jueves. 25.04.2024

El Rey de bastos

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No se puede ser el Rey de todos actuando como abogado de una parte. No se puede querer ser una figura de consenso y despreciar a una parte importante de tu pueblo

Ayer, a Su Majestad Felipe VI se le puso cara de Alfonso XIII. Lo que implica, si lo libros de historia no mienten, que Rajoy es Berenguer. Y esto cada vez más una dictablanda. O una democracia que se está poniendo cada vez más dura. Tanto, aproximadamente, como la porra de un policía.

Ni una sola vez pronunció el Borbón la palabra diálogo. Ni una sola vez se acordó de los heridos en Barcelona o de los Guardias Civiles o Policías obligados a desplazarse allí para ser acosados en los hoteles de turistas. Ni siquiera tuvo el guiño de hablar un segundo en catalán, él que sabe. Aunque fuera para despedirse. Se limitó a tomar apuntes de los discursos de Zoido y de Rajoy y a repetirlos enfáticamente. Le faltó dar el discurso en Génova para haber dejado claro de qué lado estaba.

No se puede ser el Rey de todos actuando como abogado de una parte. No se puede querer ser una figura de consenso y despreciar a una parte importante de tu pueblo.

Supongo, eso sí, que quienes todavía hoy piden mano dura, más policías, y hasta tanques estarán dando palmas con las orejas. Aunque por cada uno de sus aplausos se sume un catalán más a la causa del independentismo. Aunque por cada «a por ellos» se agrande un poco más el abismo que separa a buena parte de Cataluña del resto de España.

Pero a ellos les da igual, claro. Porque están dispuestos a convertirnos a todos en buenos españoles a la fuerza. A que nos guste su bandera, sus mitos, su versión de la Historia y hasta su forma de hacer paella. A españolizarnos, como dijo Wert. Aunque uno haya nacido a la orilla del Pisuerga y sepa más de España que cualquier Ministro. Y si no nos dejamos o creemos que se puede ser español de una manera menos rancia, oliendo menos a cerrado, pues palos. Que la patria con sangre entra.

Tan torpes en sus planteamientos que han conseguido que la imagen de un Puigdemont proclamando la República desde un balcón, apoyado en un referéndum cochambroso e ilegal, lejos de resultar absurda y delirante, despierte cada vez más simpatías, en España y en el extranjero. Y esté cada vez más cerca.

Lo peor es que, vía 155, habrá elecciones y aumentarán los votos de Rajoy aquí y del independentismo allá, empujados ambos por la fiebre atávica del nacionalismo. Y en medio, clamando en un desierto, quedaremos los cuatro locos de siempre, pidiendo diálogo en vano, hasta que algo estalle y ya no quede ningún espacio para la razón.

Y por encima de todos, cómodo en su salón, quedará su majestad Felipe Vi, con su figura ya irremediablemente manchada para siempre. El rey de bastos.

El Rey de bastos