aunque con título de economistas y otros desde la ignorancia-, siguen imbuidos de neoliberalismo y han exigido a los países de la UE que lo primero es cuadrar los balances de las cuenta públicas, creídos de que eso será suficiente para salir de la crisis. Cuando haya que pedirles cuentas, los Almunia, la Merkel y compañía ya no estarán.

Volviendo a las consecuencias sociales de las crisis y del fracaso de las políticas -o mejor dicho, de la falta de políticas- europeas para salir de la misma, ya se están manifestando en forma de nuevas formas de fascismo disfrazados de populismos -por el momento- en Francia, en Suecia, en USA con el Tea Party; antes ya lo habían hecho en Italia, Holanda, Austria, Polonia. España es un caso especial, porque la forma de fascismo específico que fue el franquismo no ha desaparecido de la sociedad ni de la política; simplemente se ha enquistado y camuflado en forma de un partido político y de un líder natural: el Partido Popular y Aznar, respectivamente. Éste gobernó durante ocho años, pero, por puro electoralismo, no llevó a cabo sus presupuestos ideológicos esperados por sus votantes; votantes que una mayoría se consideran herederos de los vencedores de la Guerra In-civil española. Aznar es un caso curioso, porque ha llegado tarde y pronto a la vez: tarde, porque su actitud, sus ideas (aunque simples) y sus apoyos son propios de un falangismo tardío, ya inoperante para la derecha española; demasiado pronto, porque es ahora cuando podría convertirse en el líder, en España, de las nuevas corrientes popular-fascistas europeas y norteamericanas. No hay duda que el Partido Popular representa el franquismo tardío. De ahí su renuencia a condenar la dictadura franquista, de ahí los obstáculos para implementar la ley de la memoria histórica, de ahí la permanencia de un ex-ministro del dictador (Fraga) como, nada menos, uno de los presidentes del partido; de ahí el golpe de Estado de Aznar a la Resolución de la ONU en la guerra contra Irak, de ahí su oposición a la ley del aborto, del divorcio, del matrimonio homosexual, etc. Este partido es incapaz de aceptar los principios democráticos con todas sus consecuencias por miedo a la pérdida de votos. De ahí, por ejemplo, sus ataques a las instituciones democráticas, a la policía acusándola sin pruebas, a los jueces cuando dictan sentencias y autos que no les convienen. En Italia, Berlusconi, el gran bufón de Europa, ha llegado más lejos y ya se ha cargado el Estado de Derecho al sacar leyes -junto con el Parlamento- con efectos retroactivos para impedir ser juzgado por su tropelías económicas. Y ello sin entrar en las formas que son, simplemente, repugnantes. Pero el problema no es el gran bufón, sino la mayoría de italianos que lo votan elección tras elección. Y esto sucedía antes de la crisis actual. Se pueden analizar en sociología política las causas y seguro que las habrá, pero en política es más importante el qué hacer que el qué pensar.

La crisis actual refuerza -pero no necesariamente causa- las corrientes popular-fascistas actuales, que empiezan a manifestarse, de momento con vergüenza; luego, ya veremos. En Francia, la patria del Estado de Derecho, su presidente ha expulsado a una etnia saltándose el principio del Estado de Derecho de que los delitos -si los hay- son personales y no colectivos. En España lo hizo ya Aznar con los emigrantes que mandó drogar y llevarlos en avión fuera de España con las palabras de: “teníamos un problema y lo hemos solucionado”. La Europa actual y USA, incluso cuando tienen aparente intenciones democráticas, confunden democracia con meras elecciones, como por ejemplo en Irak y ahora en Afganistán. Y, además, hay un algo común en todo estos dirigentes europeos: su nulidad intelectual. En su estudio sobre Mirabeau o el político, acaba Ortega y Gasset con una cita del maestro Leonardo (da Vinci): “la teoría es el capitán y la práctica sólo el soldado”. Ahora, en Europa al menos, sólo hay soldados de la política. Nadie piensa: cuando sobreviene un problema -como la actual crisis- tiran de receta, aunque el producto esté caducado.

¿Qué hacer ante esto? En primer lugar darse cuenta del problema. En 1933 el partido de Hitler ganó la mayoría relativa del Parlamento con un 40% de los votos, gran parte de ellos obtenidos de las clase populares. Cuando los partidos populares (DVP, DSTP, DNVP) y socialdemócratas de la época quisieron reaccionar ya era demasiado tarde; además estuvo el error de los comunistas alemanes de poner en el mismo platillo al partido nacional-socialista (nazi) y socialdemócratas (social-fascistas según los comunistas). Es un ejemplo de error histórico de gran calado. Sindicatos y partidos de izquierda tienen que aceptar que las corrientes populistas que acaban apoyando luego a los fascismos no son de otro planeta, sino que están en la base social de sus apoyos y de su votantes. Aceptar el hecho, pero denunciarlo y acabar con ello en el huevo antes de que rompan el cascarón. Por supuesto que hay una parte de la población proclive a los fascismos que está en la capa de los privilegiados o que se consideran como tales, pero estos nunca son suficientes para que, al menos electoralmente, puedan llevar al gobierno a su líderes naturales (a los Le Pen, a los Aznar, a los Berlusconi, a los Bush, a los hermanos Kaczynski, etc.). Les hace falta la crisis o les viene muy bien, al menos, para conseguir esos apoyos extras -pero imprescindibles- para pasar por el obstáculo de los sistemas electorales. Luego, ya se verá; ya se verá si hay que hablar en la intimidad con los catalanes de turno o hay que fusilar a su presidente (Franco con Companys en ¡1940!); o utilizarlos de momento y luego ya se verá (Berlusconi con la Liga Norte). De momento los dirigentes europeos se están plegando en parte a las corrientes populistas xenófobas, como es el caso de Sarkozy, expulsando a los gitanos ¡franceses! de Francia, y los dirigentes europeos comprendiéndolo, como es el caso del presidente español. Tarde o temprano hay que poner un coto de no va más y cerrar ese casino, y si los gobiernos no lo ponen, habrá que obligarles a que lo hagan, lo mismo que se intenta hoy poner coto a las exigencias europeas de acabar contablemente con los déficits presupuestarios a costa del empleo el día 29 de septiembre.

Antonio Mora Plaza - Economista

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