jueves. 28.03.2024

La hipócrita beatificación de Rita Barberá

Lo certero y lo oportuno

El pérfido Rafael Hernando, no ha tenido vergüenza al considerar a los medios de comunicación como unos carroñeros dispuestos a linchar a Barberá para enriquecerse

Nunca es buen momento para morirse, pero abandonar la vida de modo súbito, en la soledad de la habitación de un hotel —aunque sea de cinco estrellas–, poco antes de que amanezca un madrileño día gris, lluvioso y lejos del hogar, debe ser tan patético como doloroso es que acuda a la mente, en los últimos momentos de lucidez, la premonición de que los mismos compañeros que te vendieron por treinta monedas de desprecio, respiren de pronto aliviados, culpen a los periodistas de tu muerte, digan que te expulsaron del partido solo por protegerte y tras tu tránsito al presunto más allá, te conviertan en una santa con la fingida compunción y el alivio que les produce tu definitiva ausencia.

Desconozco el historial clínico de Rita Barberá Nolla, e ignoro si tenía cifras elevadas de colesterol, era hipertensa, padecía diabetes o alguna enfermedad cardiovascular (todos ellos factores de riesgo que predisponen a la muerte súbita por infarto de miocardio), pero sí que me consta, como mero observador de la realidad, que la exalcaldesa de Valencia era fumadora, solía beber alcohol, tenía sobrepeso y sobre todo  atravesaba una depresión y estaba sometida a un intenso estrés desde que la investigaban por presuntos delitos de blanqueo y financiación ilegal del PP valenciano, motivos más que suficientes para sufrir un infarto súbito como el que le ha arrebatado la vida. Todo ello agravado por la humillación de que a alguien que lo tuvo todo y detentó un inmenso, despótico y populista poder, sus compañeros y amigos del alma la conminaran a abandonar el partido —su partido— y a renunciar a su escaño de senadora, compeliéndola a autoexiliarse —en defensa propia— al grupo mixto, allí donde acaban sus días de vida pública tantos proscritos que buscan en el aforamiento un aplazamiento que dulcifique la espera, hasta que la justicia humana dictamine cual será su futuro.

Apenas difundida la noticia del fallecimiento de la senadora Barberá, se politizó la muerte de quien fuera un auténtico animal político que, de la noche a la mañana, dejó de ser un referente icónico para convertirse en objeto de linchamiento, cacería y persecución por parte de su propio partido. Recordemos que el mismo Mariano Rajoy, que el día de su muerte se mostraba tan apenado y casi lacrimoso, no hace tanto la ninguneaba con la excusa de que ella “ya no es del PP”, un desprecio no tan explícito como el de Javier Maroto cuando dijo que “Rita Barberá no tiene dignidad”.

Sin embargo, la praxis política es tan hipócritamente farisaica y tan capaz de convertir unas declaraciones vilipendiantes en laudatorias, que los mismos que condenaron a Rita Barberá en su última etapa, tiran ahora balones fuera y culpabilizan a los medios y a las redes sociales de su muerte (“No se lo merecía, estaba destrozada. Los periodistas y los tuiters la habéis condenado a muerte”, dijo Celia Villalobos tras conocer la noticia del fallecimiento de su amiga). Es como si de pronto, al PP le remordiera la conciencia y se rasgaran las vestiduras adhiriéndose a hipócritas homenajes a una mujer que fue consciente de las criticas de sus adversarios pero, probablemente, nunca se esperaba la traición de los suyos, a muchos de los cuales les supondrá un alivio que Rita se haya llevado a la tumba todo lo que calló por no tirar de la manta. No obstante, queda por saber si la señora Barberá dejó alguna prueba incriminatoria que la familia de la difunta —palmariamente beligerante contra el PP por el trato dispensado a la exalcaldesa— podría utilizar para preservar su memoria con la dignidad que ellos quisieran que se la recordara.

El pérfido Rafael Hernando, no ha tenido vergüenza al considerar a los medios de comunicación como unos carroñeros dispuestos a linchar a Barberá para enriquecerse. Con un cinismo kafkiano, Hernando —uno de los que mas cargó contra Rita Barberá en su declive— dijo tras su muerte, que expulsarla del PP fue tan solo para “protegerla” y evitar su "linchamiento", y que pese a todo "las hienas de Cuatro y de La Sexta siguieron mordiéndola y llenándose los bolsillos gracias a que en sus cadenas se practica un periodismo de acoso y escrache".

Cuantos hipócritas y rastreros populares lloran hoy lágrimas de cocodrilo, mientras destilan por sus comisuras babas lenitivas fruto del consuelo que les supone saber que esta mujer, a la que es posible que canonicen, ha dejado de ser un peligro. «Ojalá le diera también un infarto a Bárcenas!!», habrá pensado más de uno.

Valga como colofón un epitafio lapidario que acude sin más a mi mente y según el cual la muerte nunca tendría que dignificar, absolver ni mucho menos otorgar la razón que en vida no se supo o no se pudo defender. Pero tampoco la muerte debería ser nunca motivo de regocijo, de mofa ni de resarcimiento.

Por otro lado (y esto lo incorporo como anticipo de un nuevo artículo), consideremos que la elegancia y la calidad humana se demuestran respetando, aunque sea con indiferencia, incluso la memoria de aquellos que en vida no fueron respetuosos ni hicieron méritos suficientes para alcanzar la dignidad. Que tome buena nota de ello quien deba, sobre todo quienes no consideraron oportuno guardar un minuto de silencio por Rita Barberá y sí que lo hicieron por el etarra Periko Solabarría, fundador de Herri Batasuna a quien calificaron de "histórico militante de la izquierda abertzale, que no dio descanso de las luchas y movimientos sociales manteniendo su compromiso y activismo hasta el último momento" en la asamblea que Podemos celebró en Baracaldo en julio de 2015.

La hipócrita beatificación de Rita Barberá