jueves. 25.04.2024

El ocaso de los intelectuales

marias
Foto: RTVE

Uno se asoma a una tertulia radiofónica, a una columna de dominical o a ese patio de vecinos malquistados que son los debates en televisión y se da cuenta de que de lo que se trata no es de aportar datos o análisis sosegado, sino de gritar más que el de enfrente

Hubo un tiempo en que ser intelectual era una cosa seria. Importante. Molaba. Hay trabajos académicos sobre ello. Vean, por ejemplo, si les interesa el tema, el número 81 de la Revista Ayer, editado por Javier Muñoz Soro hace ya unos años y donde se hace un repaso profundo al papel de los intelectuales durante los años de la transición. Cuando hasta el marxismo les buscó un encaje en su teoría junto a los camaradas obreros y agricultores.

Pero hoy ser intelectual, o reclamarse como tal, es casi un chiste. Y tiene más que ver con el boxeo dialéctico que con el pensamiento. Uno se asoma a una tertulia radiofónica, a una columna de dominical o a ese patio de vecinos malquistados que son los debates en televisión y se da cuenta de que de lo que se trata no es de aportar datos o análisis sosegado, sino de gritar más que el de enfrente. Y ciñéndose al guion.

De modo que hasta personas que, por edad y prestigio acumulado como son los académicos Marías y Reverte, podrían ofrecer al ciudadano algo de calma y de pensamiento con raíces, acaban dedicadas al lanzamiento de clichés y de argumentos light.

El primero, por ejemplo, decía hace unos días, en su homilía dominical en El País que los asesinatos machistas son un asunto individual, que no hay una conjura de varones para matar a mujeres y que, por ello, poco o nada puede hacer la sociedad para defenderse de ellos. Es decir: después de décadas de lucha feminista, la vuelta al argumento del crimen pasional.

Cabe preguntarse, ante estas palabras de uno de nuestros intelectuales más habitualmente cejijuntos, si todavía podemos pensar, con todo lo que sabemos hoy, que los crímenes contra las mujeres son algo individual y no un producto estructural, sistémico. Si esos arrebatos pasionales de verdad no guardan relación con la herencia misógina transmitida de padres a hijos, con la comunicación y la publicidad machistas o con lo que Marx hubiera llamado una superestructura patriarcal que contamina casi todas o todas las manifestaciones de nuestra vida diaria. Cabe preguntarse si esa conjura de varones que no existe como algo concreto -no hay, claro, un club del maltratador ibérico-, no existe tampoco como Cultura.

No le queda a uno claro además, leído el artículo, si la propuesta de Marías es que nos crucemos de brazos o que recuperemos una ética de patio de colegio de acuerdo con la cual no hay que pegar a las chicas porque físicamente son más débiles. Que es lo que hacían en su época. Época que, como cualquier tiempo pasado -y como sabían bien Jorge Manrique y Karina-, fue mejor.

En el caso de Reverte, el tema no fue el machismo sino el acoso escolar. Y en una entrevista para La Sexta comentó que el problema de Rufián es que le habían pegado en el cole, o que había temido que lo hicieran. Y que eso explica su conducta posterior. Es decir, Rufián es como es -tonto, imaginamos que piensa Reverte- porque guarda rencor por su infancia de niño maltratado en el cole. Porque nunca fue el más fuerte, el más ágil, el que repartía estopa. Sino el que la recibía. Y ahora se está vengando.

Vamos, la misma referencia machirula a la ética de patio de colegio que en el caso de Marías. Supongo que en su caso sí hay confabulación y se ponen de acuerdo para repetir estos argumentos en las cenas que comparten. En retórica esto se llama el argumento ad nauseam. O sea, repetir algo hasta que cale y parezca cierto.

Supongo, también, que después de comentarios como estos, los académicos y sus iguales se preguntan qué están haciendo mal. Por qué cada vez más gente, sobre todo entre los jóvenes, acuden a otros referentes. Buscan la información en otros medios. Ya no les hacen caso y les dejan predicando en el desierto. Pero es que ser intelectual no es tarea fácil. Exige, a veces, dejar de afirmar con contundencia y testosterona y comenzar a dudar.

Comparen, si no, las afirmaciones taxativas de los habituales comentaristas en los medios con el discurso lleno de dudas y sosegada vejez de don Rafael Sánchez Ferlosio en la entrevista que recientemente le hizo Papel, de El Mundo. Y verán la diferencia.

El ocaso de los intelectuales