viernes. 19.04.2024

La necesidad de un programa común

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Los partidos políticos son el reflejo y la nomenclatura de las clases sociales”, Antonio Gramsci


Consummatum est. El golpe palaciego ya se ha consumado, Rajoy ya es Presidente y el PSOE y Podemos no han podido explorar una alternativa al PP y sus 8 millones de votantes, votantes que no les importa la corrupción del partido del que se sienten reflejados en sus aspiraciones, deseos, miedos y egoísmos. Hay 16 millones que no han votado al jefe del partido de los delincuentes, pero no ha servido de nada. Ahora bien, que eso haya ocurrido no significa que no exista la necesidad de buscar una alternativa ¡con programa! al gobierno del PP, porque de la credibilidad de esa alternativa depende de que se refleje en las urnas cuando toque. Y esa credibilidad debe comenzar a construirse desde este mismo momento que comienza la segunda legislatura de Rajoy, este personaje tan anodino y tan espantosamente trivial. Sé que ni el PSOE ni Podemos están en eso, que están en ver quién se queda con la jefatura de la Oposición cuando ese concepto ha desaparecido de la vida pública desde el mismo momento en que el bipartidismo ha sido herido de muerte (aunque no ha muerto aún). Curiosas son las inercias del pensamiento, de los deseos, que hace que los líderes de ambos partidos persigan un deseo que ya no real, no existe, un fin que se ha evaporado. Cada partido hará la oposición al PP, pero también al otro e, incluso, a sí mismo. Desde este mismo momento –mañana ya es tarde– debería comenzar a fraguarse un programa común, genérico si se quiere, de izquierdas aunque ni el PSOE ni todavía Podemos hayan demostrado serlo. Lo son, lo somos en cambio sus votantes y en eso confiamos. Esa supuesta alianza de izquierdas debe comenzar a través de un programa dado el nivel de desconfianza, errores y reproches mutuos de ambos partidos. A falta de complicidades no se puede comenzar por las personas -que es lo habitual- y sólo queda el famoso programa, programa, programa que Julio Anguita repetía hasta la saciedad, con tanto fervor como inutilidad. Ahora la aritmética parlamentaria hace imprescindible lo que en tiempos del coordinador de IU parecía obra de la voluntad y no de la necesidad de los dos grandes partidos en pleno bipartidismo. El problema principal, aunque no el único para esa alternativa que debe corporeizarse ya mismo, es que uno de los dos partidos –el del golpe palaciego– tiene un terrible problema de credibilidad porque una parte importante de sus dirigentes han demostrado preferir que gobierne el partido de la corrupción antes que buscar una alternativa, alternativa que necesariamente pasa en primer lugar por algún tipo de acuerdo entre el PSOE y Podemos. ¿Cómo va a pedir el voto este PSOE de ahora, el PSOE de los vencedores, el PSOE de Felipe y de los barones golpistas, si el votante sabe que lo más probable es que su voto vaya a servir para que Rajoy siga en la Moncloa? Y si Pedro Sánchez se hace con la Secretaría del Partido, ¿quién nos asegura que no van a dar otro golpe palaciego los mismos en las mismas circunstancias si el Secretario General intentara entenderse con Podemos, cosa imprescindible para llegar a la Moncloa? Porque el PSOE ya puede darse por contento de ahora en adelante con ser el segundo partido del país y el primero de la Izquierda y con que, en unas nuevas elecciones, la suma de Podemos y PSOE supere la suma de PP y Ciudadanos. Superar al PP en votos es, después del golpe palaciego, es una quimera, un imposible de aquí a la eternidad, por más errores que siga cometiendo Podemos. Dice el PSOE, dicen algunos de sus dirigentes, que quieren hacer un partido fuerte, pero no especifican exactamente qué quiere decir eso, cuáles son los requisitos que han de cumplirse para tal fin; menos aún hablan de cómo conseguirlo. En todo caso, para llegar a esa fortaleza, lo primero es la credibilidad, recuperarla, y para eso debe el PSOE prometer y hasta jurar a sus votantes que, aunque a algunos no les guste, hará lo posible por llegar al Gobierno aunque tenga que ser en compañía o con apoyo de Podemos; incluso también con negociaciones con los independentistas sobre temas que no atañen al modelo de Estado. Me refiero para este fin y desde la perspectiva del propio PSOE. Y esa amalgama, ese cemento que ha de unir lo que ambos representan, sólo puede hacerse –y no puede dejarse para más adelante– a través de un programa común, con compromisos de cumplimiento, como un contrato entre partes desavenidas y mutuamente desconfiadas. Un programa común no exige que las partes se lleven a partir un piñón, ni siquiera que convivan educadamente. Con no tirarse de continuo, en este caso, la cal viva y Venezuela a la cabeza es suficiente. Ha de ser como un matrimonio sin amor entre ricos a los que a los esposos no les interesa repartir su patrimonio, que conviven encontrándose sólo en el rellano de su mansión y esconden a sus amantes para evitar simplemente escenas incómodas.

