jueves. 28.03.2024

Psicopatología de Carles Puigdemont

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El discurso independentista se ha convertido en un cúmulo de delirios transmitido mediante inexactitudes, malabarismos argumentales, victimismos y contradicciones

Carles Puigdemont es un individuo singular y desconcertante de quien Jordi Grau i Andreu Mas, en su libro "Puigdemont, el president @KRLS" (2016) relata anécdotas que le convierten en un sujeto susceptible de un estudio psicopatológico. Por ejemplo, llama la atención que siendo más joven renunciara al puente aéreo cuando volaba a Madrid y aprovechara vuelos internacionales —mucho más caros– para poder entrar en Barajas por la puerta de vuelos internacionales. También, su compulsión a nunca pasar por debajo de las señales de “peaje” de las autopistas y hacerlo sólo por las que pone “peatge”. O su costumbre de inscribirse en los hoteles extranjeros de noche para poder colar un falso carnet de nacionalidad catalana aprovechando que a esas horas los recepcionistas «suelen ser inmigrantes con un nivel de inglés o francés muy inferior al mío».

Son evidentes en Puigdemont ciertos rasgos obsesivo-compulsivos así como una distorsión delirante de la realidad propia del fanatismo doctrinal de un narcisista severo que con el tiempo se ha convertido en la caricatura de un caudillo con ínfulas mesiánicas. Su comportamiento es el de un narcisista dubitativo, necesitado de aprobación, vulnerable ante las críticas (renunció a convocar elecciones cuando sus socios lo tildaron de traidor), incoherente en la toma de decisiones y esclavo de unas circunstancias sobre las que no sabe ejercer control.

Puigdemont convive también con una tendencia histriónica que le impele a sobreactuar como un actor de opereta, líder incoherente, mártir y cobarde a la vez, que vive en una nube paranoica y alucinatoria que le hace parecer un fanático manipulador de masas que, desde una realidad paralela, convence a quienes creen en sus promesas de mitómano imposibles de cumplir.

Por su narcisismo, nuestro hombre tiene una idea grandiosa de sí mismo, se cree predestinado a acometer grandes empresas, y mediante una coercitiva hipnosis colectiva arrastra a sus adeptos a seguirle, a pesar de las múltiples contradicciones en su comportamiento y cambios súbitos impuestos por la amalgama de ideologías que coexisten en su grupo, circunstancias que le hacen ser imprevisible, reiterativo, dubitativo, inestable y, en suma, un mal interlocutor con quien es difícil dialogar y aun más negociar.

Al llegar a Bélgica, Puigdemont dijo «no estoy aquí para pedir asilo político» para, acto seguido, contratar a un abogado experto en casos de extradición y asilo político. Son tan disparatadas sus contradicciones que tras escapar de la opresión del estado español y refugiarse en la democracia europea, considera ahora a Europa como un «club de países decadentes y obsolescentes» y hasta se plantea que Cataluña vote su salida a través de un grotesco “Catexit”.

El discurso independentista se ha convertido en un cúmulo de delirios transmitido mediante inexactitudes, malabarismos argumentales, victimismos y contradicciones. Ningún país europeo (ni del resto del planeta, ni siquiera la catalana Andorra) ha secundado las aspiraciones de un Procés que se ha sacado de la manga el as de una República Independiente haciendo creer a la mitad de Catalunya que era posible hacerlo.

Como profesional de la salud, creo que el señor Puigdemont tiene un serio problema que debería hacerse ver, en beneficio propio y de las buenas gentes que le creen y le siguen.

Psicopatología de Carles Puigdemont