martes. 16.04.2024

Franz Kafka y el Partido Popular

El término kafkiano ha conseguido rebasar los muros de la ignorancia de quienes, probablemente sin conocer a Kafka, utilizan con soltura la palabra en cuestión ante ciertas situaciones que les hacen sucumbir, impotentes, al no poder adaptarse a lo absurdo, complejo y contradictorio de las reglas que a veces se les imponen.

Viene esto a colación de la concatenación de escándalos que como setas, brotan sin cesar plagando el bosque de nuestra cotidianeidad de un variopinto panorama de corrupciones que, a fuerza de la costumbre, nos parecen ya hasta normales, sobre todo cuando proceden del Partido Popular, cascada inagotable de aguas turbias que infestan la decencia que, por defecto, se le debería presuponer a toda la clase política.

Leo hoy en la prensa dos noticias relacionadas con el PP que de nuevo apestan. Por un lado, el Supremo abre causa a Rita Barberá por blanqueo de capitales —cuantas ganas tenían, sobre todo los valencianos decentes— y como guinda podrida, se informa de que Luis de Guindos comparece ante la Comisión  de Economía del Congreso para contradecirse al manifestar  que el nombramiento del exministroSoria como director ejecutivo del Banco Mundial no fue un «nombramiento político» aunque sí una «designación discrecional».

Mientras tanto, el partido de la gaviota avanza —y arrastra tras de si a todo un país— a casi un año de bloqueo de las instituciones, insistiendo en que ganó unas elecciones en las que la mayoría de los votantes decidieron que no querían a Rajoy como presidente ni a un Gobierno del PP. Lástima que los representantes del resto de los partidos estén siendo tan incompetentes para poder dar forma a una solución de gobernabilidad.

Al mismo tiempo, mientras el clamor de pueblo pide muestras de decencia como la dimisión —o el cese fulminante— de Rita Barberá (enrocada desde las elecciones del 20-D con la coartada de su aforamiento), y también que Luis de Guindos asuma responsabilidades y se vaya, la corrupción sigue campando a sus anchas.

Es obvio que cada vez está más dañada la imagen de un impasible PP al queBárcenas ha decidido retirar sus acusaciones (¿a qué siniestros acuerdos habrá llegado el extesorero con sus antiguos compañeros de partido?), y Jaume Matasdecide pactar con la fiscalía y cantar La Traviata a cambio de beneficios en su condena.

A todo esto, al PP no paran de crecerle los enanos de la corrupción. Tiene causas aun pendientes a punto de saltar al primer plano de la actualidad que dañarán aun más su imagen apenas empiecen los juicios de la trama Gürtel y de las tarjetas Black.Poco falta pues para que los politicastros de turno hagan de nuevo el ridículo con su patética defensa de la dudosa honorabilidad de unos personajes que no son más que corruptos carentes de ética.

Rajoy leyendo el Marca a la espera de que «esto se arregle solo». Sánchezempecinado en su «no es no». Iglesias tratando de controlar su ego y dándose de bruces con la realidad conforme transcurre el tiempo. Rivera ejerciendo de pactista multifunción. Y mientras tanto, los ciudadanos aguantando mecha a la espera de unas nuevas elecciones en las que centenares de miles de parados, autónomos exprimidos hasta el cierre de sus empresas, funcionarios y pensionistas con sus sueldos técnicamente congelados y un poder adquisitivo cada vez más por los suelos, volverán kafkianamente a votar al Partido Popular.

Sin duda, si Franz Kafka se hiciera carne, habitara de nuevo entre nosotros y conociera la realidad de nuestro país, escribiría para el españolito del siglo XXI una novela en la que el sufrido protagonista debería enfrentarse a un mundo absurdo, irreal, contradictorio y complejo, regido por reglas incomprensibles.

Franz Kafka y el Partido Popular