Pero sobre lo que quería tratar era de cómo habría de ser ese programa de izquierdas. Sobre esto, como sobre todo lo público que viene de la relación entre representantes y representados, se construyen relatos y fantasías que devienen en tópicos y errores. Parecería que el primer punto de un programa de izquierdas debería ser el paro. Eso también lo dice Rajoy, pero me parece un error porque el primer punto debería ser las consecuencias del paro. ¿Es lo mismo hablar de paro o de sus consecuencias? En absoluto. España genera suficiente renta y riqueza como para abordar el problema de las consecuencias y, en cambio, no existe una varita mágica –una única– que solucione el problema del paro a corto y medio plazo con trabajo digno, estable y suficientemente remunerado como para poder vivir también dignamente. Hay medidas, hay alternativas, pero no operan tan rápidamente y deben ser implementadas contra Bruselas y convencer a una parte de los 8 millones que votan al PP para sacar a este partido de la Moncloa y del BOE. Confundir, mezclar o igualar el paro y sus consecuencias me parece sería un error garrafal de ese supuesto y non nato programa de izquierdas para recuperar la Moncloa. Sería, como hace Rajoy, condenar ad kalendas graecas a los que no tienen un puesto de trabajo. El segundo punto de ese hipotético programa de izquierdas pareciera que debiera ser la igualdad o luchar contra la desigualdad. Tal es así que hasta Rajoy lo presenta a veces como un problema. Eso es una novedad en el PP porque, hasta hora, no consideraba el PP que eso fuera un problema, no era su responsabilidad, eso era culpa del mercado laboral y del resto de los mercados, qué le vamos a hacer. Claro que no lo decían así, pero así actuaba Rajoy, como si la desigualdad no fuera con él. Considerarlo el segundo problema de este país sería un error porque supondría dar un salto en el vacío en el programa. En mi opinión el segundo problema tiene este país para la gente con menos recursos y que resulta imprescindible su acometimiento es el insuficiente tamaño del sector público español, los insuficientes recursos dedicados a la Educación Pública, a la Sanidad Pública, a la dependencia y, ahora con Rajoy, el cuestionamiento de los recursos suficientes también para el pago de las pensiones. El tercer problema de este país -en comparación con la mayoría de los países de nuestro entorno- es el extraordinario fraude fiscal y en las cotizaciones. El sistema fiscal es la columna vertical de lo público, nada es más importante en estos momentos por las necesidades de financiación, porque con los 60.000 millones que los cálculos más modestos estiman el fraude se resolverían todos los problemas perentorios de este país a falta de los de las causas del paro. Dicho de otra manera, se solucionarían las consecuencias de los principales problemas de este país. El cuarto problema de este país es la reforma laboral de Rajoy y la ridiculez del salario mínimo actual de 655,20 euros mensuales en 14 pagas (para los que llegan). Eso, y la necesidad de implementar una renta mínima garantizada universal no condicionada más que a la situación personal de los posibles receptores, no dependiente del trabajo, con derecho a la misma mientras se esté sin suficientes ingresos como para vivir dignamente. Es decir, un programa de izquierdas puede proclamar que los dos principales problemas son el paro y la desigualdad, pero eso también lo dice hasta Rajoy. Son problemas-objetivo, pero lo que importa es abordar los problemas que impiden que eso sea un objetivo con soluciones creíbles y no desde la mera voluntad de los implicados. Rajoy no para de hablar de paro y, sin embargo, nada de lo que ha hecho ha facilitado que se cree empleo estable y con derechos, como dicen los sindicatos. Más bien ha hecho lo contrario. Y ahí estamos, varados en la inanidad de Rajoy a pesar de llegar al Gobierno o, precisamente, por haber estado gobernando 5 años.

