jueves. 28.03.2024

Un sistema agotado

En un tiempo tan inestable como en el que ahora vivimos, la confusión se adueña de todo el espacio intelectual e informativo, y la opinión sin fundamento y el “yo creo” sustituyen al pensamiento crítico y constructivo, al debate serio y al análisis hecho con rigor.

En un tiempo tan inestable como en el que ahora vivimos, la confusión se adueña de todo el espacio intelectual e informativo, y la opinión sin fundamento y el “yo creo” sustituyen al pensamiento crítico y constructivo, al debate serio y al análisis hecho con rigor. La inseguridad y el desconcierto arrastran a un gran número de supuestos expertos y mediocres comentaristas de los medios de comunicación a la falta de concreción, a la discusión estéril y al desencuentro, en suma, al error. La ignorancia y la ausencia de talento subyacen bajo posiciones conservadoras que, a diario, expiden absurdas e ineficaces soluciones de parcheo, sembrando la incertidumbre en el conjunto de la sociedad. Desde posiciones acomodadas, temen el declive de un sistema socioeconómico que se ha mantenido durante tantos años, pero que ahora se encuentra agotado, agónico, tambaleante, ahogado en sus propias contradicciones, perdido entre las tinieblas que él mismo, como fenómeno con vida propia, y sus defensores han creado.

En todo ese maremagno, en el que domina la fe frente a la razón, ni tan sólo se insinúa la alternativa. Es como si este sistema fuera justo, incuestionable y sólido. Nada más alejado de la realidad que vivimos. Es como si la actual situación de crisis fuera una simple alteración en el buen funcionamiento de un modelo de convivencia estable y válido para resolver todos los problemas que se les presentan a la humanidad. Creen que esto de la economía neoliberal es como una ciencia exacta en la que el correcto encaje de una serie de variables (inflación, tipos de interés, déficit, deuda, productividad, competitividad, etc.) pudiera corregir los errores que se hayan podido cometer, y volver a lo que, para algunos, pudiera ser un camino de prosperidad y progreso.

Lo más preocupante es que desde posiciones supuestamente progresistas, unas veces con mayor autoridad intelectual que otras, se reproducen los mismos esquemas. En demasiadas ocasiones, el exceso de celo profesional, o una larga trayectoria ligada a la enseñanza de una disciplina como la economía, ciega a los que, por otra parte, se manifiestan contra los fundamentos y la práctica de un sistema tan irracional e inhumano, sobre todo, ahora en su actual deriva hacia no se sabe dónde mediante la aplicación de fórmulas salvajes de enriquecimiento. Es esa una contradicción que observamos en personas ubicadas en una indiscutible izquierda intelectual y vinculadas al pensamiento crítico. Comprobamos que, en sintonía con comentaristas de signo conservador, llevan a cabo diagnósticos y realizan propuestas con el ánimo de enmendar al sistema capitalismo que, incluso en su más pura esencia, ha sido, y sigue siendo, un sistema de explotación de las clases trabajadoras, de manera que, aunque volviéramos a los años de su “esplendor” y pureza, seguiría manteniendo cotas insoportables de injusticia y desigualdad.

Todos aquellos que, con recetas o fórmulas ajustadas a la cuestionable teoría económica, piensan en resolver desde dentro el grave estado en el que nos encontramos se equivocan. La actual situación es el resultado o la conclusión evidente de la evolución del capitalismo. No hay vuelta atrás, la situación es irreversible, el sistema se agota sin que sepamos ahora qué será lo que vendrá después de esta ya larga etapa de la historia. El final de este periodo, como en otras ocasiones, será fruto de sus propias contradicciones. El pensamiento de K. Marx se hace hoy más vigente que nunca cuando pronosticaba que, a largo plazo, el sistema capitalista desaparecería debido a su tendencia a acumular la riqueza en unas pocas manos, lo que provocaría crecientes crisis debidas al exceso de oferta y a un progresivo aumento del desempleo. Para Marx, la contradicción entre los adelantos tecnológicos, y el consiguiente aumento de la eficacia productiva, y la reducción del poder adquisitivo que impediría adquirir las cantidades adicionales de productos, sería la causa del hundimiento del capitalismo. Marx no preveía la aparición de lacras tales como la corrupción, la especulación y la masiva evasión de impuestos tal vez porque nunca pensó en las dimensiones que podría adquirir el capital acumulado, ni la abultada burocracia política de los actuales estados “democráticos”. Tampoco podía suponer entonces que el enorme desarrollo tecnológico, y el derroche energético, provocarían un deterioro tan bestial del medio natural.

El impecable análisis y gran parte de los pronósticos de Marx y Engels se ajustan a la realidad actual más que en cualquier otro momento de la historia y constituye el mejor barómetro para evaluar lo que hoy acontece, a pesar de que la propaganda de occidente, con todo el aparato mediático del que ha dispuesto en cada momento, se ha encargado de demonizar el pensamiento ligado al materialismo histórico. Acumulación de grandes sumas de capital (aunque sea dinero ficticio) en manos de unos pocos, un enorme desarrollo tecnológico, paro o precariedad y reducción progresiva del poder adquisitivo de grandes sectores de la población dibujan de manera inequívoca la situación de hoy día. Algunos de esos expertos, de uno u otro bando, a los que hemos hecho referencia anteriormente, buscan soluciones para la actual situación económica en el aumento de la competitividad y de la productividad, es decir, de la eficacia productiva, sin reparar en que esas variables incidirían en el incremento del paro, de los bajos salarios y, en consecuencia, en el debilitamiento del consumo masivo.

El declive de la etapa capitalista sólo es posible estudiarla desde la óptica del materialismo histórico porque, entre otras razones, no existe nada parecido que pueda ser utilizado como herramienta para llevar a cabo el análisis.

Sin embargo, esos pensadores, que diagnosticaban el paso del capitalismo al socialismo de una manera relativamente rápida, cometieron un error al pensar que el proletariado, como agente transformador, tendría la suficiente capacidad revolucionaria para llevar a cabo ese cambio, cuando se dieran una serie de condiciones, entre las que se encuentra una considerable elevación de la actividad de las masas. La evidencia de una crisis sistémica sin retorno y la ausencia de fuerza o grupo organizado que tome el relevo, en una sociedad totalmente desactivada, nos arrastran ahora hacia un futuro cada vez más incierto.

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