Quiero acabar comentando la cita de Gramsci que antecede al presente artículo, no porque me parezca acertada sino, precisamente, porque me parece que nunca se ha cumplido. Es una cita a la inversa de lo habitual. El que fuera líder del PCI es un ejemplo y un referente para la Izquierda, para todas las izquierdas del planeta, que sufrió la cárcel durante los 11 últimos años de su vida, que fue un hombre de acción, pero que ha pasado a la Historia por su legado intelectual, por esos Cuadernos desde la cárcel y otros trabajos que le han convertido en el intelectual de izquierdas más importante después de Lenin. Pero a pesar de ese respeto referencial y reverencial, el contenido de la cita me parece un error. No se cumple actualmente y tengo dudas que haya sido cierta alguna vez. Esta es la ventaja estratégica de Podemos, que no parte de prejuicios y mitos que se han consolido desde el marxismo o al calor del marxismo y de sus intérpretes y epígonos. Quiero decir con ello que Podemos no se ancla a ninguna clase social sino que pretende hacerse acreedora de todas las clases “de los de abajo”. No es una categoría ciertamente sociológica, pero se entiende. Eso no le debiera impedir ser de izquierdas precisamente por ese desanclaje histórico entre clases e ideales políticos. El punto débil de Podemos es que, como se ha demostrado, no es aún un partido tácticamente de izquierdas, y un partido debe definirse en las tres facetas; la ideológica, la estratégica y la táctica. El PSOE no quiere desprenderse de la “O” de obrero y, sin embargo, no representa sólo y en exclusiva a la clase que podría tildarse con ese epíteto. Entre otras cosas porque esa clase no se deja representar y una parte importante vota al PP. Debemos acostumbrarnos que la diferencia entre izquierda y derecha existe y existirá siempre porque representan dos concepciones de lo social opuestas. La derecha y los que votan a la derecha se caracterizan por o con dos palabras: egoísmo y privilegio; la izquierda con otras dos: igualdad y solidaridad. Pero ya no están ancladas a unas clases sociales determinadas. En mi opinión nunca lo han estado, pero eso supongo que es más discutible y no quiero parecer provocador. Esa asignación, esa hipotética correspondencia entre partido y clase social me parece que ha sido un doble error terrible del marxismo y también de sus intérpretes y epígonos: error doble, error porque es falsa históricamente y error porque, a pesar de su falsía, se ha actuado como si fuera cierta. Pero ese desanclaje, que constituye un acierto en este caso del partido Podemos, encierra un peligro: que las clases sociales no se sientan concernidas por los partidos puesto que ninguno de ellos llama en particular a su puerta. Y eso pueda dar lugar y de hecho lo da al auge de los partidos populistas de derechas, como en España con el PP, en Francia con Le Pen, en Italia con Berlusconi en su momento, en media Europa con los populismos de derechas ahora, en Argentina con el peronismo en su día, en Méjico con el PRI también en el pasado, con el partido de Hitler en 1933, etc.; el peligro es que los partidos, por mor de querer representarlo todo y a todos, queden en la indefinición y las clases populares acaben votando a un partido de delincuentes como es el PP, por poner un ejemplo notorio. En todo caso la responsabilidad en ese caso es de los representados y no de los representantes. Los partidos, a base de pedirse responsabilidad entre ellos -a veces con razón y oportunidad-, se han olvidado de pedirla a los votantes. La democracia es una continua relación dialéctica entre representantes y representados y no sólo un camino de dirección única, y hay que decirles a los votantes que aumentando el voto del partido más corrupto con enorme diferencia, por ejemplo, se potencia la corrupción. Hay que incluir la ética como parámetro en la política, no en la esfera de lo individual, pero sí en la relación entre administradores y administrados, entre representantes y representados. Sólo desde la ética se puede valorar la calidad de la democracia porque lo jurídico y lo político son impotentes evaluadores, legisladores vacíos de su propia calidad. Y eso no es cuestionar su derecho al voto, faltaría más. Y de esa manera pueden los votantes pedir responsabilidades a sus representantes, es decir, cuando los votantes cumplen con un requisito ético mínimo que es imprescindible para una democracia con responsabilidad de unos y de otros.

La necesidad de un programa común